Georges Méliès es conocido entre los amantes de la historia del cine como uno de los padres del séptimo arte. En tiempos donde el diseño audiovisual representa mucho más que sólo cine, y las pantallas acaparan cada día más tiempo de nuestra actividad ocular, el legado de Méliès se resignifica y se agiganta.
Nació en París en 1861, artista, mago e ilusionista de vocación, asiste a la primera exhibición del novedoso “Cinematógrafo” de los hermanos Lumière en París a la edad de 35 años. Hasta el momento el invento era únicamente usado para registrar escenas de la vida cotidiana, sorprendiendo al público por ser una innovadora tecnología que captaba el movimiento de forma perfecta. Méliès, en cambio, lograría encontrar en la imagen en movimiento una forma de ver lo que no está, de creer lo que es increíble.
Inspirado en la fantasía de los relatos de Julio Verne, Méliès produjo aproximadamente 500 films entre 1896 y 1915, que conquistaron la imaginación del público de la época y provocaron reacciones de asombro absoluto entre sus espectadores. Es que Méliès fue inventor de principios fundamentales que hoy representan disciplinas enteras dentro del mundo audiovisual. Fue el primero en filmar en un estudio y usar luz artificial, dando pie a todo lo relacionado con la fotografía para cine. Lo que conocemos hoy como efectos especiales devino en gran parte de su uso del cinematógrafo como máquina ilusionista. Inventó el stop-motion así que también le podemos agradecer por Pollitos en Fuga o Jan Švankmajer. El hombre era un auténtico genio y cubría todos los aspectos técnicos y creativos en sus producciones.
Antes artista que empresario, Méliès no supo aggiornarse a una incipiente pero ya salvaje industrialización del cine. A pesar de su enorme éxito internacional no pudo mantener los altos costos de sus producciones. Mucho influyó en su debacle económica que Thomas A. Edison, eterno rival de los pioneros del cine europeo, se quedara con los ingresos de las proyecciones de Viaje a la Luna en EEUU, sin pagarle un centavo. Así, Méliès vendió una gran cantidad de cintas a contrabandistas y quemó la otra parte antes de venderla a las grandes productoras. Hoy se estima que se conserva sólo un décimo de las producciones que realizó y aún se descubren negativos inéditos esparcidos por el mundo.
La capacidad creadora de Méliès se encuentra por donde sea que mires. Junto con algunos otros inventores, artistas y soñadores dieron forma al mundo de pantallas en el que hoy vivimos. Todas aquellas plataformas y nuevos sistemas de comunicación que nos rodean se apoyan en imágenes en movimiento que permiten mostrar lo que no existe, hacer visibles elementos que no están en el mundo de las cosas que nos rodean. Ver cosas que de ninguna otra forma podrían ser vistas por un ser humano fuera de los sueños es, probablemente, el principal legado de la obra de Méliès.
Hoy en día resulta difícil imaginar realmente el asombro que debían sentir los contemporáneos de Méliès con sus creaciones. Nos cuesta asociar a esos espectadores con nosotros, los analizamos condescendientemente. Desde la era de la virtualidad nos da ternura imaginar tal asombro por unos trucos de magia. Pero alcanza con ver a una persona que experimenta con un casco de realidad virtual por primera vez, para recordar que seguimos teniendo la necesidad de sorprender y ser sorprendidos, de intentar suspender la incredulidad y creer que cualquier cosa es posible.
Este artista de alma que murió hace poco más de 80 años marcó un camino de innovación. Hoy el mismo camino nos brinda cada vez más herramientas y medios, los cuales nos permiten avanzar en nuestra constante búsqueda por sorprendernos, por salir de lo mundano y acceder aunque sea por unos momentos a lo sublime.
Diego Kompel. Diseñador de Imagen y Sonido (UBA), productor audiovisual, trabaja con realidad virtual y videos 360º.