El Alamo es, como se sabe, la batalla más famosa y mítica en la historia de Estados Unidos, librada en 1836 entre un pequeño grupo de secesionistas texanos y el ejército mexicano. Trece días de sitio, con el final esperable: de los cien colonos estadounidenses, sólo sobrevivieron dos. Pero El Álamo no es la batalla más larga en la historia de ese país. Tampoco lo fue la de Gettysburg, que duró tres días y arrojó 30 mil bajas, contando sólo las de los Confederados. Por un día menos se extendió la de Little Big Horn, donde una coalición de naciones indias masacró al 7º de Caballería, con el general Custer al frente. La más larga tampoco fue contra algún grupo de izquierda en los 70 o algún terrorista solitario o una célula de supremacistas blancos en los 90… sino contra una secta religiosa, en 1993. Se trata de la célebre masacre de Waco, Texas, donde el FBI eliminó a casi un centenar de sus miembros, incluyendo 17 niños. Dada su dimensión y seguramente también la extravagancia de sus protagonistas, el asedio fue evocado en varios documentales y ficciones, y recientemente dio lugar a una serie de ficción que lleva el nombre del sitio y que funciona de un modo semejante a una crónica periodística. La puso al aire el canal Paramount y se puede rastrear por Internet.
Miniserie de seis episodios, Waco está basada en dos libros, escritos por sendos protagonistas a cada lado de la línea de fuego. David Thibodeau, uno de los davidianos, escribió A Place Called Waco, mientras que para dar el punto de vista de “los federales” los guionistas trabajaron sobre partes de Stalling For Time: My Life As An FBI Hostage Negotiator, escrito por el negociador del FBI Gary Noesner. La serie fue creada, escrita y en buena medida dirigida por Drew Dowdle y John Erick Dowdle. En el papel de Gary Noesner se luce, como de costumbre, Michael Shannon, interrumpiendo por una vez su galería de perturbados, perversos e hijos de puta (Take Shelter, The Iceman, La forma del agua). A cargo del complicado personaje de David Koresh, líder de la secta, está Taylor Kitsch, que hasta ahora había hecho honor a su apellido y aquí está sumamente convincente como carismático y a la larga heroico líder sectario. En el rol de David Thibodeau, Rory Culkin, hermano menor del desaparecido Macaulay. Pero si hubiera que destacar a dos actores del elenco, uno debería ser Paul Sparks (Boardwalk Empire, House of Cards) en el papel de Steve Schneider, brazo derecho y rival amoroso de Koresh, y el siempre genial John Leguizamo, que lamentablemente desaparece pronto en el papel de un agente infiltrado.
¿Koresh, carismático y heroico? De lo primero hay sobrados testimonios de sus seguidores. Lo segundo es un poco más discutible. Lo que está claro es que, de acuerdo a multitud de pruebas, relatos y declaraciones, el de Waco es un Koresh al que se le recortaron sus facetas más demenciales, perversas y cuestionables. Cuestionable es, por ejemplo, el modo en que se ganó un lugar entre los davidianos, al ponerse en pareja (era un veinteañero) con Lois Roden, una septuagenaria que acababa de enviudar de quien fuera el líder de la congregación, y a quien Koresh (que por entonces conservaba su nombre de nacimiento, Vernon Wayne Howell) le arrebató el liderazgo, a comienzos de los años 80. No fue un proceso pacífico: el hijo de la mujer, George Roden, que aspiraba a liderar la comunidad, terminó echándolo junto con sus seguidores, a punta de pistola. Koresh y los suyos devolvieron el golpe poco más tarde, ingresando en el templo Mount Carmel, ocupado por sus rivales, desatándose un tiroteo en el que ambas facciones usaron armamento de guerra.
Teniendo en cuenta que el argumento utilizado por la Agencia de Alcohol, Tabaco, Armas de Fuego y Explosivos fue que los davidianos tenían un arsenal por valor de 250.000 dólares, está claro que Koresh era un pastor en armas. ¿Armas para pelear contra quién? Contra “Babilonia”, el mismo nombre que los rastas jamaiquinos dan al sistema. En el documental en dos partes Waco: Madman or Messiah, que también circula en la red, se ven escenas de entrenamiento militar y prácticas de tiro con armas largas, no sólo por parte de los adultos de la comunidad. Los chicos van y vienen con sus “metras”, como si fueran juguetes, y de hecho juegan con ellas en las habitaciones (es de imaginar que estarían descargadas) y cantan con toda felicidad canciones que hablan sobre los últimos días, recibiendo a la muerte. Tratándose de Koresh, el de los niños es todo un tema. De acuerdo a la Biblia, al sobrevenir el Armagedón Dios salvaría a veinticuatro hijos de vírgenes, por lo cual Koresh decidió tener esa cantidad de hijos, a los que consideraba “especiales”. El problema eran las vírgenes, difíciles de hallar. El hombre lo resolvió fácil, concediéndose la poligamia y contrayendo matrimonio con niñas de 12, 13 y 14 años, previa autorización de los padres. Es asombroso ver, en Madman or Messiah, a algunos de esos padres, diciendo que, bueno, era algo incómodo, pero como se trató de una decisión de Dios…
¿Decisión de qué Dios? De Koresh, por supuesto. A lo largo de su vida, Koresh dijo ser una encarnación del profeta Ciro, del Cordero de Dios, de Jesús y, finalmente, del propio Dios. Debe haber sido el hombre con más encarnaciones en la historia de la humanidad. Falta todavía la última peculiaridad del profeta: tempranamente anunció a su grey que él sería el único de toda la comunidad autorizado a tener relaciones sexuales con las integrantes femeninas. Tendría, más precisamente, 140 esposas. Sesenta de ellas serían sus “reinas” y ochenta, concubinas. ¿Y los varones? Nada, serían célibes. O sea: el tipo era un psicópata absoluto, un perverso (en un momento estuvo “casado” con dos hermanas, una de 12 y una de 14 años), un violento, un piantado importante y seguramente un oportunista. En Madman or Messiah se escucha un audio en el que se lo escucha ponerse loco durante una lectura de la Biblia (su especialidad, dicen que la sabía de memoria) y les grita a sus fieles. “Creemos que tomaba speed, o algo parecido”, dice un agente del FBI.
El primer ataque al templo, a cargo de la AFT, termina con cuatro víctimas del lado de la “ley” y dos por los davidianos. O sea que hubo fuego cruzado, con una victoria parcial de los sitiados. Es allí que interviene el FBI, con una interna entre Gary Noesner, que en su carácter de negociador pide siempre más tiempo, intentando alcanzar acuerdos con Koresh (que había recibido un tiro en el mismo lugar que Jesús, a la misma edad que Jesús) y el ala dura del FBI, impacientes por lanzar un ataque definitivo. Tras hacer mal todo lo que podían hacer mal, incluyendo acuerdos incumplidos, asesinato de perros y ejecuciones sumarias en las inmediaciones del complejo, prometen que no van a hacer lo que terminan haciendo: un operativo aéreo y terrestre, carga con tanques de guerra, gases lacrimógenos, derribo del complejo y finalmente un incendio, que según algunos fue ocasionado por los propios davidianos y para otros fue el FBI. El resultado fue, finalmente, una versión a escala del Armagedón, con niños asfixiados y gente calcinada, acribillada y suicidada.
Waco narra estos 51 días rumbo a la catástrofe como si estuviera sucediendo en vivo, con atacantes que discuten si hacerlo ya o abrir una nueva línea de negociación, y sitiados para los que lo que está por ocurrir es, finalmente, lo tantas veces profetizado.