Hábil administrador de recursos escasos, Gustavo Alfaro decidió, a los 56 años, asumir el reto más grande de su trayectoria como director técnico. Si dirigir a Boca ha sido siempre para cualquiera un viaje seguro rumbo a los mares tempestuosos, mucho más lo es ahora, a casi un mes de haber perdido ante River en Madrid, la final que no se quería ni debía perder.
Alfaro lo sabe. Pero igual volvió a poner la Copa Libertadores como la única respuesta a todas las preguntas. “Me contrataron para ganarla, a eso venimos. Es un anhelo ferviente del club”, dijo el miércoles pasado en su conferencia de presentación. El llamado “Mundo Boca” (en verdad un cúmulo impreciso de dirigentes, empresarios y allegados que forma el sentido común xeneize a través de varios medios periodísticos) todavía mira con recelo al nuevo entrenador. Acaso porque su carrera ha sido exitosa al frente de equipos chicos, de bajos presupuestos y módicas ambiciones. Pero patinó sin remedio cuando condujo clubes como San Lorenzo y Rosario Central, que siempre pretendieron algo más que buenas campañas o mantener la categoría.
En San Lorenzo, Alfaro estuvo entre 2005 y 2006. Y no le fue bien. En el Apertura 2005, por ejemplo, su equipo fue goleado de visitante 5-0 por River y Banfield y 4-1 de local por Colón y batió el record de derrotas fuera del Nuevo Gasómetro y de goles en contra en torneos cortos. En el Clausura 2006, lo despidieron al cabo de tres fechas. En Central, entre 2008 y 2009, le fue aún peor: perdió 10 de 14 partidos y todavía hoy, algunos hinchas rencorosos le cargan en su cuenta el descenso de mediados de 2010.
Sin dudas, y sin dejar de lado sus ascensos a la A con Olimpo en 2002 y Quilmes en 2003, sus mejores obras futbolísticas, las que mejor expresan sus convicciones, han sido aquel Arsenal que ganó la Copa Sudamericana 2007, el Clausura y la Supercopa Argentina 2012 y la Copa Argentina 2013 y el Huracán que acaba de abandonar, al que tomó casi en estado de descenso terminal y logró clasificarlo para la Libertadores de este año, tras haber llegado cuarto en la Superliga 2017/2018. En todos los casos, se trató de equipos ordenados, bien parados en la cancha, que no tomaron más riesgos que los estrictamente necesarios y que hicieron del 4-4-2, casi su razón de ser.
¿Repetirá este dibujo Alfaro en Boca? ¿O armará un 4-3-3 para demostrar que puede ser tan ofensivo como el que más? Esa es la gran pregunta todavía sin respuesta. En sus primeras declaraciones, entregó algunas ideas: “El 4-3-3 de Guillermo (Barros Schelotto) me gustó mucho pero el equipo también tendrá que estar preparado para jugar de otra manera”, afirmó. Y luego agregó: “Una estructura 4-3-3 no lo puede contener a Tevez porque él no está apto para jugar como nueve de punta y tampoco como extremo. Deberá tener un atacante por delante, jugadores que vayan por los costados y volantes por atrás”.
De estos posicionamientos iniciales, queda claro que, en la cabeza de Alfaro, Tevez hoy por hoy es titular, con “Wanchope” Abila o Benedetto de punta. Que esos sueños se hagan realidad dependerá de la pretemporada que haga el propio “Carlitos” –“Yo quiero trabajar para tener al mejor Tevez. Ojalá que esté para jugar los 90 minutos, pero si está para un rato, será un rato”, dijo el técnico–. Habrá que esperar las primeras prácticas de fútbol de la pretemporada en Los Cardales y, sobre todo, los amistosos en Mar del Plata ante Unión (el miércoles 16) y Aldosivi (domingo 20) para saberlo.
Sería una gran sorpresa si Alfaro se desmiente a sí mismo y arma un esquema diferente a ese 4-4-2 clásico y moderno, al que tanto ha echado mano desde que empezó a dirigir en 1992. Pero si al final decidiera quedarse dónde está, ese esquema podría complicarle la titularidad de Cristian Pavón y el colombiano Sebastián Villa. Salvo que los dos acepten ser más mediocampistas que extremos como lo fueron en la finalísima copera de Madrid en una de las decisiones más controversiales de los mellizos Barros Schelotto. Y tengan resto físico para arrancar desde la mitad de la cancha y llegar con fuerza arriba, algo que ante River no sucedió. Ninguno de los dos arranca con ventaja en la mirada del técnico. Tanto que ya hay gestiones iniciadas para ocupar esa posición con Angel González, el jugador de Godoy Cruz que puede ser volante o extremo por la derecha.
Habituado a arreglarse con lo que hay, ahora Alfaro tendrá que armar a Boca contando dos y hasta tres jugadores competitivos por puesto. Desde el sábado tiene al defensor paraguayo Junior Alonso para compensar la venta de Lisandro Magallán al Ajax de Holanda y espera saber cuanto antes si el uruguayo Nahitan Nández sigue o se va. Tal vez le pida al director deportivo Nicolás Burdisso algo que no tiene: un volante por izquierda de gran recorrido. Y un volante creativo que pueda jugar al lado o solo algunos metros por delante de los colombianos Wilmar Barrios o Jorman Campuzano, si es que Barrios termina yéndose al Everton de Inglaterra que ofertó 21 millones de euros por su pase.
Lo dicho: otra vez en Boca, la Copa Libertadores será la medida de todas las cosas. Pero para afirmarse en su cargo y ganarse la voluntad de un ambiente que se le puede poner muy hostil si no logra resultados rápidos, Alfaro no debería descuidar la Superliga ni la final de la Supercopa Argentina ante Central. En el campeonato, Boca está a 12 puntos del líder Racing, pero debe dos partidos ante San Martín de San Juan (visitante) y Atlético Tucumán (local) que pagará en el verano. El tricampeonato parece hoy una quimera. No lo será tanto si gana esos dos partidos y le mete presión a la Academia.
La final con Central sería el 6 de abril en Mendoza o en el estadio Unico de La Plata. Pero por entonces, ya se estará jugando la fase de grupos de la Copa, donde Boca debutará el martes 4 de marzo en Cochabamba (Bolivia) ante Jorge Wilstermann. De mínima, en este primer semestre, le apuntará a ganar un título y pasar a los octavos de la Libertadores. La apuesta máxima vendrá luego: la Libertadores se definirá recién el 23 de noviembre a partido único en Santiago de Chile. En el medio, pasarán cosas, muchas cosas. “La vara está muy alta, en Boca no hay purgatorio, es el cielo o el infierno”. Alfaro tiene muy en claro dónde se metió.