Nueve artistas se juntaron durante un año para alcanzar el sueño del dibujo propio, esto quiere decir para alcanzar la intención sincera. Todo terminó en una muestra, que es una historia llena de aventuras y cosas de niñes, de relaciones en vericueto entre la fantasía y la alienación. Hay animales, naturaleza lisérgica, científicos locos, gelatinas radioactivas, hasta un diario/comic en blanco y negro que profundiza las peripecias del doctor Ibuprofeno; pero también la libertad, el anhelo de hacer para ser otra cosa. Una muestra compuesta por dibujos que hicieron individualmente, pero totalmente influenciados. Quiero decir: no existe el dibujo colectivo porque la mano siempre es individual, pero sí existe la relación, el cariño creativo, la mejoría de estar al lado, la copia, la admiración. Hay acá dibujos frescos y dibujos endiablados que no cierran nada. Porque... ¿trata de un pájaro que se convierte en flor? ¿Es la alegoría del devenir? ¿Indica la impertinencia de la medicina? Está el azar en la forma y la forma del disparate en el contenido. Dibujaron entre sí, se colaron en la historia contemporánea del arte clásico local.
La muestra es un amuleto para dejarse ir de la historia. Se llama Geometría pueblo nuevo, queda entreverada en la antología de lo que sucede, en el arte, sin miramientos de estrellato, lo que está puesto para que sigan siendo posibles los gestos libres. Fomenta la grupalidad a la que se le ven los componentes. Termina y empieza en un año que no es el mismo por un capricho estructural del calendario. Pero los dibujos están igual, se los puede ver en la galería Piedras del barrio de Once, donde se armó un circuito de durlock para contar el relato proliferante del dibujo como género en un punto único de la historia del dibujo argentino. Los responsables son María Guerrieri, Cotelito, Mónica Heller, Clara Esborraz, Ariel Cusnir, Mariana López, Paula Castro, Constanza Giulani (que dibujaron como sacados de quicio para bien) y Marcelo Galindo, que guio (y fue guiado a su vez) escribiendo la historia a partir de su mente y a partir del espejo que le devolvían los dibujos que se completaban en el baile del rulo de la imaginación y la mano.
Lo nuevo siempre está. Penden pegados, entonces, más de 300 dibujos que demuestran el orden de una aparición pero el desorden de una historia que empieza con un pájaro y unos huevos y termina en una flor. En el medio las condiciones fantásticas de la literatura más fantástica aún y del dibujo –que en este caso lo puede casi todo–. Es como una película delirante de dibujitos animados. Lo que pasa es que lo animado de los dibujos no es su movimiento sino su vibra, el carácter menor de lo que expresan, su desparpajo comunicativo, su estela de bromas que caen como dominó. No hay una moviola ni una pantalla, el que se mueve es el visitante que los ve uno por uno, como fotogramas numerados, como postas de un cuentito. Somos de la misma época que esta muestra, que a su vez nos dice, sin ponerse colorada, que lo verdadero está hecho desde siempre y que si vale la pena defender lo nuevo es por lo que tiene de generoso, de anacrónico, por cómo puede vincularse a la prudencia y al descaro del arte definido como submundo.
Clara Esborraz, que nació en Rafaela y se crió fascinada por las manualidades de Utilísima y las obras de Mele Bruinard, encontró el dibujo mucho más en la propia vida normal que en la institución académica del arte. Cotelito cita a John Cage para ir al hueso: “David Tudor, cuando se puso a trabajar con Variations II, decidió empezar por lo desconocido: partir de lo desconocido, a fin de obligarlo a darse a conocer. Su punto de vista era que se debe utilizar lo desconocido para tornar desconocido lo conocido”. María Guerrieri afirma, sintética y convencida, que todo esto le hace acordar mucho a los dibujos de Kafka. Mónica Heller se dedica a definir en conjunto, a encontrar una función en medio de tanta cháchara: “Guerrieri es la experta de los fondos y texturas, cuadrillas y ondulaciones. López: síntesis y deformidad. Cotelito: sutileza e infantilismo. Cusnir: delicadeza narrativa. Constanza: una sensualidad chorreada. Clara: una línea amorosamente torturada y rellenos maniáticos. Paula con el plumín y la fibra, corte maniático y delicado...”. Heller misma es quizá la que deja ver con más nitidez la relación entre color, expresión y relato improbable. Marcelo Galindo, que convocó a este grupo con la idea de llevar el dibujo a un formato narrativo, pero sin ninguna idea clara de cuál sería esa forma, especifica un método que posibilitó todo, como maestro de ceremonias y guionista: “Como todo se dibujó en grupo, es decir en simultáneo, empezó a haber unas fijas: la copia de personajes directamente desde un dibujo a otro o la simultaneidad de la materialización de escenas continuas con su consecuente desequilibrio en la propia continuidad. También buscamos como referencia para crear a los personajes a los abuelos de cada uno para tener una descripción de cómo sería cada personaje, es decir alguien decía ‘mi abuelo era medio pelado usaba anteojos gruesos, nariz redondeada y saco cuadriculado’. Por último: no unificar”
NARRACIONES IMPRUDENTES
En el mar de las relaciones, con todo lo que pasó, encuentro dos. Por un lado Edwar Lear, que fue un dibujante y escritor, un pillo y un clásico. Inventó los Limericks, que tienen una narración bastante imprudente pero dicha por el absurdo de la rima y de la geografía colonial de principios de 1800: “había un viejo de Kilkenny que nunca tenía más que un penique; gastó todo ese dinero en cebollas y miel, ese descarriado viejo de Kilkenny”. Los guiones escritos por Galindo vienen de la corriente de esta escritura absurda, de estas burlas estilizadas al borde del no efecto, deudoras de este y de tantos escritores del tipo, desde Raymond Roussel a Max Cachimba. Lear dibujaba paisajes que pintaba con acuarelas. Unos souvenirs, más parecidos a un recuerdo que a una obra de arte entendida como algo que hay que respetar. Mejor que el aura era la transparencia de lo visto sin más. Vivía de experimentar el paisaje tranquilo y decirlo con sus manos. A todo esto César Aira le dice “souvenir del instante”. Sus primeros petates fueron las reproducciones al dedillo de unos loros serios, en la paradoja de que el loro en sí mismo es gracioso. Aira también dice a través de Lear, en su extenso ensayo sobre el británico, que la diferencia entre el humor y la seriedad es que el primero provoca un efecto que invade al espectador. Mientras que en lo serio (en lo normal) el efecto pasa sin filtro, como por un tubo, hacia la percepción, el efecto termina siendo que todo siga igual. En la historia de Geometría pueblo nuevo se nota el eco de todos los problemas juntos (lo serio), pero con la risa argumentando los accidentes. El malentendido, todo lo que el espectador no comprende, deja a la imagen desnuda en la comicidad.
Por otro lado Claudia del Río, que cuenta en Ikebana Política, ese libro infinito, que una vez el jardinero le preguntó a Wittgenstein:
–¿Ves esta flor?
–¡Si!
–Pues ella no te ve
Esta enseñanza para siempre regula la relación que algunos dibujantes sostienen con lo que hay, con cualquier cosa que haya, con el mundo sublime y con el ordinario, con las cosas de la casa y las del corazón. El dibujo dibujado en la zona de la llanura argentina al borde de los ríos, que se organiza bastante por la línea Rosario-Buenos Aires, es no solo una lógica de la formación por el costado del espacio oficial del dibujo abstracto o de la perfección de la línea ultrapedagógica, sino que es también una militancia, un club del trueque moral, una forma de vida expresada en el “así nomás” como estadio libre de todos estos días, estos meses, estos años en los que tan difícil es saberse en la dicha.
Entonces la relación de Claudia del Río con esta muestra es próxima y central. No solo porque su curiosidad se hermana con la de les artistas, sino porque hay dos ideas que teorizan, digamos, las formas de esta muestra. Dice la artista santafesina en ese mismo libro: “La geometría tranquiliza”. Pero dice además: “La geometría no se pudre, la carne sí”. Dos espasmos de vínculo entre las deformidades que profesan y defienden les que dibujan así. Es que no solo dibujan, fomentan lo que se va, lo que no puede sostenerse en la métrica de la línea estructural, la mano que se ablanda porque la que está blanda, siempre, es la sensibilidad, porosa y ambigua, feliz y preocupada. Un dibujo es la expresión primera, la pulpa de la sinrazón puesta en cualquier hojita. La geometría es invulnerable y les que no pueden con el orden son les artistas. Pero esto es una buena noticia. Porque, entonces, esa novedad popular parte de romper la geometría, la forma de la tierra. Es la vuelta a cierta inocencia del dibujo, que aunque estilizado o prolijo tiene por detrás el viento de lo que viene y es dibujo (ni discurso, ni plegaria, ni doctrina) porque lo que viene no se puede saber.
EL ARCA DE LA HISTORIA
Este grupo participa de una tradición. Dentro de todo el universo en el que el arte siempre está, giran los planetas con asociaciones así adentro, en el arca de la historia de los grupos donde están Bermellón, Litoral, Mariscos en tu Calipso, GAC, Un Faulduo y decenas más. Todos con sus experimentos formales y políticos, o con sus tradiciones porfiadas, cuando no con sus imprecisiones hermosas en la estela renovadora. De La Boca hacia la hoja, hacia la calle o hacia el existir prepotente. Del imaginario cosmopolita hacia el encuentro con la torta social y las localidades. Este grupo, sin nombre pero con mucha obra, se formó en andanzas y pernoctes. Viajes a Necochea y encierros en una casa de Chacarita, conversaciones grupales en el chat de Facebook y experimentos autónomos, sin el centro compadrito de tener tarea. Lo hicieron sin función, porque sí y para sí. Pero también para nosotros.
No hace falta la mercancía onerosa ni hacen falta les artistas apolíneos que viven del chiste aburrido, prolijo y bien dispuesto. Artistas sin territorio, hiperconcientes, repletos de recursos y gacetillas traducidas a tres idiomas. No hace falta porque sigue pasando esto que pasa. Una muestra así defiende la acción social del arte, pero no por su efecto en “la sociedad” sino por sus consecuencias sobre cómo nos reunimos, qué relación tenemos con nuestro ego, de qué manera queremos ser nosotros mismos con otros. La vida popular es abigarrada: mezcla y desordena. En el juntadero de lo que pasa cuando no estamos solos hay información, pero cuando ese juntarse promueve dibujos a escala local, impulsivos y prudentes, empáticos y discutidores del formalismo, estamos ante una propuesta artística, geográfica y cultural que es a la vez una propuesta de vida.
Lo que parece es que estos artistas, juntos, encontraron la excusa para empezar a tiritar de ideas y a poner en cada parte una ocurrencia igual de originaria, que podría llevar a un laberinto así nomás para el camino de la risa. Estoy tratando de decir que la muestra se llama Geometría pueblo nuevo porque mide pero inventa, porque demarca pero saltea. También que el amontonamiento de capacidades no desactiva sino que potencia, cocina un engendro nuevo, un pueblo popular y raro que no existe todavía. La típica e indispensable premonición del arte vital que inventa las fábulas comunitarias del futuro. Esas fábulas nada tienen que ver con el “contenido” de la historia que cuentan los dibujos, sino con la forma en que fueron hechos: la unión, la amistad y los materiales de librería de barrio pasando de mano en mano, escolares e imprecisos, un manierismo de bar, de libreta y de una urgencia de entrecasa. Cuando lo cuentan hace acordar a un recreo de conspiradores confinados en un bunker, que lo único que pueden hacer para salir de ahí es tratar, primero, de salirse de sí mismos a través del todo fraterno.
Geometría pueblo nuevo puede verse en galería Piedras, Rivadavia 2625, 4º piso.
Hasta el 25 de enero. Gratis.