“Sé que no tendré nunca la excelencia de quienes se dedican por completo a un lenguaje y lo dominan cada vez más. Pero bueno, ésa es mi resignación: algo se pierde, algo se entrega. No llegaré nunca a arrimarme siquiera a lo mejor pero puedo decir que probé muchas de las cosas que quería probar”, dice Rosario Bléfari, actriz, poeta, escritora y música. Tal vez su costado musical sea el más conocido y reconocido, ya que se la destaca como un símbolo de la cultura y del rock independientes desde los ‘90, sus tiempos en Suárez. Pero lo cierto es que Bléfari, quien hoy tiene 51 años, continúa cosechando en cada una de las áreas que ha probado.
Ejemplo de ello es el libro que acaba de publicar, Antes del río (Mansalva). Una Bléfari desnuda y libre, fotografiada hace años por Nora Lezano, es la puerta de entrada a una serie de textos breves sobre lugares (fundamentalmente), amores, comportamientos humanos, madres e hijas, bicicletas, bares, Internet, viajes en subte y la naturaleza (grutas, flores, ríos, cerros, mares, llanuras, insectos, el clima). Algunos analíticos, otros más crípticos, son, en palabras de su autora, “poemas en prosa”. No es su primer trabajo de este estilo: hace quince años publicó, justamente, el libro Poemas en prosa.
Bléfari ha escrito poemas (en 2009, también Mansalva editó La música equivocada), obras de teatro y cuentos. Una editorial chilena publicó en diciembre Mis ejemplos, de cuentos, que en Buenos Aires ya se consigue en dos librerías, La Internacional y Ref. La Bléfari actriz también está activa: La idea de un lago, con dirección de Milagros Mumenthaler, estrena en cines el jueves. Desde La Pampa, la cantante de Sue Mon Mont responde por mail al cuestionario de PáginaI12. “Estoy en Santa Rosa, pero no sé si son vacaciones; en realidad, no tengo vacaciones”, admite. “En mi caso todo está mezclado hace ya muchos años. Toco, escribo, leo, cocino, arreglo cosas, miro películas, trabajo, estoy con mi padre pasando unos días.”
Recientemente estuvo en el sur del país con Paisaje Escondido, un nuevo proyecto musical con Federico Orio y Ariel Schlichter en el cual “las canciones no tienen límites” y que se suma a Sue Mon Mont, la primera agrupación que armó tras la separación de Suárez, junto a Gustavo Monsalvo (de El Mató a un Policía Motorizado), Tomás Corley (Los Reyes del Falsete) y Marcos Díaz (Bosques). También en el sur, se presentó con Los Cartógrafos en varios festivales. Se trata del podcast de literatura, actuación y música que comparte con Romina Zanellato y Nahuel Ugazio.
–¿Cómo definiría Antes del río, conceptual y formalmente? Recuerda a Clarice Lispector, a sus crónicas de Revelación de un mundo y Descubrimientos.
–Qué honor de comparación. Pero para mí son poemas en prosa, porque me marcó un libro de Charles Baudelaire (lugar común pero verdadero) que se llama Pequeños poemas en prosa. Adoraba ese libro por completo, la edición de tapas duras de Marymar, lo llevaba a todas partes porque era como un cuaderno. Una vez que fui a La Pampa a visitar a mis padres, mi mamá lo agarró y se conmovió con uno de los poemas que leyó. Me sorprendió esa llegada que tenían los poemas así, la prosa poética, el género fronterizo indefinible, todo tipo de temas y formas dentro de eso, diálogos y hasta pequeños cuentitos. Uno de mis favoritos es “El cuarto doble”. Algunos no me interesaban, recuerdo leer y releer el libro cosechando los que sí. Su carácter fragmentario me permitía eso. No hay orden, no hay totalidad inseparable.
–¿En qué momentos escribió estos textos?
–Lo fui escribiendo en diversos cuadernos que llevo y traigo, y a veces algunos directamente en el muro de Facebook, porque admito que muchas veces me resulta otro cuaderno, una especie de pizarrón por el que paso, como cuando se pasa por una aula vacía y hay tizas y te dan ganas de escribir. Me encanta corregir, en especial los cuentos, pero estos textos fueron muy poco retocados al levantarlos de mis cuadernos. Los considero poemas en prosa en parte por algo de eso, algo de trazo continuo que tienen, como de tomar bocetos, que recoge algo del momento y lugar, muestras de audio de un ambiente.
–La naturaleza es una protagonista. En una entrevista dijo que sus canciones eran, en cierto momento, “intentos por reconstruir paraísos perdidos”, específicamente la relación con la naturaleza que tuvo de chica, viviendo en Bariloche. ¿En Antes del río resurge este intento?
–Me reencuentro con ella como puedo, la busco en todas partes: en la ciudad y sus piedras, en la planta de la maceta, en mi perro, en el jardín del fondo de la casa de mi padre, en lo que como, en el cuerpo. La busco, pero desde que comenzó el alejamiento jamás se detuvo, cada vez está más lejos, más fragmentada, más borrosa. Porque no es la naturaleza, es aquella que conocí antes. La dinamito y reconstruyo en mi escritura, y ya es otra naturaleza aparte, hecha de otra materia. Cada vez la veo más una propiedad de otros, inaccesible. Vas por una ruta en medio de las sierras, se mira y no se toca. Allá el lago, allá el mar. Te acercás y donde podés acercarte ves un caño que está tirando no sé qué o alguien te grita que no podés pasar. Yo perdí ese contacto que tuve porque era el que me permitieron las circunstancias y que me permitió más que nada mi inocencia. Ahora veo todo lo demás: el alambrado, la explotación, el descuido, la invasión, la enfermedad, la sequía, la inundación.
–¿A qué se debe el haber posado desnuda para la tapa?
–Agradezco la pregunta. Son varias razones. Hace unos diecisiete años hicimos una sesión de fotos con Nora Lezano. Cuando me mostró los contactos, vi algo en esas fotos que tenía que ver con una manera de sentir el cuerpo y el vivir que siempre recordé como la devolución querida del reflejo de un estado pleno del ser. Por otra parte, una secuencia completa eran poses que parecían algún tipo de letras. Me costó elegir la pose-letra lamentando dejar las otras afuera –Nora no quería que fuera un mosaico y respetamos su decisión, porque la foto es su obra–. Fue fácil entrar en diálogo con su mirada, tan fotógrafa de los animales que somos, tan ojo de fotografiar lo salvaje. Ya no soy la de la foto y yo quería que fuera algo de antes. Siempre la foto es de antes, claro, pero de antes de la mayor parte de la vida. Ahora ya estoy del otro lado del río, pero es esa primera parte, donde fortalecí mis raíces. Siempre va conmigo esa actitud. Y hay otro motivo: yo posaba desnuda en mi juventud para una pintora genial, Diana Aisenberg, gran maestra. Posaba para ella y para su taller. A partir de ese momento, el cuerpo desnudo para mí es algo que se mira, se muestra y se dibuja, se fotografía, arma poses infinitas y es celebrado. Pero a partir de esa actitud natural y feliz caí en una trampa: un día me dijeron de posar para una producción con obras de Nora Iniesta para Playboy.
–¿Y qué ocurrió?
–Era sobre los siete pecados capitales que Iniesta había hecho unas esculturas y nos dijeron a las dos que se basarían en eso. En ese entonces, principios de los ‘90 ya, todavía la ola de la llegada de la democracia confundía libertad de los cuerpos con destape comercial. Y Playboy arrastraba la fama de tener buenos artículos periodísticos y reportajes. Lejos estábamos de la conciencia feminista de hoy. Acepté y el resultado, por supuesto, fue pésimo. La imagen de mi cuerpo en ese contexto sexista no pudo trascenderlo y quedó atrapada en el mensaje de la revista. Trabajé para el enemigo creyendo que era más fuerte mi libertad como mensaje que el mensaje apuntalado por las décadas del medio desde el que me asomaba. Recuerdo que nadie me advirtió que eso iba a pasar. O no escuché. Ni a McLuhan. También sé que soy un poco empecinada. Un error. No tomé la decisión bajo presión alguna. Ni siquiera creía que era algo importante. El dinero era poco. Lo necesitaba pero podría haberlo evitado. No lo oculto ni lo niego, pero si pudiera rebobinar, no volvería a hacerlo. Mi cuerpo desnudo nunca me avergonzó ni me avergüenza; el de los demás y lo erótico de esas producciones está más en la ropa que en el desnudo. Me dio vergüenza haber caído en la trampa de creer que podía sostener mi autonomía adentro de un reino como ese. Era obvio que no, fui esclava. Años más tarde, las fotos de Nora Lezano lograron liberar la imagen, en el desnudo total, devolvérmela; y quise que acompañara estos poemas y le ganara a aquella violencia a la que me sometí por soberbia y tonta. Ahora, fotografiada por la mirada de otra y como puerta de un texto, desvestida, como quisiera ser leída, sin atuendos, y como era antes de cruzar. El cuerpo vivo que escribe.
–¿Cómo se inicia su relación con la escritura? ¿Y, particularmente, con la escritura más allá de la música?
–La escritura siempre me permitió empezar a hacer posible algo que antes de escribir no era. Lo que sea, cuando lo escribo, empieza a existir: una historia, una canción, un taller, una relación, un compromiso, un problema o su solución. Por otro lado, me permite rescatar una parte de lo que amenaza perderse, la memoria propia o ajena. Si no olvidáramos, no escribiríamos ni leeríamos. Es agenda y diario. Pero escribir es mucho más que eso, es el intento por entender, porque es salir a pensar con otro –ese otro es el texto–, y me permite ser minuciosa, detenerme, discutir, volver. Y todavía más: puedo combinar y distorsionar, desentrañar, ordenar y desordenar, y también desapegarme. La escritura pone todo en el aire, lo corporiza virtualmente y me permite observarlo. Pero también leemos el mundo primero que nada; antes de saber leer palabras, leemos gestos, sonidos, indicios de todo: alguien sale y cierra una puerta, vamos a comer, hace calor, nos quieren o no. Y reaccionamos. Leemos todo y mientras leemos vamos escribiendo una especie de fantasma en reversa, una verba interna que jamás ve la luz, la pre-escritura podríamos llamarla, en la que lectura y escritura se funden. Luego, escribir es un juego de tensión con esa música-lectura. Por eso leer es escribir y lo que leemos se siente como eco de nuestra escritura.
–¿Qué relación encuentra entre la música y la escritura? ¿Piensa el texto musicalmente?
–La escritura ocupa muchos canales y algunos quedan fuera de visión pero están trabajando. Puedo llegar a darme cuenta de su presencia por un detalle o a veces por la observación de otra persona que nos comenta algo. Esos canales “ciegos” son traicioneros, pero no hay que tener miedo, porque si nos acobardamos al escribir por temor de no estar escuchando todo, nadie escribiría nunca nada. Se resigna el control total. Es parte de la entrega, como en todo. Cuando escribimos –cuando vivimos– somos parte de un cuadro que no llegamos a ver completo nunca. Quisiera poder prestarle toda la atención que se merece a la música del texto, pero me interesa mucho la visión del texto también, el dibujo, la forma de las palabras una al lado de la otra, la disposición en la página que administra los posibles o múltiples sentidos, y que es en definitiva la que marca la música del texto: es su partitura.