Voy a escribir sobre un movimiento de obras de mi amiga Virginia Negri. Ella es orgánica, radiante y procesual, retoma toda estela que ella misma deja a su paso. Corría el año 2007 y en una galería comercial que funcionaba y funciona en Rosario, entre alternativa y también medio conservadora –vaya usual dicotomía–, se disponía una serie de muestras que me es imposible recordar salvo la puesta mágica, fuera de escala y transformadora que desarrolló Virginia. Si una relación a escala implica un juego de dimensiones reguladas, ir hacia afuera de la escala es habitar el exceso, desbordar los límites normados, trabajar con la sorpresa como norte. La intervención se llamó Mi cielo sobre vos y consistió en hacer nevar. En Rosario hacer nevar. Estamos en el patio central de la galería en cuestión, se trata de un pasaje que cruza de calle a calle en el microcentro de la ciudad. Alrededor de este patio central hay una serie de locales de diversa especie y sobre el mismo se levanta una planta alta con más oficinas: talleres de artistas y consultorios en buena medida, desde donde tensa un telón que cubre por completo el espacio aéreo que vemos desde abajo. La tela tiene un tornasol, o no sé, quizás el tornasol es un agregado de mi memoria decorativa pero en parte somos parecidas, creo que ella eligió una tela tornasolada realmente. La tela tornasolada tiene palabras grafiteadas con colores flúo, palabras que se pegotean como sensaciones, que ejecutan un movimiento de presente –aquel presente– a futuro –¿sería este?–. O sea, deseos; un doble cielo proyector y eyector de deseos. Además, sobre la tela descansa un centenar de objetos de la vida cotidiana de Virginia, testigos de su universo simbólico: fotos, colgantes, pastillas, cassettes, monedas, lentejuelas, hojas de árboles, diapositivas, juguetes, y más. Estos objetos muy diversos y coloridos, al estar sobre el telón, tiran sombras hacia la planta baja, muestran algo de sí aunque no se entregan, más bien cobijan un poco anónima e íntimamente la situación que se da abajo. Y además desde ese cielo nieva y caen cartas de amor rotas, ¡quería decir eso! Amor nevando es desamor. ¡Qué placer! Cae una suave pero insistente y no menos penetrante lluvia de micropelotitas que se meterán en nuestras ropas por días, también en el pelo, conviviremos con el rastro que ha dejado en nuestro cuerpo la nieve, esa única nieve que puede caer en Rosario, nieve de arte de espuma de telgopor. De a ratos se hace una cortina. La nieve cae haciendo lunares sobre los cubos de jamón de marca local que otrora solían servirse en inauguraciones varias.
Años más tarde, en 2011, y en la misma galería, pero en el local del espacio amigo Oficina 26, Negri es invitada nuevamente a mostrar, y como suele retomarse, o mejor dicho pensar a las obras como procesos, algo del telón cielo desde el cual nevó muy cerca hace poco reaparecerá con toda su aura destellante. Toma entonces el telón de metros y metros y se lo pasa al artista y diseñador muy genio Brandazza, que confecciona atuendos futuristas muy arriba para una cantidad de amigues de Negri, que los viste con altura y soltura en una especie de desfile sin guion, ni orden, ni evolución en el sentido de privilegio. Si comunmente en un desfile hay apertura y cierre, siendo estos los polos de un relato conceptual y visual con dirección prestablecida, este es un desfile horizontal y de base, hay tantas direcciones como amigues montades. Lucen además accesorios realizados con los objetos personales de Virginia que reposaban sobre la tela el día de la nevada, aquel invierno que nevó en Rosario; a estos collares, pulseras, sombreros, prendedores y cocardas los construye junto a Renata Minoldo. En la pared principal del espacio Oficina 26, realiza un mural junto a Flor Caterina basado en una foto del cielo telón tomada desde arriba, en 2007. Se forma la banda de deejays Maral 39 especialmente para la ocasión y todo transcurre con una especie de empático cálculo, como en los sueños. Hay mucho glitter, maquillaje exagerado, confeti total. Algunes tocan música, otres beben, otres patinan en rollers, otres bailan. Algo muy actual de las marchas que se agitan al son del reclamo de igualdades y reivindicaciones de derechos estaba en ese aire de color sin jerarquías, ¿no digo que esa tela tornasol venía directo de la mancha del deseo camino al futuro? Esa obra o muestra o estado de ánimo se tituló El nombre de la muestra es este poema, y entonces escribe el poema, un poema que habla de la lluvia que cae de los árboles de tipas en una primavera solitaria, de la felicidad de las hormigas que guardan pedacitos de flores amarillas para más adelante. Un poema que no mucho después aparecería en su libro Desnudo total y escándalo (Iván Rosado, 2012) en abierta proclama por la mala poesía, hoy diríamos más disfuncional que mala, más errante que mala, más liberada de protocolos y ceremonias abstractas que mala. Más contradictoria que mala. Como el desfile horizonte, como el interior nevado. Los poemas de Virginia son la teoría blanda que rige su universo estético; pueden aparecer en un libro y circular, pueden nevar y pueden pegarse a los cuerpos de sus amigues. Nunca es cronológica ni secuencial; pasa que vuelve sobre sus pasos, deja un hilo y lo vuelve a tomar más adelante, tira una piedra e irá a recogerla no sabemos cuándo. Soy un collage de estados, dice en otro poema, palpando el próximo movimiento.