Hace unos años, Ralph el demoledor (2012) contó la historia del villano involuntario de un videojuego arcade estilo Donkey Kong que renegaba de su papel en la historia y decidía salir a convertirse en héroe, solo para descubrir algo mejor en la amistad de la pequeña y chillona Vanellope. Wifi Ralph es la segunda parte de esa gran película de Disney que deleitaba a lxs adultxs con un recorrido por los videojuegos de ayer y de hoy, desde los simuladores de guerra hasta las pistas de carreras acarameladas de Sugar Rush y sus autitos de golosinas. Esta segunda parte también tiene a la amistad entre Vanellope y Ralph como centro, con un giro extrañamente maduro, pero el mayor desafío es que esta vez el mundo en el que transcurre la película es la mismísima internet, donde los dos personajes se sumergen a la búsqueda del volante que sirva para reparar y mantener vivo a un viejo arcade. Entre logos de Amazon, Google e eBay, la película trata de replicar la sensación de aventuras y afecto de la primera parte, y puede ser que la disfruten si logran sobreponerse a la fealdad extrema de una internet imaginada casi como no-lugar posmoderno, enorme y amorfo, donde los pixels son pequeños vidriecitos. No se ha inventado todavía, y Emojis: la película lo demostró suficientemente, la manera de que el mundo visual de celulares e internet llevado al cine no dé un resultado horrible.
Con una gran ventaja y agarrada en cambio con firmeza al pasado, de materia y metales pesados, Bumblebee se plantea como precuela de la serie de Transformers, esta vez con Michael Bay (director de la saga ruidosa, trepidante y de diseño imposible) en producción y secundado por Steven Spielberg. Acá, luego de una batalla contra los Decepticons, un solo robot es enviado al planeta Tierra con la misión de buscar un lugar en el que puedan refugiarse los Transformers, y ni bien llega toma la forma de un escarabajo amarillo que queda olvidado entre un montón de autos rotos y polvorientos. Es una chica fierrera y solitaria, Charlie (Hailee Steinfeld, perfecta) la que lo rescata y repara, y a través de ella la película repasa los más bellos motivos del cine de los ochenta, como la amistad con la criatura extraterrestre, el colegio, los bullies, la pérdida del padre y el dolor de la familia disfuncional. Preciosa en diseño, pero un poco forzada en el despliegue de conflictos de Charlie que, la verdad, importan poco (como un pasado de clavadista que sale a relucir en un desafío de adolescentes, o un candidato al romance que no termina de funcionar como comic relief), y también en la reconstrucción de época (como esos hits que suenan en casettes) Bumblebee sin embargo es sobria y bella, y hace desear que la historia pudiera comenzar de nuevo con esta estética más justa con los robots que fascinaron nuestra infancia.
Pero la verdadera joya de este verano, contra todo pronóstico, es Aquaman, sin dudas entre lo mejor de DC aparte de la brillante Jóvenes Titanes en acción (2018). Con un sentido del humor tan tosco y pendenciero como su protagonista (Jason Momoa), al que se nos presenta en una pelea en un bar de marineros, la película cuenta la conformación de un héroe a partir del bebé mestizo, hijo del guardián de un faro y una princesa del mar (Nicole Kidman), que crece sin mamá. Arthur (Momoa) crece como un chico común y corriente, hasta que un extraño ser marino (Willem Defoe) lo visita para contarle de dónde proviene y enseñarle a estar en el agua. Ya adulto, será otra preciosa habitante del mar de pelo rojo, Mera (Amber Heard) la que lo convoque a una aventura, y gracias a la pareja de screwball que conforman la película tiene el sabor a aventura de las mejores Indiana Jones, con el agregado de un diseño submarino espectacular, retro sin exagerar y felizmente creativo, un villano perfecto (Patrick Wilson como el hermano legítimo y rubio que odia a su hermano bastardo y mestizo) y un héroe torpe, limitadísimo como actor a la vez que escultural, al que vemos convertirse en rey del mar frente a nuestros propios ojos. James Wan (Insidious, El conjuro) hizo el milagro.