Entre los masai –como se da en otros pueblos– el origen de la inequidad entre hombres y mujeres se explica mediante relatos tradicionales. Según cuenta Lilian, una de estas narraciones dice que en tiempos remotos eran ellas las que mandaban. Tan poderosas eran las mujeres, que los varones les tenían miedo y ni siquiera sabían que ellos también eran necesarios para traer hijos al mundo.
Hasta que un día una mujer le dejó encargado su bebé a un hombre porque quería salir a buscar agua. El hombre agarró al bebé, pero se distrajo y lo puso al lado del fuego. El niño se quemó y murió. Aterrado ante el castigo que lo esperaba por haber sido tan descuidado, el tipo se escondió de la mujer, que a todo esto ya venía de vuelta. Cuando la madre vio el cuerpito calcinado, sin embargo, no le echó la culpa al varón. Y llorando se lamentó: “¡Perdón, hombre! Por haberme ido se ha muerto nuestro hijo”. Su compañero, todavía oculto, escuchó la palabra “nuestro” y entendió que los niños también venían de los hombres. A partir de ese instante se alteró la relación de poder hasta derivar en la situación actual.