El cotillón celeste y blanco aturde tanto como la cumbia. Desde su silla de ruedas donde sabrá mandonear con su voz maciza, la Orca aguarda a ser coronada como la nueva comisaria de la Policía federal. Tiene a su mando a La Tarta que cumplirá con cierto vasallaje consentido hasta que muestre sus agallas, su habilidad para estremecer a La Orca cuando entone su canción preferida sin vacilar.
No hay en el mundo de estas mujeres creadas por Bernardo Cappa nada definitivo. Su capacidad de mentir, de simular se afila en la certeza de saber que todas están dispuestas a traicionarse. Las vengadoras lleva a escena un festejo policial que es simple y complicada apariencia. Las chicas de uniforme que vienen a avivar el canto con su guitarra y su teclado ya han sido exoneradas de la fuerza. Hay en ese teatrito cursi de las mujeres de gorra una excusa para la masacre. Después de todo ellas no tienen problema de usar sus armas, reglamentarias o no, como se les dé la gana. Estas policías no están angelizadas sino tiradas al barro más mezquino y allí van a construir su potencia política .
Ellas quieren vengarse de Benavides, el machito cana que les quitó a Wanda, la bella suicida a la que añoran con una devoción sensible. En ese lenguaje irónico, en ese delirio que Cappa construye en su dramaturgia, se respira una violencia agria que al evocar a Wanda parece cobrar algo de esencia mágica, de un encanto perdido que las cuatro mujeres quieren recuperar.
En esta épica del desamor, o de la amistad devenida en un amor que genera sustancia política, donde solo parece haber interés banal por un bolso lleno de guiíta de recaudaciones truchas, Cappa encuentra su poética. Y la instala en un lugar que parece rechazarla, en la sonoridad de una comedia disparatada cargada de la furia de una realidad a la que utiliza como un resplandor delirante pero jamás como materia de un realismo denunciante o aleccionador.
Mientras los ensayos se parecen a un plan de guerra la dramaturgia se enciende con la narrativa impactante que instalan las cuatro actrices. Sabrina Lara hace de la Tarta un personaje tan aterrador como servil, en una oscilación que la actriz maneja con la suficiente inteligencia para disimular que es la verdadera directora de escena, la mujer que maniobra cada situación desde una simpleza que se amarra al resentimiento. Silvia Villazur parece una mujer de una sola pieza, cabrona y dominante hasta que confiesa su amor lésbico y se ofrece vulnerable a las espinas de cualquier canto meloso.
Wanda, el personaje ausente que existe en el modo de nombrarla, porque en esta obra la voz es el armamento emotivo para destruir el alma. era una chica libre masacrada por el despecho del comisario. Una víctima luminosa a la que sus compañeras presienten como un fantasma que las acompaña. Las amigas, chicas que debieron entregar la placa y ahora entran al festejo como un dúo musical, desesperadas de odio, son Maira Lancioni y Leilén Araudo. Las dos inundan el texto de imágenes como si ese pasado que enuncian volviera ocurrir o como si la acción fuera su actuación, el cuerpo de la escena. Suricata, a la que Lancioni construye con su trazo contundente y delicado, opera como el personaje fuerte que se opone a La Orca y que procura un acto de vindicación sobre la vida mancillada de Wanda.
La Monja es la figura más disruptiva, una muchacha altísima, sensible y ambiciosa en sus palabras que parece no tener nada que ver con el código policial y a la que Araudo le da una sensibilidad descosida que la lleva a la locura aterradora. Las cuatro mujeres van al sacrificio tan consientes de fracasar como deseosas de un triunfo.
Las vengadoras se presenta los viernes a las 20 en El Camarín de las Musas. Mario Bravo 960. CABA.