Desde La Paloma

“En el país más chico de Sudamérica se instauró un festival que reúne a los mejores cancionistas de Iberoamérica”, define y resume el mexicano David Aguilar sobre el espíritu del Festival Serenadas, que culminó su quinta edición el sábado en el centro de La Paloma. Aguilar es uno de los tantos músicos y músicas que se juntan a veranear en la playa La Serena y que forman parte de una red artística y afectiva que alimentan la grilla del festival. “Esta es una familia de amigos que tiene en común la música y la creación. Esto empezó con reuniones de músicos que nos juntábamos en el verano en la casa de Dani (Drexler), porque es una época en la que todo el mundo puede dejar sus trabajos estables y encontrarse con gente de otros lados. Entonces, fue la mejor excusa para juntarnos acá a guitarrear en la playa y el bosque, y luego materializar eso en un festival”, cuenta la cantautora Yisela Sosa, oriunda de Paysandú, sobre la génesis del evento.

Durante dos jornadas –jueves y sábado–, la grilla se caracterizó por la diversidad de estéticas adentro de los márgenes del formato canción. Si bien algunos sets se destacaron sobre otros, todos los artistas mostraron propuestas originales y con un lenguaje definido. La curaduría, de algún modo, sucede por una gran cuota de espontaneidad, pero siempre prevalece el equilibrio en la calidad artística. En la primera jornada, el patagónico Marcelo Saccomanno cautivó con sus canciones templadas y amplias como las tierras del sur, el uruguayo Juan Manuel Barrios le puso color litoraleño al festival y Dani Mágica empezó a afianzar su etapa solista. A su turno, la argentina Cata Raybaud, sola con una guitarra y una loopera, propuso una repertorio bailable y festivo. Un momento alto de su show fue la participación de los mexicanos Ampersan en la cumbia andina “Ula”.

Una de las sorpresas de la primera fecha fue la presentación de la brasileña Paola Kirst, quien desplegó toda su fuerza escénica y vocal a través de canciones con influencias flamencas y el eje en la MPB. Desde otro enfoque, el gaúcho Zelito Ramos Souza retrató en “Milonga de todos os lugares” la afinidad rítmica en esta parte del mundo. Daniel Drexler, uno de los impulsores del festival, propuso un concierto cálido centrado en las canciones de su último disco, Uno, versionadas con preciosos arreglos corales, como “Al menos un segundo”. Su prima, la reconocida Ana Prada, recorrió sus canciones empoderadas y melancólicas, como “Adiós” o “Tu vestido”, que desató el coro colectivo.

El cierre de la noche estuvo a cargo de David Aguilar, uno de los músicos mexicanos con mayor proyección, quien después de transitar la escena cancionística autogestiva desde comienzos de siglo empezó a recoger los frutos de su obra. Aguilar conjuga con ingenio y creatividad una poética profunda y una particular exploración armónica, además de su magnetismo escénico. “En México, la búsqueda está más supeditada a las tendencias pop; en cambio en esta región prevalece una cuestión experimental pero conservando la raíz. En Sudamérica hay una inquietud por la canción desde un lugar armónico-musical. En México no interesa tanto el virtuosismo”, diferencia Aguilar, quien en la última edición de los Grammy Latinos fue nominado en cinco ternas. En su set, interpretó canciones como “Meteorito”, “A la ventana Carolina” y el bolero “De la luna al sol”, y la perlita de la jornada fue la participación de Mon Laferte –quien no estaba programada– como voz invitada en “Si alguna vez”.

El espacio que cobijó las dos jornadas del festival, Casa Bahía, tiene una importante historia en la música popular uruguaya: su escenario vio pasar a Alfredo Zitarrosa, Jaime Roos, Los Olimareños y otras figuras claves de la cultura del país. En ese contexto, la segunda fecha abrió con las canciones con impronta folklórica y cotidianas (milongas, sobre todo) del trovador palomense Julio Víctor González y encontró otro rumbo con la canción simple y pegadiza del costarricense Jonathan Méndez. “Esta es una canción dedicada al lado femenino de la naturaleza y el universo”, introdujo la mexicana Zindu Cano, del dúo Ampersan, antes de la bellísima “Madre tierra”. Junto a su compañero, Kevin García, conectaron con la música de sus ancestros (entre jaranas y joropos) y también apelaron a los sonidos urbanos contemporáneos, como la electrónica. A su turno, un conectadísimo Ezequiel Borra conmovió con “Madre” y “La semilla” –acompañado aquí por Lautaro Matute y Rodrigo Carazo–, canciones que buscan la naturaleza en el cemento de Buenos Aires.

Luego de la juntada uruguaya Ludique (con Diego Drexler y Mariana Lucía), el compositor y pianista argentino Darío Jalfin le puso su sello a “Gato egipcio” de El Príncipe y el español Pablo Lesuit empezó a mostrar las canciones viajeras de su próximo disco, acompañado en guitarra por Juanito el Cantor. Las canciones en colaboración y cruces arriba del escenario fueron una constante. Por ejemplo, la versión de “El tiempo” de Lesuit cantada en portugués por el brasileño Tó Brandileone. “En Brasil importamos mucha cultura de Estados Unidos y también somos ensimismados con la música. Hace tres años atrás Jorge Drexler me invitó a venir a La Serena y me di cuenta que estaba rodeado de músicos geniales y de una cultura muy próxima, pero en Brasil no aprendemos español, sino inglés o francés”, cuenta Brandileone, guitarrista y compositor de San Pablo.

“Fue un shock comprender que existe un diálogo que no está tan aprovechado entre nuestros países. Una reunión como ésta es una oportunidad increíble para intercambiar cultura y, más en el contexto político y social que vive la región”, dice el músico, quien cerró el festival con sus canciones enfocadas en la guitarrística y el juego continuo. En este sentido, abrió con una versión en portugués de “Movimiento”, de Jorge Drexler, cuya letra podría funcionar como síntesis de la interesante convivencia y aprendizaje cultural que se vive en este pequeño rincón del mundo: “Yo no soy de aquí pero tú tampoco / De ningún lado del todo y de todos lados un poco”.