Reducción del salario mínimo, elevación de la edad para jubilarse y reforma previsional, más desregulación laboral y eliminación de derechos de trabajadores, privatizaciones, apertura comercial con desmantelamiento de la unión aduanera del Mercosur y alineamiento geopolítico con Estados Unidos. Estas medidas y definiciones en materia económica y de política exterior, con impacto demoledor para las condiciones de vida y derechos de sectores vulnerables brasileños, no son independientes de discursos y acciones emprendidas contra la comunidad Lgtbiq, la preeminencia de lo religioso evangélico, la arremetida contra las tierras de los indios en el Amazonas, la promoción de la portación de armas en la población y la bandera de la lucha contra la corrupción. Con la particularidad de cada país, las fuerzas políticas de derecha y ultraderecha, ya sea Bolsonaro en Brasil, Macri en Argentina o Viktor Orbán en Hungría, conjugan medidas económicas regresivas y concentradoras de la riqueza con políticas represivas en la cuestión social y de persecución a minorías y a la oposición política, social y mediática. Es un combo que no va por separado, sino que debe ser considerado como un todo para comprender las características del actual ciclo político. Este se alimenta con los miedos (a la violencia urbana y al peligro de perder el trabajo) y prejuicios (a la diversidad sexual, a los inmigrantes y a los pobres) más profundos de la sociedad, factores imprescindibles para encubrir una política económica neoliberal que cercena derechos sociales y laborales, además de resultados macroeconómicos desastrosos.
Indignación selectiva
Política económica neoliberal y represión social van de la mano, no están escindidas. Una y otra están unidas en la organización de una sociedad estratificada sin movilidad social ascendente, distribución regresiva del ingreso, xenófoba y de exclusión de minorías. Declaraciones retrógradas, como la de la ministra de la Mujer, Familia y Derechos Humanos, la pastora evangelista Damares Alves, diciendo “atención, atención: es una nueva era en Brasil, los niños se visten azul y las niñas visten rosa”, provoca previsibles rechazos generalizados; no tantos las del ministro de Economía, el ortodoxo Paulo Guedes, proponiendo la reforma del sistema previsional (subir la edad jubilatoria de 60 a 62 en hombres y de 55 a 57 en mujeres), privatizaciones aceleradas (trenes, puertos y aeropuertos), la reducción de impuestos y la profundización de la flexibilización laboral.
Alves y Guedes forman parte de la misma cosmovisión del mundo y concepción política, que es conservadora tanto en cuestiones de género como en materia económica. La diferencia es que Alves genera reacciones indignadas, las más suaves la califican solamente como “polémica” y las más contundentes como “reaccionaria”; en cambio, Guedes, ultraliberal de la Escuela de Chicago, es presentado como “racional” y “profesional”. Existe una indignación selectiva en el espacio público, pero ambos son lo mismo.
Detrás de un discurso retrógrado en cuestiones de género, abrazado al evangelio promoviendo el gatillo fácil de la policía, se despliega una reestructuración económica y social regresiva al extremo.
El mundo conservador es liberal en lo económico postulando una mínima participación del Estado, pero al mismo tiempo promueve que ese mismo Estado sea interventor en la vida privada de las personas y las familias, en cuestiones de género y en la fe religiosa. También es utilizado como policía ideológico, en Brasil persiguiendo al PT y en Argentina a todo lo vinculado con el kirchnerismo. El gobierno de Bolsonaro anunció que despedirá a empleados estatales simpatizantes o militantes del PT (“hay que limpiar la casa de izquierdistas”, definió el jefe de gabinete, Onix Lorenzoni), lo mismo que hizo el macrismo al comienzo de su gestión sin tanta estridencia y con más sutileza (“queremos un Estado sin grasa militante”, afirmó el entonces ministro de Economía Alfonso Prat-Gay), además de revisar las cuentas de Facebook y Twitter de los empleados públicos como mecanismo de amedrentamiento y persecución.
Guía
Para entender el ciclo político que se abrió en Brasil resulta ilustrativo un reportaje publicado en el portal Bunker, realizado por Diego Sánchez y Manuel Gonzalo, al economista, politólogo y docente en la Universidad Federal de Río de Janeiro Eduardo Crespo. Ofrece definiciones interesantes para sumergirse en el análisis del proceso que se inicia con la presidencia de Bolsonaro, que ya tiene su impacto en Argentina y en la región. Crespo dice:
- “Así como Mao hablaba de un ‘socialismo con características chinas’, lo de Bolsonaro es fascismo con características brasileñas”.
- “Es un emergente de un fenómeno global como es el reflote de la religiosidad. A eso se le suman características brasileñas, como la inseguridad, la descomposición del sistema, la crisis económica, que fue global, pero en Brasil fue especialmente dura por las condiciones particulares del país”.
- “Una crisis que coincidió con un movimiento como el PT, que hizo un cambio distributivo que generó mucha resistencia en algunos sectores de clase media”.
- “¿Qué se puede proyectar en términos económicos con Bolsonaro? Es una gran incógnita y tiendo a pensar que va a ser un desastre. Primero porque la gente que está entrando al gabinete es un lumpenaje que no entiende nada”.
- “En Brasil siempre tuviste la Belindia, es decir, la India abajo, después una dirigencia más o menos y después una elite que gobernaba. O por lo menos que ponía el presidente. Ahora lo que tenés es al lumpenaje directamente haciéndose cargo”.
- “Están hablando de ajuste fiscal. Si es así, viene una nueva recesión pero con una población que se ilusionó. Porque hay mucha gente que cree que Bolsonaro cambia el país”.
- “El Mercosur quedará, en el mejor de los casos, congelado. La posición contra el Mercosur es ideológica; es un tema de encuadramiento con Estados Unidos”.
- “Hay toda una línea de gente en Brasil que quiere más liberalismo, más apertura y dice que la industria ya fue”.
Subordinación
Con escasa presencia de delegaciones extranjeras en la asunción de Bolsonaro como presidente, apenas 46, cuando para la primera de Dilma Rousseff fueron 130, el papel de Estados Unidos se ha convertido en dominante en las relaciones internacionales de Brasil. “El cielo es el límite en la relación entre Brasil y Estados Unidos”, había afirmado el ahora canciller Ernesto Araújo. Esta definición geoestratégica coloca en un segundo plano a Macri, quien había asumido el liderazgo de la derecha en la región en la tarea de apoyar e impulsar la agenda estadounidense. Bolsonaro es una pieza más atractiva que Macri para la política de Estados Unidos en Latinoamérica.
Quien fuera la embajadora de Estados Unidos en la ONU hasta fin de 2018, Nikki Haley, lo expresó directamente. Escribió en su cuenta de Twitter: “Felicitaciones al nuevo presidente de Brasil Bolsonaro. Es genial tener otro líder amigo de los Estados Unidos en América del Sur, que se unirá a la lucha contra las dictaduras en Venezuela y Cuba, y que entienda claramente el peligro de la creciente influencia de China en la región”.
No le será fácil a Bolsonaro hacer equilibrio en la disputa global entre Estados Unidos y China. El gigante asiático es el principal socio comercial de Brasil. Y Estados Unidos no puede reemplazarlo porque no son economías complementarias, más bien son competitivas en la producción agropecuaria y en ciertas ramas industriales.
El alineamiento con Estados Unidos que plantea Bolsonaro, como la subordinación de la Argentina de Macri, es ideológico y vinculado a los negocios de las armas, de la seguridad interior y de las finanzas globales. Pero no es tan sencillo desprenderse de China en el frente comercial y financiero, como lo demuestra el recorrido que tuvo Macri en tres años de mandato. Al comienzo, al definir su sumisión a los intereses de Estados Unidos en la región, Macri intentó desplazar a China de proyectos que estaban en marcha, como el equipamiento de la red ferroviaria Belgrano Cargas o clausurar las dos represas en Santa Cruz, pero no pudo concretarlo, para terminar firmando la renovación de acuerdos binacionales pactados durante el kirchnerismo, confirmando la inversión de las represas y mendigando la ampliación del swap de monedas para engordar las reservas.
Los procesos políticos de Argentina y Brasil tienen sus particularidades, en el tono de los protagonistas como también en las características de sus respectivas sociedades. Uno será de derecha y otro de ultra, pero ambos transitan el mismo camino y no sólo en cuestiones económicas.
El actual ciclo político en la región se está desplegando luego de uno dominado por fuerzas que fueron reunidas en la categoría populistas. Como el anterior ciclo tuvo su tiempo, éste también lo tendrá y su duración dependerá de la resistencia de los desplazados por planes macroeconómicos ortodoxos y políticas que cercenan derechos. Pero ese límite será determinado, fundamentalmente, por la organización de una alianza política, social y económica que tenga la aspiración de mover con firmeza el péndulo hacia la recuperación de derechos que brindan las condiciones para mejorar el bienestar de mayorías.