En la historia hubo un Estado que estudió, elaboró, distribuyó, legalizó y hasta ordenó el consumo de drogas psicoactivas: el Estado nazi.
El periodista alemán Norman Ohler realizó una investigación (“High Hitler. Las drogas en el Tercer Reich”, publicado en 2016) que ilustra cómo un Estado puede utilizar las drogas psicoactivas para llevar adelante sus propósitos políticos.
Desde 1933 el gobierno de Adolf Hitler desplegó una estrategia represiva antidroga con serias consecuencias para quienes llevasen adelante una conducta adictiva. Se basó en La Ley del Opio del Reich. La Alemania nazi escarmentaba al adicto, lo encerraba y no le evitaba el cuadro de abstinencia. Los adictos a narcóticos fueron estigmatizados como “personas psicopáticas”. Se les impedía el matrimonio y la descendencia. La política antidroga sirvió de vehículo de exclusión, represión y exterminio: judíos y drogas se fundieron en una unidad tóxica e infecciosa. Al mismo tiempo un grupo de farmacólogos del Reich en 1937 crearon una droga que tenía la propiedad de quitar el sueño y el hambre y producían euforia.
La llamaron “droga potenciadora del rendimiento”, fue fabricada en los laboratorios Temmler de Berlín y bautizada comercialmente como “Pervitin”. Así nació la metanfetamina, una de las drogas actuales más conocidas, potentes e ilegales. La misma que inmortaliza la serie Breaking Bad.
Por algo Alemania fue denominada durante mucho tiempo “el laboratorio del mundo”. Desde la aspirina hasta la heroína, los farmacólogos alemanes inventaron un gran número de sustancias. Sus laboratorios (Bayer y Merck, entre otros) produjeron drogas psicoactivas y de alta calidad. La metanfetamina fue desarrollada como una especie de “antidroga” llamada a sustituir todas las sustancias ilegales y su consumo no estaba sancionado. Todo lo contrario. Fue considerada una panacea. Se vendió en todos los formatos posibles y hasta en forma de bombones y fue un éxito en todas las clases sociales.
En el Estado nazi los médicos “debían mantener la capacidad de rendimiento del individuo, y de ser posible, aumentarla”. La Pervitina cuadraba en forma perfecta con el clima de meritocracia y con la necesidad de salir de la depresión posterior a la Primera Guerra Mundial. La droga se convirtió en un éxito social. Millones de personas la consumían en forma diaria y fue protagonista de un hecho inédito en la historia militar: el empleo de drogas psicoactivas en forma sistemática y planificada por parte de las fuerzas armadas de un país para enfrentar un escenario bélico.
Por supuesto que el gobierno alemán no fue el único que utilizó sustancias psicoactivas con fines militares. El Reino Unido empleó una variante (bencedrina) algunos años después. En la década del 60 el gobierno norteamericano intoxicó con drogas a sus tropas en Vietnam. Pero el ejemplo nazi sigue siendo simbólico de la relación entre Estado e intoxicación. A los pocos meses del uso masivo, comenzaron a conocerse informes de sobredosis y adicción a la sustancia e incluso surgió la expresión “cadáveres de la Pervitina”. Pero el Estado nazi desoyó esos reportes. Decretar la ilegalidad de la sustancia no era un objetivo del gobierno aun frente a la evidencia médica. El desarrollo de una sustancia que aumentara el rendimiento era un hecho político no negociable.
De aquí sale una gran lección: la ilegalidad de una sustancia no obedece a una lógica médica sino que representa una estrategia política. Existen drogas prohibidas con un nivel de peligrosidad menor que otras drogas promocionadas en la radio y televisión a todas horas. En la Alemania nazi la droga era un compañero “ideal” en el campo de batalla. Estimulaba, desinhibía y anestesiaba los sentimientos y resultó un ingrediente secreto pero primordial de la denominada “guerra relámpago” con la que Alemania invadió a Francia en pocos días, y casi sin resistencia, en mayo de 1940. De la mano de un estado de intoxicación nunca visto en un ejército, los alemanes ganaron más territorio que en los cuatro años de la Primera Guerra Mundial. Los soldados alemanes estaban alertas, y en avance sostenido, hasta 36 a 40 horas seguidas con el abuso de esta “amina despertadora y antidepresiva”, como decían los textos.
La Wehrmacht fue la primera fuerza armada del mundo que apostó por una droga química y la Pervitina fue declarada de “vital importancia bélica”. También fue el primer ejército en estudiar el efecto de estas sustancias en la población de soldados y luego en crueles experimentos en los campos de concentración, donde exponían a prisioneros a distintas combinaciones de drogas estimulantes para encontrar el “fármaco perfecto”. Ohler describe una serie de experimentos con una crueldad sin fin en los campos de concentración de Dachau y Auschwitz.
El rol del Estado respecto a las sustancias está en debate pleno en este momento de la Argentina. ¿Debe ser inquisidor o contenedor? La experiencia nazi muestra la perspectiva de cuán grotesca y alienante puede ser la posición de un Estado: desde la prohibición y la persecución hasta la inducción y la promoción a tomar drogas en forma salvaje. Todo según los tiempos políticos de ocasión y las necesidades de sus gobernantes.
El mismo Adolf Hitler tiene su propia y desconocida historia con las sustancias psicoactivas a pesar de ser vegetariano y abstemio. Su médico personal entre 1941 y1944, Theo Morell, le administró en forma diaria inyecciones de todo tipo de sustancias: vitaminas, bacterias, proteínas animales, hormonas esteroideas, glucosa, opioides como la oxicodona. Finalmente cerca de 1943, le dio “Eukodal”, una mezcla de cocaína y morfina (“Speedball”). En forma complementaria Hitler recibió aplicaciones tópicas de cocaína en su mucosa nasal (en más de 50 ocasiones) por varios meses en 1944 “para mitigar una serie de dolores”.
Médico y paciente jugaban a las escondidas de las miradas de terceros, y el médico le aplicaba las inyecciones diarias de estas drogas que Hitler solicitaba imperiosamente cuando la abstinencia avanzaba. La faceta de policonsumidor de sustancias, según la perspectiva de Ohler, ha sido subestimada y hasta relativizada por la mayoría de los biógrafos.
Si el desarrollo de la sociedades modernas está unido al origen y distribución de los estupefacientes, la Alemania nazi se sintió particularmente afín con las drogas anfetamínicas, que llevan al individuo en forma artificial más allá de sus límites y que lo convierten en el engranaje de una máquina deshumanizada. Y fue, naturalmente, una política del Estado. High Hitler.
* Médico psiquiatra. Docente adscripto de la Universidad de Buenos Aires.