Carnaval toda la vida y que las vidas posibles carnavalicen sus veranos. Que exhiban sus cuerpas y en bikinis, mallas enterizas, bermudas, shorcitos, zungas y pareos materialicen una historia con forma de ciudad balnearia. Sí, Mar del Plata es un problema de la investigación histórica antes que una ciudad inevitable sobre todo con las olas y los vientos de enero y febrero.
Juana Viale no es feminista y tiene doble contrato con el gobierno de la provincia. Multiplica así su insistencia actoral en el Teatro Auditorium. Comparte marquesina con El enemigo del pueblo, Juan Leyrado, que convierte a Ibsen en un clásico de la zona de las focas. Lali Espósito canta gratis en el Parque Camet con pañuelo verde al grito de “Acercarte”, el ciclo de shows de la gobernadora María Eugenia Vidal, que prefirió ir con sus hijos a ver al cómico Roberto Moldavsky, producido por Gustavo Yankelevich.
CENA SHOW
¿Qué sería de La Feliz sin su despedazado pero firme patrimonio arquitectónico? A saber, el arquitecto Alejandro Bustillo y lo que quedó de su opus mágnum –el edificio del Casino y el del Hotel Provincial, que conservan sus magnitudes y producen descanso visual con sus terminaciones– podría hoy comprobar cuán empobrecidos lucen los exteriores de sus gigantes, patinados con plotters de promociones gastronómicas, moños navideños, banners de silicona, muérdagos de Reyes, panfletos de la cena show de Miguel Ángel Cherutti y pis acumulado por quienes pasan allí las madrugadas. En virtud de un panorama tan heterogéneo, la Brighton atlántica que visitaban Borges, Bioy Casares y Silvina Ocampo, aloja hoy diversidad a cada paso.
Muerta Playa Franka y muerta la disco Gaysoline –los dos hitos de la tetez y la putez inaugurados en los 90 por Moria Casán– la ciudad está más cuir que nunca. Muy cuir. Con huelga de trabajadores municipales, fuente de aguas danzarinas detenida, suciedad acumulada y sociedad movilizada (sentencia del femicidio de Lucía Perez mediante), por las calles hay descontrol vehicular y amplio espectro social.
MAREA ROSA
Mar del Plata está más interseccional que nunca: poder adquisitivo, género, consumos teatrales y tanques negros de la policía bonaerense cada dos cuadras. En la Rambla, una librería expone la obra completa de Paulo Coelho a lado de la de Florencia Bonelli y la de Gabriel Rolón. Pegaditos, los tres tomos de la Historia de la sexualidad de Michel Foucault.
El sindicalista Luis Barrionuevo y su esposa, la diputada nacional Graciela Camaño, llegan expectantes al debut del show de Nacha Guevara y Marcelo Polino, un improbable homenaje a los 50 años del café concert en el que el que él contará que fue mago en París y personal de limpieza en una revista de chimentos, y en el que ella lucirá foto del dictador Juan Carlos Onganía, único acusado en escena para una temporada en la que, según fuentes del empresariado teatral, sin los tickets garantizados por el público que acercan los gremios no habría ni tacho de luz para la ex integrante del Instituto Di Tella.
La “obra”, por cierto, se llama ¿Por qué son tan geniales?, copia (o cita) textual de la mítica acción artística que en 1965 Dalila Puzzovio, Edgardo Giménez y Marta Minujín presentaron en el local La Morenita, de Florida y Viamonte. Un derecho a la diferencia, decían, y a la excelencia. Acá, en cambio, Nacha y Polino son presentados por fragmentos de audios originales del programa de Marcelo Tinelli. Horas más tarde, a metros del Tronador Concert, la autodenominada femininja local Abril Carranza agregaba la palabra “violador” a la baldosa en la que hace algunos años Juan Darthés dejó selladas sus manos. Mirá cómo las puso.
COSIFICACIÓN CERO
Pizza, pasta y helados. Los trenes de la alegría alrededor de la Plaza Colón ven llegar al otro día a Señorita Bimbo y Noelia Custodio, carry on en mano. Llenan. El comediante Martín Rechimuzzi y Pedro Rosemblat también agotan plateas con su Proyecto Bisman y Nazarena Vélez y Beto César son aplaudidos por amigos y conocidos.
Omar Suárez, propietario del local nocturno “Cocodrilo”, se propuso “cosificación cero” y a diferencia de Macri, lo logró: en su show, hay de todo menos violencia contra la mujer. Como en el de Nacha pero mejor (porque acá viene a cuento y allá es mero repaso de hits) cierra Denise Cerrone con “No llores por mí, Argentina”.
A la manera de la gauchesca, el espectáculo Bien argentino imagina una Pampa de voleadoras y tradicionalismo con cupo trans: Florencia de la V repasa derechos y rememora su infancia en el Chaco. La travesti telúrica y un rejunte a los ponchazos, propio de los contratos que se cierran minutos antes de que el ajuste deje sin trabajo a más artistas.
SOFOVICHEADAS
A diferencia del 2018, Santiago Bal ya no busca en un sketch la pulga que jura haber perdido en la vagina de una bailarina. Esta vez, lo dirige su hijo, Federico. Nuevamente juntos es el título de una intentona de actualización de la revista, prologada por una gráfica inexplicable. Del púrpura al violeta, en la marquesina del Teatro Luro cada protagonista de la obra parece haber padecido virulentas cirugías de reasignación facial. Ya en la sala, la historia gira alrededor de la reunificación familiar después de tantas tardes de diatribas televisadas en el ciclo Intrusos. Carmen acepta volver a trabajar con Santiago y Santiago será esta vez él mismo la pulga. “Del culo te la voy a sacar, puto de mierda” dice literalmente, al final de su número, el comediante Bicho Gómez. Sol Pérez, alias “La Sobri”, no abandonará ni por un instante el hilo dental y pese a que el hijo exija en voz alta que no cometan las “sofovicheadas” del pasado, todos devienen nuevamente violentos. “Los tiempos cambiaron, ya no se dice trolos papá”. Y lo dicen, para no decirlo.
MONTADAS
Varios show de transformistas ganan espacio año tras año: a la perla del Atlántico se vino siempre a ver “hombres vestidos de mujer”. Un recreo de “crossdressing”, momento propicio para el deleite matrimonial. Un desliz que aprovechan (y mucho) varios grupos de teatro independiente y que tienen en el municipio de General Pueyrredón un nombre muy propio: Santiago Flores. Tan singular es la atmósfera disidente de las playas del centro que no asoman ni sirenas ni drag queens: en general, es como si el reality de Ru Paul no hubiese ejercido influencia alguna en esta atmósfera. Todo es montaje. Pero todo montaje es vernáculo.
EN X ESTÁN TODAS
La fiesta Plop, por ejemplo, tiene a menudo suS versiones arenosas. Sin embargo, el público es poco. La mariconería es fiel a la disco X, que está en pleno centro y cierra a las 6 am todos los días. No es una fiesta. No tiene tema. No segmenta. No sobreimprime. Es X, un innegable clásico. X es lo que siempre se llamó “boliche gay” pero que en Buenos Aires cedió espacio a las excusas hiperdiversificadas. En X están todas. Los bailarines de las compañías, los vecinos, los turistas y los puristas. Movileros de tv y mariconcitos recién llegados de la terminal. Como corresponde, es escaleras abajo y tiene dark room. Algunos, a ese espacio, lo llaman guardería.
Dos bailarines de Sugar salen de la función y apuestan todo en el Casino. Ganan y corren a perrear a la X, que conserva su caño para el que hay que hacer fila si de pole dance se trata. X se llama X desde antes de la X y de la arroba. En los últimos años, hubo varios intentos de disputarle afluencia. Todos fracasaron. X tiene cortinas negras, neón, cabina al ras del pueblo y parejitas descansando. Hay osos en musculosa, gays en camisas, tortas con rulos y una cajera que parece salida de un local de decoración de interiores de la calle Güemes, pero no. Es la dueña. Es rubia, de pelo lacio y suele vestir de blanco. Cuando termina la noche se queda bailando sola con la música a todo lo que da.
LOCAS SIN JAULA
2019 trajo a esta ciudad una versión tan inesperada como logradísima de La jaula de las locas, a 46 años de su concepción. Dirigida por Cecilia Milone –que también actúa y tiene a su cargo el rol de la mesera Jacqueline–, impacta cómo una propuesta que a primerísima vista podría ya no comportar novedad alguna, se transforma en una suerte de manifiesto de la extrañeza, la calidad, la ternura y la vigencia muy bien entendidas. Basada en la obra de Jean Poiret de 1973 –piedra basal de tantos cambios para la homosexualidad occidental– esta versión del musical instala a dos machazos protoalfa como Raúl Lavié y Nito Artaza en los lugares de Albin - Zazá y Georges respectivamente.
Si Mar del está cuirizada es también por esta destacable producción, que contribuye, acaso sin saberlo del todo, a una retaguardia hoy indispensable. En esta jaula, “heterosexual” es un insulto y “normal” también.
Nito Artaza actúa. Está dirigido (y por su esposa) y pese a sus ademanes (referencias futbolísticas, chistes al público, apelaciones fuera de letra, relato en off símil radio barrial al comienzo) su trabajo es equilibradísimo. Está en el punto justo de la estereotipia del trolo y alcanza una verosimilitud nunca antes vista en su deambular.
Artaza logró ingresar al presente y es indudable que no desestimó indicaciones.
Por su parte, Raúl Lavié (que fue el Quijote, que fue violinista en el tejado, que fue Zorba, que fue y es tangacho macho, que es fútbol, que es varonísimo, que es galán, que es Pinki, que es trampa, que es seducción y es masculinísimo) alcanza la excelencia. Su versión dramática de “Soy lo que soy” (“I am what I am”, la canción de Jerry Herman, más vivo que nunca a sus 87) es una de las ocasiones más emocionantes de la cultura diversa de los últimos tiempos.
Lavié es casi una lesbiana adulta, mujer mayor de excepcional vestuario –responsabilidad de Javier Peloni y para el cierre, de Horacio Gómez–. Pese a un inexistente piquito final (deberían dárselo), ambos actores coordinan un elenco sin desniveles, en el que sí cabe destacar a Franco Rau, una seña de identidad de las nueva generación que taconea como pocas y es debidamente aclamado.
Que la historia original hoy tenga resonancias actuales –el diputado Din Don es un Bolsonaro/Alfredo Olmedo inextinguible y, como se sabe, cada vez más poderoso– abre interrogantes que este show permite expandir. Y no sólo porque flamee, como ocurre, la bandera de la diversidad, sino porque hasta en una escena de manspreading, Lavié ridiculiza la masculinidad y no hay dogma alguno más que el gender fluid de una risa.
El tipo de suceso teatral con el que Nito Artaza ha montado una empresa no es éste. Es exactamente otro. No se trata, pues, de una redención: es un corrimiento. Su propio hijo varón, el actor Juan Manuel Artaza, es Michel. En su doble condición de padre –arriba y abajo del escenario del Teatro Mar del Plata– Nito legisla como nunca antes. Todos juegan, nadie imita y la escenografía de Daniel Feijóo está muy a la altura. Difícil no imaginar entonces que hubo acá sano tráfico de influencias y triunfo de los nuevos. Dice Cecilia Milone que este es también su homenaje a la comunidad.
Los putos de la comedia musical sin los que nada de nada. Dice la cola afuera que, más allá de la tele, acá hay público genuino.
Jorge Corona, La Tota Santillán y Jorge Troianni, enfrente, piden “Fuerte ese aplauso para Corona”. Solita y Facundo Arana, para quien la mujer se realiza con la maternidad, están por estrenar Cartas de amor.
Los trabajadores de La Boston atienden en formato cooperativa y Adriana Aguirre se sube un aro en el Teatro La Campaña e interpreta a dúo temas de Leonardo Favio. Es una showgirl capaz de reinventar el music hall, pero resta que aparezca el productor que la interprete. Es la última vedette. Y la mejor.
Una chica trans sacó la entrada y vio a Nito y a Lavié con su mamá. Se fueron chochas. Al clóset o al calabozo, no volvemos nunca más. A Mardel sí.