Pearl
Cuando suena Move over tomo sol
en la terraza, bajo mi espalda hierve
la membrana plateada impermeable
y el verano y el aceite Johnson
me calcinan la piel.
Cuando suena Move over me pregunto
cuántas cosas podré hacer en esta vida
y concluyo que todas.
Estoy despierta, pero el mundo duerme
su antigua siesta
y en un zaguán Basil, el palestino,
me da un beso. Su lengua asoma
femínea y delicada
entre los pelos negros de la barba
cuando suena Move over.
Pero una chica como yo – y él no lo sabe-
hubiera muerto por besar a Jannis Joplin
entrando a la cabina de un estudio
con manos anilladas y vibrando
a capella Summertime.
Los platillos redoblan las campanas
porque ella sigue ardiendo y nunca
ardió más que cantándome Move over
en mis auriculares.
La música es un río que esta tarde
desemboca en su boca que es el cuadro de Munch
y los golpes de bata alejan
cualquier pasado, con excepción del suyo.
Y al sonar Move over, Janis Joplin
tiene los ojos de mi amiga, ocultos bajo lentes
redondos y dorados y el pelo revuelto y abundante.
El verde de sus iris atraviesa los vidrios
me mira con la fuerza concentrada de ese verde
muriendo en su esplendor
como el amor
mientras suena Move over.
Cry baby
Caminé muy temprano por la rambla.
No buscaba un pañuelo bordado con tu nombre
ni un libro subrayado con tu marcador negro,
no la lata dibujada con arabescos y la letra
en inglés de Cry baby.
Caminé como loca en la mañana ventosa del verano.
Bajé la escalinata de piedra y hormigón
y te busqué en la arena
dorada sin sombrillas del balneario Pleamar.
Caminé por la ciudad, mirando
las puertas de los bares todavía cerrados
y tomé la avenida. No había un alma
solamente la mía ocupada en buscar
no el colmillo colgante
que el soldado israelí te regaló en Jordania
o Gaza o Cisjordania, ni el humo de tu hash
que olía densamente a incienso y a patchuli.
No iba a ver ese solero a rayas
ni los borcegos negros que usabas todo el año
aunque hiciese calor
tampoco ese tatú de Horus
que todavía llora en tu omóplato izquierdo
y que la tarde anterior había acariciado
al pasarte el bronceador.
Esa mañana horrible yo caminé sabiendo
que ya no iba a encontrar tu cara recién amanecida
ni la mochila a cuadros
donde otra vez cargabas, de vuelta a Villa Crespo
tu kit de drogas, pinturas y cuadernos
escritos hasta el margen. Yo te busqué en el margen
de la ciudad y regresé a una casa
donde la furia de un hombre acontecía
y desde allí vi el sol caer y oscurecerse
hasta ser engullido por el mar.
Del libro Canciones de amor (27pulqui, 2015)