“El día que encontré la heladera el cielo era todo gris. Paso siempre por esta calle y siempre hay cartón bueno. Antes hacía una parada de descanso por la zona del Abasto; ahora cambié un poco el recorrido y paro acá”, cuenta José, cartonero desde hace 15 años, frente a una heladera ubicada en plena avenida Mosconi, en Villa Pueyrredon. El electrodoméstico está allí, frente al número 2534, desde el último día de octubre del año pasado. “La idea surgió un día con mi mamá, buscando la manera de ayudar a quienes más lo necesitan”, contó Lupita Gutierrez, de 20 años, que, junto con sus vecinos y comerciantes de la cuadra, procuran que esa heladera esté siempre llena y limpia, para que cumpla una función social.
El artefacto está atado a un poste de luz, a mitad de cuadra, frente a la casa de Lupita. “Un día, cuando terminamos de almorzar no queríamos tirar lo que había sobrado, y propuse ponerlo en una cajita y dejarlo en la calle. Publiqué en Facebook si alguien podía donar una heladera, ropero o similar y a las cuatro horas ya había conseguido una”, recordó en diálogo con la agencia Anccom.
Hay botellas de agua y jugo, pan en bolsas de supermercado, bandejas descartables con fideos, un tupper con albóndigas y naranjas sueltas. José elige los fideos y una bolsa con pan. El sol le pega en la nunca y se refresca con agua que lleva en su carro. “Llevo toda la plata que junto a la madre de mis hijos y si sobra me quedo con algo”, relata. Sueña con que sus hijos logren terminar el secundario y sigan estudiando. No sabe si después de los fideos le va a alcanzar para comer a la noche.
La iniciativa de Lupita forma parte de una cadena solidaria que comenzó en febrero de 2016 y ya se expande por todo el país. La primera heladera social fue instalada en Tucumán por Fernando Ríos Kissner, un empresario gastronómico que hizo realidad su idea luego de ver a un padre meter a su hijo dentro de un contenedor de basura para buscar comida. La aceptación de esa idea fue tan grande que rápidamente tuvo réplicas en Córdoba, San Juan, Jujuy, Salta, Neuquén y provincia de Buenos Aires. El proyecto también sumó la idea de un perchero social que integra la campaña “Frío Cero”, de la Red Solidaria.
De acuerdo con la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO, por sus siglas en inglés), un tercio de los comestibles producidos en el mundo se pierde o desperdicia anualmente. En la Argentina cada año se derrochan 38 kilos por habitante, lo que genera un residuo de 1,5 millones de toneladas, ya sea porque los consumidores planifican mal sus compras o por descuidos en la conservación. A nivel mundial, cada año se pierden 1.300 millones de toneladas de alimentos.
La esquina de Mosconi y Artigas “es muy transitada en todo momento del día”, dice Carolina, encargada del puesto de diarios. Una farmacia, el puesto de revistas, la panadería Lemon, el Kiosko de Katy, la casa de una vecina, el negocio de arreglo de computadoras, la casa de Lupita, la papelería, la ferretería y salón de fiestas conviven con la heladera, en ese orden. En la cuadra hay pocas familias, pero la heladera nunca está vacía, observó Lupita. “Está el que pone comida, el que se lleva y el que se queja porque le molesta. Lo que más veo es gente que se acerca a poner alimentos. Es impresionante la solidaridad”, relató Katy, dueña del kiosko “La vecindad”, que añadió que “muchos padres con sus hijos compran galletitas, alfajores o bebidas para poner”.
El artefacto no está enchufado, con lo cual los alimentos que más se conservan son los no perecederos o los que se retiran en el día. “Tomá lo que necesites, aportá lo que puedas”, indican los carteles que tiene el electrodoméstico.
Santiago, de 28 años, no sabe leer muy bien; Gonzalo, su hijo de 8 años, cartonea con él. “Papá, mirá esa heladera. ¿La llevamos?”, dijo el nene a su padre una mañana, mientras caminaban por Mosconi en busca de cartón. “Nos acercamos a ver si la podíamos levantar. Cuando la estábamos moviendo vino un pibe y nos frenó el carro”, recordó Santiago, que además los fines de semana trabaja en la guardia de un almacén en el Bajo Flores, la zona donde vive con su esposa, Gonzalo y sus otros tres hijos. Esa mañana, cuando intentaban cargar la heladera, Adrián Pérez, técnico en computación, vio desde su local lo que estaba pasando. “Estaba arreglando la computadora de un cliente y cuando levanto la vista veo a los chicos. Salí corriendo a explicarles que sólo podían llevarse la comida”, dijo. Fue la primera vez que Santiago y su hijo Gonzalo se alimentaron de la heladera social; llevaron una tarta entera, fideos y manzanas. “Ese día le di a Gonzalo y a mis otros hijos de comer. Ahora pasamos siempre y todas las noches tengo algo para darles”, contó. Esa vez, cuando volvió al barrio, Santiago alertó sobre la heladera social a los vecinos de su cuadra.
Cuando el electrodoméstico cumplió una semana en la vereda, una vecina pidió al Gobierno porteño que la retirara; aseguró que generaba “bichos y mal olor”. Cuando la cuadrilla fue a recogerla, los demás vecinos se opusieron.
Informe: Andrés Ignacio Stahler y Magalí Druscovich/Anccom.