Este cuento trata de un hijo que apenas conoció a su padre, que hereda su pesada herencia de prestigios como quien recibe de legado un Súper Yo gigantesco y decide vengarse, simbólicamente, claro, con una torcida versión freudiana sobre las filiaciones. Pero creo que también trata sobre reflexionar que, en cierta medida, todos los textos literarios son póstumos. Todos quedarán desparramados por ahí tras “la muerte del Autor” a la deriva, huérfanos, desprotegidos, sin tutela. Quizás, libres. Y finalmente, es un cuento sobre mares, playas y fugitivos que integra un volumen que se publicará próximamente, y en el que los veranos –como este verano– generan la ilusión de que todo renace, siempre. Sin mucho sentido pero seguimos adelante.
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