Una periodista argentina me dijo, en una entrevista que me hacía, que no hay riesgo de un fenómeno como el de Bolsonaro en Argentina. Es cierto, pero no por ello las cosas ocurren de manera distinta a las de Brasil. Porque el objetivo fundamental de la derecha es restablecer y garantizar el modelo neoliberal, para lo cual se vale de las candidaturas de las que dispone. Lo de Brasil demuestra que, según el tamaño del riesgo que corre, está dispuesta a echar mano de un personaje caricaturesco, grotesco, que hasta hace poco tiempo era parte de la burla de los mismos medios que ahora lo aceptan y casi le agradecen haber impedido –no importa bajo qué forma– el retorno de PT y del un gobierno antineoliberal.
En Argentina, con Macri la guerra híbrida contra Cristina avanza por todos los medios, jurídicos, mediáticos, con la judicialización y el “lawfare” que la caracteriza, conforme Macri ve desgastarse su apoyo popular y Cristina avanza. Está claro que la derecha argentina desea hacer con Cristina lo que han hecho con Lula. Falta saber si van a poder.
Pero lo más importante es no restringir el análisis de lo que ocurre en Brasil a Bolsonaro. No fue él quien ganó las elecciones. Fue el poderoso esquema compuesto por el gran empresariado y los medios de comunicación, sumado a iglesias evangélicas y a la acción del grupo que se reúne alrededor de Bolsonaro. Este fue el candidato que le quedó a la derecha para dar la pelea en contra del PT y de sus candidatos.
Esa victoria fue posible a partir de tres fenómenos: la prisión, condena y prohibición de la candidatura de Lula, sin ningún justificativo legal; el fracaso de parte de la derecha de encontrar a un candidato que personificara el rechazo a la política, producido en Brasil a partir de las manifestaciones del 2013 –después de la inviabilidad de candidaturas como las del juez Joaquim Barbosa y del presentador de televisión Luciano Huck, ambos ajenos a la política tradicional–; la desaparición política del PSDB, por el apoyo que dio al golpe en contra de Dilma y al gobierno de Temer, después de haber sido el partido que había disputado seis elecciones presidenciales en contra del PT. Las bases de apoyo del PSDB se han radicalizado hacia la derecha, pasando a alinearse con la candidatura de Bolsonaro.
Fue así como la derecha apeló a la candidatura de un tipo de extrema derecha, el único que despuntaba con caudal significativo de votos en las encuestas, aunque lejos de Lula, que siempre ganaba en primera vuelta. La derecha tuvo y tiene que soportar las posiciones extremistas de Bolsonaro, como precio a pagar por el fracaso de sus candidatos tradicionales.
Pero nada de ello sería posible, si no fuera por la gigantesca y monstruosa campaña de operación de noticias falsas, difundidas por millones de robots, con increíbles acusaciones –como la de que Haddad, como ministro de Educación, habría hecho repartir en las escuelas biberones con formato del órgano sexual masculino, con fotos que lo demostrarían–. Su efecto fue inmediato, justo en la semana en que Haddad superaba a Bolsonaro en las encuestas y que terminaría con las manifestaciones más grandes en contra del candidato de la derecha, conducida por las mujeres, con el lema #ElNo. Hasta aquel momento la agenda social de PT –con Haddad enarbolando un libro en una mano, el documento de trabajo en otra– predominaba y proyectaba la victoria del candidato del PT.
No hay que olvidar nunca, en cualquier análisis que se haga, del fenómeno del favoritismo de Lula, que hubiera podido triunfar en primera vuelta, por lo tanto, sobre la suma de todos los otros candidatos, incluido a Bolsonaro. Fenómeno fundamental, de la fuerza de la izquierda, para entender por qué la derecha se ha jugado en los brazos de un candidato aventurero como Bolsonaro. Es producto de la fuerza y no de la debilidad de la izquierda. Si no fuera así, la derecha habría apelado a alguno de sus candidatos tradicionales, como Alckmin, entonces gobernador de San Pablo, del PSDB, por ejemplo.
Ello es indispensable, para evitar análisis impresionistas de que el PT habría perdido sus bases populares en favor de los evangélicos y la extrema derecha. El candidato del PT siempre mantuvo el liderazgo en las encuestas en las capas de más bajo nivel de renta de la población y ha triunfado arrolladoramente en todas las provincias del nordeste, la región más pobre de Brasil. Se tiende a subestimar la fuerza de Lula y del PT, hasta en esa campaña monstruosa de internet que ha puesto en práctica la extrema derecha.
No hay en Brasil una mayoría de extrema derecha, con las ideas de Bolsonaro. El se equivoca creyéndose todopoderoso y creyendo que Brasil tiene una mayoría conservadora y hasta de extrema derecha. La primera señal es la de que las tradicionales encuestas sobre las expectativas optimistas sobre el nuevo gobierno le han brindado índices inferiores a los de todos los gobiernos elegidos en democracia: inferiores a los de Collor, a los Cardoso, a los de Lula y a los de Dilma.
En segundo lugar, alguna de sus grandes promesas de campaña han sido rechazadas frontalmente en las primeras encuestas de opinión pública después de su toma de posesión: dos tercios está en contra de la liberación de la venta y tenencia de armas; la mayoría está en contra de las privatizaciones y de las reformas que quitan derecho a los trabajadores, así como la instalación de una base militar norteamericana en Brasil. A lo que se agrega una encuesta más reciente, en la que la gran mayoría de los brasileños son favorables a que los temas políticos y sexuales sean abordados en las escuelas, al contrario de lo que plantea la extrema derecha.
Frente a ese primer desencuentro con la opinión publica, Bolsonaro dio una entrevista en una TV aliada, en la que habló de la baja de la edad de jubilación de los trabajadores, de un impuesto a la renta financiera y de la disminución el cobro del impuesto a las ganancias. Afirmaciones que fueron inmediatamente desmentidas por un representante del equipo económico del gobierno, sin que Bolsonaro lo descalificara.
Bolsonaro cree que Brasil es un país de extrema derecha y nombra a imbéciles -después que él mismo fue nombrado como el idiota del año por una publicación europea - para ocupar sus ministerios en Relaciones Exteriores, en Educación, en Ciencia y tecnología, en la Secretaría de mujeres, entre otros, que dicen sandeces todos los días. Empieza así a chocarse con la realidad. Después de afirmar y desdecirse de que Brasil reconocería a Jerusalén como la capital de Israel, trasladando su embajada, lo reafirmó ante el representante de Trump que vino a su toma de posesión. Pero de inmediato fue desmentido por el militar nombrado por él para la Secretaria de Temas Estratégicos, que dijo que lo que hay es tan solamente un estudio sobre el tema, reflejando la preocupación de los grandes empresarios por las represalias anunciadas por países árabes, grandes compradores de carnes brasileñas, sobre los efectos negativos de una eventual decisión sobre Israel.
El gobierno tiene sus 3 ejes constituidos: militares, equipo económico de Chicago boys y ministerio de Justicia (con el equipo de Lava Jato, con Sergio Moro). Los ministros nombrados de la cuota personal de Bolsonaro tienen vida corta, en caso de que mantengan sus posiciones y declaraciones absurdas. Incluso el mismo Bolsonaro, o se ajusta a las decisiones de aquel trípode, o puede tener vida corta como presidente.
Bastó la primera semana de gobierno para que se dijera en los medios que Bolsonaro ya no gobierna, o que su ministro de Economía tiene plazo corto para caer pero, principalmente, que no hay coordinación en el gobierno y que Bolsonaro no tiene capacidad para gobernar.
El llamado a un candidato de extrema derecha es resultado de la persistente fuerza de Lula y del PT, y del derrumbe del PSDB. Como dijo la presidenta del PT, Gleisi Hoffmann, un gobierno que no tiene proyecto, tiene que fabricar sus enemigos: el socialismo, el marxismo, la bandera roja. Para combatirlos, apela a instrumentos igualmente irreales: Dios, la Biblia, las religiones, así como una supuesta no ideología -que es lo más ideológico que puede haber–. Bolsonaro fue el candidato que la derecha necesitaba para impedir la victoria del PT, pero puede perfectamente no ser el presidente que la derecha necesita para intentar mantener el proceso bajo control.
Al final de este año se podrá hacer un balance de los cambios que realmente han venido para quedarse en Brasil, de la fuerza democrática de la oposición, y del país que terminará esta conmocionada segunda década del siglo XXI.