Siguiendo una oscura tradición brasileña, el flamante presidente Jair Bolsonaro acaba de indicar qué clase de “nacionalista” es ofreciendo un alineamiento incondicional con los Estados Unidos. En su primer reportaje desde la asunción y después de reunirse con el secretario de Estado norteamericano Mike Pompeo, el ex capitán, ex diputado y ahora presidente dijo que las relaciones con EE.UU. pueden incluir “en un futuro” bases militares en suelo brasileño.
Bolsonaro habló por primera vez como presidente en un programa especial de la red SBT, una de las menores en los medios brasileños. El presidente contó que su entrevista con Pompeo fue cordial e incluyó discusiones sobre integración económica y la oposición común contra “los regímenes autoritarios” de Venezuela y Cuba. En una curiosa interpretación, Bolsonaro consideró que esos dos países son simples ejemplos de interferencia rusa en el continente, lo que hace necesario una alianza militar con Estados Unidos. “Según lo que pueda llegar a acontecer en el mundo, quién sabe si tengamos que discutir esa cuestión en el futuro”, explicó por televisión el ex capitán. “La cuestión física puede ser hasta simbólica. Hoy en día el poderío de las fuerzas armadas americanas, chinas, rusas, alcanza a todo el mundo independientemente de la base”, detalló Bolsonaro. Lo de Rusia es por las recientes maniobras militares en conjunto con los venezolanos, algo que el nuevo presidente brasileño consideró “preocupante”.
En esa lógica, explicó Bolsonaro, “mi aproximación con Estados Unidos es económica, pero puede ser bélica también. Podemos hacer un acuerdo en esta cuestión. No queremos tener un superpoder en América del Sur, pero a mi entender debemos tener una supremacía”, remarcó. Para que nadie se confunda, esa supremacía tiene nombre y apellido, Donald Trump, “el hombre más poderoso del mundo”, que el mismo martes en que asumió lo invitó a visitarlo en Washington, en marzo. Como para ir dándole un caramelo al norteamericano, Bolsonaro confirmó que la embajada brasileña en Israel se va a mudar a Jerusalén. Y como para darle otro, más técnico y obscuro, anunció que Brasil se va a retirar del pacto mundial sobre migraciones de las Naciones Unidas, al que adhirió hace apenas unas semanas bajo el gobierno de Michel Temer. El pacto es una creación del Secretario General de la ONU António Gueterres que busca tratar a desplazados, refugiados y migrantes económicos de manera humanitaria y digna. Trump se negó terminantemente a adherir el pacto.
Pero estos son caramelos comparados con los temas de fondo en los que Bolsonaro le dio garantías a Trump a través de su enviado Pompeo. La oposición a Venezuela, Nicaragua y Cuba fue explícitamente mencionada y no sólo en términos políticos. Bolsonaro prometió una época de rearme en Brasil que termine con “veinte o veinticinco años” de “abandono” de las fuerzas armadas “por una cuestión política”. Esta cuestión es muy simple, según el ex capitán: las fuerzas armadas “son el último obstáculo para el socialismo”.
Habiendo nombrado canciller a Ernesto Araújo, un diplomático de carrera al que conoció leyendo su blog trumpista, no extraña la cordialidad de los encuentros con Pompeo. Pero en esta primera semana de gestión el nuevo presidente también se reunió con Ji Bingxuan, vicepresidente de la Asamblea Popular Nacional de China y enviado especial del presidente Xi Jingping. China es el principal socio comercial de Brasil, mayor comprador que Estados Unidos, pero Bolsonaro no hizo ningún comentario sobre la reunión con el enviado chino.
La primera base
Al comenzar la segunda guerra mundial Brasil era, como Argentina, neutral y tenía como principales socios comerciales a países europeos. Vargas rompió relaciones diplomáticas con el Eje ya en 1939 y cedió rápidamente a las presiones norteamericanas para unirse al esfuerzo de guerra. Esto ocurrió bastante antes del ataque japonés a Pearl Harbor y la entrada de EE.UU. a la guerra, pero ya era política de Roosevelt apoyar a Gran Bretaña en la guerra contra los nazis. Las presiones a Brasil y las ofertas de ayuda económica a cambio de una neutralidad lo menos neutral posible formaban parte de esta estrategia. Getulio Vargas, el nacionalista fundador del Estado Novo, compró y pidió una acería a cambio. Sería la llamada Volta Redonda, la primera en América Latina.
Lo del acero no era poco, ya que se trataba de un bien escaso por estos rumbos. Se importaba a buen precio y no se producía localmente, lo que afectaba el desarrollo y los precios finales de todo tipo de industrias. Para dar una idea de la situación, la actual embajada brasileña en Buenos Aires, el palacio Pereda, fue comprado en canje por una partida de chapas de acero. Vargas, ya en la guerra como combatiente, recibía una cuota de acero mensual desde Estados Unidos y usó un barco entero para comprarse una lujosa embajada. Los Pereda también salieron ganando en el canje, porque el acero no paraba de subir de precio en el mercado argentino.
Brasil arranca entonces como aliado discreto en 1940, a través de la Comisión de Defensa Unida Brasil-Estados Unidos. Los primeros pasos fueron presionar a los diarios partidarios de Alemania, controlar a las empresas de ese origen y estudiar un par de medidas que se mantuvieron en secreto por muchos años. Roosevelt tuvo una cortesía con su flamante aliado, la de lograr que los ingleses dejaran salir sin atacarlo un pequeño convoy de cargueros alemanes que traían una partida de armas a Brasil. Estados Unidos todavía no podía armar a los brasileños, y las armas alemanas ya estaban pagas...
Brasil tenía entonces una carta importante para convertirse en aliado norteamericano, su cercanía con Africa. El país de 1940 apenas tenía industria y estaba en crisis, con lo que apreció la enorme gauchada de Roosevelt de mandar a comprar todo el excedente de café del país, prácticamente la única exportación brasileña. Pero en 1940, Rommel avanzaba por el norte de Africa y parecía listo a tomar el Egipto británico. En ese caso, las colonias francesas en el Africa Atlántica pasarían a ser alemanas y el puente natural para una invasión a las Américas. El nordeste brasileño es el punto más cercano a Africa y no podía ser defendido por los norteamericanos desde sus bases en Florida o las Antillas.
Tampoco podía ser defendido por los brasileños, que tenían su ejército concentrado en la frontera con Argentina y no tenían con qué montar una línea militar en las desolaciones del nordeste, muy poco habitadas. La solución fue un contrato civil que autorizaba a Pan American Airways a operar vuelos desde Belém do Pará a Río de Janeiro. Pan American era la única línea norteamericana que llegaba a Brasil, pero el vuelo tomaba cinco días con escalas por el Caribe y el norte de América del sur. Con aviones nuevos y el nuevo aeropuerto en el nordeste brasileño, el recorrido se cortaba a dos días. En secreto, Pan American estaba operando como un contratista militar con órdenes de construir pistas de futuro uso militar en Fortaleza, Natal, Recife, Maceió y Salvador. Los brasileños compartían el secreto y le negaron el uso de estos aeropuertos a Lufthansa, a la aerolínea estatal italiana y a la ocupada Air France. Los flamantes aeropuertos comenzaron a ser usados para mandar aviones a Gran Bretaña desde Estados Unidos por una larguísima ruta que partía de Miami, llegaba a Natal, cruzaba el norte de Africa y de ahí seguía a Malta o a Londres.
Por supuesto que este alineamiento fue percibido en Berlín, que comenzó a hundir buques mercantes brasileños. Como prácticamente todas las exportaciones iban al norte, los submarinos atacaban cerca de las costas norteamericanas, pero a mediados de 1941 Hitler en persona ordenó un ataque de importancia en aguas brasileñas. Los nazis hundieron varios buques mercantes, un transporte de tropas que lleva 500 soldados y una batería de artillería y un barco de pasajeros cargado de peregrinos. Los alemanes efectivamente cortaron el transporte marítimo brasileño al norte, una catástrofe en un país que apenas tenía rutas. Los muchos muertos ayudaron a crear un ambiente anti alemán y un cierto entusiasmo por declararle la guerra al Eje.
Esto ocurrió en agosto de 1942, aunque Brasil ya llevaba varios meses efectivamente involucrado en la guerra del lado norteamericano. Después del ataque japonés a Pearl Harbor, Washington declaró la guerra al Eje y declaró a Brasil como aliado, extendiendo una protección aeronaval importante. Entre enero y julio de 1941, los submarinos alemanes hundieron trece buques brasileños; para el fin de la guerra, Brasil había sido atacado por 21 submarinos alemanes y dos italianos, que habían hundido un total de 36 barcos y matado a casi tres mil tripulantes y pasajeros. A partir de agosto, los norteamericanos comenzaron sus operaciones y hundieron nueve submarinos enemigos en las costas de Brasil. En 1943, Washington creaba la Cuarta Flota con base en puertos brasileños y le daba el mando al almirante Jonas Ingram, un personaje que pronto se hizo muy amigo de Vargas. El presidente brasileño tomó un paso realmente llamativo para un nacionalista, abriendo todos los puertos y astilleros del país a los norteamericanos. Luego comenzó a llamar a Ingram “el lord del almirantazgo” y finalmente lo puso al mando de todas las fuerzas navales y aéreas brasileñas.
Bajo mando americano
Esto hasta desconcertó a los norteamericanos, que simplemente no podían creer que un país soberano hiciera semejante cosa. Ingram dio garantías y explicó que todos los buques de guerra que se iban a entregar a Brasil –destructores, guardacostas, naves antisubmarino– iban a estar efectivamente bajo su comando. Por las mismas razones, los brasileños recibieron aviones modernos para patrullar las costas y dar cobertura aérea a la ya enorme base aérea de Natal. Esto liberaba a los norteamericanos para concentrarse en el verdadero objetivo de la base, el apoyo aéreo a la campaña del Norte de Africa. Los americanos crearon un verdadero puente aéreo y bombardeaban las posiciones alemanas y de Vichy en la difícil campaña contra Rommel.
El fin de esta campaña desvalorizó el aporte brasileño como aliado. Los americanos comenzaron a concentrar sus esfuerzos en la preparación del desembarco en Italia primero y en Francia después, con lo que Natal quedó apenas como un aeropuerto de cargas para llevar municiones y armas, en un rol muy secundario respecto a Gran Bretaña. vargas decidió dar un paso mayor en sus relaciones carnales con Estados Unidos, aportar tropas para estas invasiones. Así fue que el Quinto Ejército en operaciones en Italia tuvo como parte integrante la Fuerza Expedicionaria Brasileña, 25.000 hombres organizados como una división de línea junto a otra polaca libre y una australiana. Como nadie creía realmente que Vargas iba a mandar tropas, el chiste era que las “víboras iban a fumar” antes que los brasileños entraran en combate. El presidente tomó el chiste y la insignia de la Fuerza Expedicionaria pasó a ser una víbora con una pipa.
Los brasileños usaban uniforme americano con insignias brasileñas y combatieron en el centro de Italia con bastante éxito. La principal batalla fue la de Collecchio, en la que ayudaron a derrotar la división 148 de la Whermacht y las divisiones italianas Monte Rosa, San Marco e Italia. En total, se rindieron en ese evento 14.700 hombres y 800 oficiales, incluyendo dos generales. La saga no terminó del todo bien, porque los brasileños terminaron su campaña en la feroz batalla de Monte Cassino, sitiando bajo la nieve a los paracaidistas alemanes de la SS que una noche simplemente se esfumaron. La Fuerza Expedicionaria tuvo 463 muertos en sus ocho meses de acción.
Bolsonaro, capitán retirado del Ejército, evidentemente conoce esta historia y fue educado en el mito de los brasileños participando en la segunda guerra mundial. Para cierto nacionalismo de por allá, haberse entregado a los norteamericanos fue el comienzo del desarrollo industrial del país y el sello al nuevo rol de los militares en la vida nacional. Estos nacionalistas tienden a olvidar que la alianza con Estados Unidos terminó formalmente en 1977 cuando el dictador Ernesto Geisel se cansó de las presiones de Washington para que Brasil no comprara tecnología nuclear alemana.