Se termina de tomar dimensión de lo que Tintín significa para la cultura belga cuando se entra al Museo de la Historieta en Bruselas y –enmarcado en un bellísimo edificio estilo Art Nouveau– lo primero que se encuentra es una serie de estatuas a color con el joven periodista y elementos icónicos de sus aventuras. ¿Cuánto importa la historieta en Bélgica? Para darse una idea: los carteles de las calles capitalinas llevan su nombre en los tres idiomas oficiales del país. Y en buena parte de sus pasajes aparece un cuarto nombre dedicado a una serie o un personaje importante para el noveno arte (Mafalda también figura, por ejemplo). Así de importante. La máxima creación de Hergé es uno de sus orgullos nacionales, con todo y con sus polémicas de todo tipo. Mañana Tintín cumple 90 años de vida, pues apareció por primera vez en esta fecha de 1929 en Le Petit Vingtième, un suplemento juvenil. Desde entonces el jovencito es sinónimo de línea clara, de aventura y de historieta.
El Museé de la BD de Bruxelles no necesita organizar nada “especial” por el aniversario porque ya cuenta con una exposición permanente dedicada al gran maestro. Pero eso no significa que no haya festejos y exposiciones en otras latitudes. Sin salir del mercado francobelga, se destaca particularmente la exposición que el Centre Pompidou –el gran museo de arte contemporáneo francés– dedica al personaje en una de sus alas. No es la primera vez que el Pompidou se detiene en esta obra. En 2007 lo hizo para celebrar el centenario de su autor y por entonces Laurent Le Bon, curador de la muestra, aseguró que era “importante colgar a Hergé junto a Matisse o Picasso”, mientras que otras voces de la época celebraron su reconocimiento como “artista contemporáneo”. Es que si Hergé es una figura central en la historia del comic, también fue influyente en la plástica. Figuras como Andy Warhol o Roy Lichtenstein lo citaron en más de una ocasión como un referente. Literatos como Arturo Pérez-Reverte reconocieron también la importancia de esa obra en su vida.
Desde luego, no sólo los grandes artistas fueron atravesados por Tintín. Sus aventuras se tradujeron a 70 idiomas y sus cifras de ventas superan los 200 millones de ejemplares, sin contar la infinidad de adaptaciones cinematográficas, a videojuegos, merchandising y demás. A toda esa parafernalia se suma, con la excusa del aniversario, un “Cofre 90 aniversario” con todos los álbumes que, en España, se consigue por 266 euros. Es decir, unos 12.000 pesos argentinos. En Mercado Libre un producto parecido alcanza los 18.000. De todos modos, el cofre repleto de secretos en unicornios, viajes a lo desconocido, pinzas de cangrejos de oro, vuelos a la luna –y más– sale más barato que un original de Hergé. En 2016 llegó a pagarse 1,55 millón de euros en una subasta en París... por una sola página. Y el año pasado otra página, menos relevante que la otra, se vendió en Dallas, Estados Unidos, a “apenas” 422 mil dólares, mientras que otras dos, con un precio base más alto, quedaron vacantes (costaban 720 y 960 mil dólares respectivamente). Así de seductores resultan los embelesos de Milou, el Capitán Haddock, el profesor Tornasol, los detectives Dupond y Dupont y Bianca Castafiore.
Tanta celebridad no lo exime de detractores. Su autor fue criticado por colaborar en un periódico manejado por los nazis durante la ocupación de Bélgica en la Segunda Guerra Mundial. Y de nada le valió “lavar” las aventuras del contenido político y social que pudieran incluir. La mancha perduró, aunque a la distancia es evidente que no opacó su lugar en la disciplina. Las críticas más agudas se dan en torno al contenido de sus historias, en particular las primeras. Hijas de su época, al fin y al cabo, no faltan en ellas los estereotipos raciales, la crueldad con los animales, el colonialismo, el eurocentrismo a la hora de retratar a otras naciones y hasta inclinaciones fascistas. Y aunque Hergé tiene sus defensores, él mismo reconoció parte de verdad a esas críticas cuando aseguró que fue “alimentado con los prejuicios de la sociedad burguesa” que lo rodeaba.
Célebres entre estas imágenes criticadas estaba el retrato de los bolcheviques –presentados como villanos–, o los nativos africanos del Congo presentados como ingenuos y primitivos (asunto que en 2007 llegó a convertirse en una causa penal). Muchas de estas historias sufrieron cambios en sus siguientes ediciones. Así, la clase de historia sobre la “madre patria: Bélgica”, que originalmente Tintín ofrece a los niños congoleños se transforma luego en una lección de matemática. “Los retraté de acuerdo a la mirada paternalista que existía en la época”, justificó su autor, años más tarde. En la edición escandinava el joven periodista caza muchísimos menos antílopes que en la original. En la edición norteamericana de otro álbum, en tanto, varios personajes secundarios cambian directamente su color de piel. La mayoría de estos cambios se realizaban a pedido de los editores. Es que, en última instancia, Hergé conocía su lugar dentro del mundo editorial y se adaptaba con facilidad a exigencias semejantes. Si había que cambiar una viñeta, un nombre o un detalle, lo hacía. Si tenía que apurar páginas para cumplir con la demanda en el pico de su popularidad, sumaba ayudantes sin bajar un ápice la calidad de la obra. Todas razones que ayudan a entender por qué, pese a todo lo que se le pueda criticar, Tintín sigue siendo Tintín 90 años después de la primera de sus muchas aventuras.