La obra Dr. Lacan, escrita, dirigida y protagonizada por el psicoanalista y crítico de teatro Pablo Zunino tiene fecha de regreso: será hoy a las 21 en el Teatro La Comedia (Rodríguez Peña 1062), pero con una novedad: ahora se presenta en formato de café concert, con mesas y tragos, en una sala ambientada “como las caves de jazz de los años sesenta en París, la misma época en que se desarrolla la acción de esta comedia apta para analistas, pacientes y ‘civiles’”, según define el propio Zunino, que va por su octava temporada. En la historia participan uno de los nombres esenciales del psicoanálisis, Jacques Lacan (Zunino), y su secretaria asturiana, Gloria (Silvia Armoza). Situada temporalmente un año después del Mayo Francés del ‘68, la trama parte de la siguiente situación: una movilización impide el acceso del público a uno de los seminarios que está dictando Lacan. Y él y su secretaria sostienen, entonces, una charla en soledad ante la falta de sus espectadores. La conversación fluctúa entre aspectos de su enseñanza, la vida de los dos, su expulsión de la Internacional Psicoanalítica y su relación con Freud, y da pie a intervenciones del psicoanalista ante algunos temas pendientes de su agenda que le señala su secretaria.
La pregunta que todos se hacen es: ¿Realmente es verdad que una movilización social impidió el ingreso de los seguidores de Lacan a uno de sus seminarios? La anécdota de la que nació la obra es apócrifa. “Si bien hay un dato histórico”, admite Zunino. “Hay un seminario donde se corre la bola de que se lo quieren levantar. Entonces, Lacan hace una intervención y, a partir de eso, la gente que participa del seminario va al rectorado de la Escuela Superior de París a pedir que no lo cierren. Esta sería la verdad más histórica. Recién ahora di con eso. De todos modos, lo importante no es verificar ese dato sino que fue el puntapié dramático para la obra. Lacan es básicamente la relación con el público”, señala Zunino.
–¿Es más adecuado interpretar a Lacan que a Freud en una obra de teatro por el tema de la oralidad?
–Sí, claro porque Freud básicamente era un gran escritor. Lacan todo lo contrario: era una persona que no tenía demasiada facilidad para la escritura. Los testimonios de sus editores cuando él tuvo que hacer los Escritos dan cuenta de que se volvieron locos tratando de construir un texto más o menos posible a través de eso. Es básicamente un fenómeno oral. Lo central de su enseñanza es el seminario.
–¿Y tenía una actitud teatral?
–Muy teatral. Hay pocas filmaciones, no quería que lo filmaran, no sé por qué. Ya desde el vestuario, sus ademanes, su gestualidad, su parada en el escenario, sus pausas... Jacques–Alain Miller lo comparó con Sacha Guitry, un comediógrafo de comedia rústica a la francesa. Si uno lo mira en la perspectiva del tiempo, Lacan tiene una parada anacrónica.
–Usted dice que su obra es para analistas, pacientes y “civiles”. ¿La valoración de alguien que no hace terapia ni sabe de psicoanálisis pasa por lo artístico?
–Sí, para mí por venir de los medios la preocupación –como se dice ahora– por llegar a las audiencias más amplias estuvo siempre muy presente. Además, con el tema de la divulgación en psicoanálisis me ocupé bastante de eso. Entonces, la pretensión fue que un analista que conoce la obra de Lacan va a encontrar ciertas resonancias. La pesadilla que él tiene es una reversión del sueño de “La inyección de Irma” de Freud, por ejemplo. Pero yo tuve una preocupación muy fuerte para que alguien que no tuviera la más mínima idea de quién era Lacan comprendiera lo que sucede en el escenario. En definitiva, lo que se va a ver es un jefe peleándose con su secretaria. O sea que, en ese sentido, pensé una comedia muy perdigonada. Y esa bajada Analistas–Pacientes–”Civiles” fue un poco para ahuyentar el fantasma de que si el espectador no había leído a Lacan o si no era paciente psicoanalítico (cosa que también porta la ilusión de que en un tratamiento te enseñan Lacan, y no pasa nada de eso) no se inhibiera por el hecho de pensar que no iba a entender una goma.
–¿Por qué hace un monólogo al final como Zunino y no como Lacan?
–Es un viejo truco del teatro hacer un fin de fiesta. Es del teatro español y criollo y tiene que ver con que la gente se vaya contenta a casa. En la versión original del espectáculo lo hacía al principio. Cuando a Lacan lo interpretaba Mario Mahler, yo hacía eso como un ablande, para ahuyentar este fantasma de que no iban a entender y para que cuando los comediantes salieran a representar no estuviera la sala tan fría. Los primeros diez minutos en una comedia es lo más difícil, hasta que la gente entiende de qué va. Con ese ablande y el regalo del muñequito la sala no estaba hecha una estalactita.
–Si bien esto es arte, alguien que no sabe del tema, ¿puede aprender ligeramente algo de psicoanálisis o no la considera una obra didáctica?
–No tiene una intención pedagógica directa ni académica. Puede serlo por añadidura. Es decir, han venido espectadores que no tenían idea de lo que es el psicoanálisis y me han contado que se han puesto a leer a ver quién era Lacan. He tenido demandas de tratamiento a partir del espectáculo. Pero es por añadidura. Diría que, en general, en el medio psicoanalítico el espectáculo cayó muy bien, contra todo lo que yo esperaba porque es como reírse un poco cariñosamente de algunos tics de uno de los padres de la tribu. Hemos tenido que invertir horas y horas del culo puesto en la silla tratando de entender de qué la iba este hombre. En ese sentido, tiene un efecto de alivio, pero he tenido reproches de algunas analistas especialmente que han pensado que el espectáculo debería haber tenido un objetivo pedagógico. Me han dicho: “Bueno, falta el concepto de tal seminario...”. Es lo que se llamaría en Sadaic el género “Viuda e hijas”, que son las viudas e hijas de los compositores que se apropian del legado de un padre que entraba en un repertorio. Bueno, ha aparecido alguna viuda e hija pero mayormente tuvo una respuesta de risa, de alivio.
–¿Cómo es trabajar el humor de un personaje del que se dice que tenía una carácter bastante áspero?
–Bueno, justamente ese estilo áspero que podía tener es muy apropiado para la comedia. Aparece un poquito cascarrabias, un poquito demandante, un poquito hinchapelotas. Hay testimonios de que se obsesionaba con algo y le daba, le daba, le daba. La aspereza del personaje fue una gran ventaja. Otra cosa que llamó mucho la atención es que cuando salió el espectáculo se esperaba algo más alambicado, más intelectual, más barroco. Es una comedia rústica. Lo crucé con la tradición de los comediantes rioplatenses más populares: China Zorrilla, Jorge Luz, Olmedo. Ahí fui a buscar para construir al personaje.
–¿Cómo es interpretar a Lacan para un psicoanalista? ¿La profesión del analista le aporta al actor en este caso puntual?
–Sí por el conocimiento que pueda tener del personaje, pero yo vengo del teatro como crítico, como productor y es mi primera experiencia como actor. En ese sentido, al venir del mundo del teatro, es un personaje más.