Dijo Patricia Bullrich: “El que quiera estar armado, que ande armado, el que no quiera estar armado que no ande armado. La Argentina es un país libre, nosotros preferimos que la gente no este armada. pero si decimos que si hay alguien que defiende a la gente, no lo destruyan”.
Apenas unos días después, dos muertes: Rodolfo Orellana y Marcos Sorio.
Ahora, la baja de la edad de inimputabilidad y la expulsión de inmigrantes.
Para intentar comprender las consecuencias de sentido en estas declaraciones y propuestas, y qué efecto producen en nuestra subjetividad, me remito a algunas reflexiones acerca de la construcción del odio del psicoanalista Oscar Sotolano. “Si hablar de odio es hablar de la aversión lindante con el deseo de muerte del otro, de la violencia de la destrucción, del goce sádico y de cómo diversas formas de agresión son constitutivas de la esencia humana; toda esta destrucción se macera y multiplica exponencialmente en el capitalismo. El odio se construye y en nuestro país se implanta. Hay una significación de alienación en el odio a partir de un compactado de significados diversos que operan sin la conciencia de quien odia”.
¿Cuál es el lugar del otro, del semejante en esta alienada construcción, y cuáles son las características que nos habilitarian para odiar lo diferente?
Los “otros” siempre son sujetos desconfiables o exterminables, simplemente por ser diferentes y no extensiones de nuestra propia existencia. Actos de dominación y de sumisión se multiplican en el tejido social en el ámbito público y privado. Se barbarizan los vínculos.
Así es como la desposesión y la desigualdad tajante se vuelven constitutivas y naturales, y la “obediencia debida” a los poderes instaurados conlleva al mandato explícito de la más realista “obediencia de vida o muerte”.
En un orden de derecho observamos cómo las relaciones de dominio, los ejercicios de subordinación y los modos visibles e invisibles de dependencia se confunden con la violencia como una de las tantas formas rutinarias de insertarnos en la vida diaria. El hábito de la coacción convierte a la violencia en cotidiana y la distribuye en espacios de explotación o en lugares de poder.
La barbarización de los lazos sociales es el resultado de la transformación de lógicas culturales neoliberales y de un exceso de impunidades públicas sostenidas en el manejo del odio y en la sostenimiento de la mentira (abusos policiales, falta de garantías democráticas, carencias de alimento, de salud, despidos masivos, etc).
Byung-Chul Han, en su libro Topologia de la violencia, nos propone un autor, Carl Schmitt, que analiza la violencia que convierte al otro en mi enemigo como un mecanismo para dar firmeza y estabilidad al yo, como constructora de identidad por quien no la padece. La exclusión del otro declarado como enemigo produce en contrapartida una imagen del yo rotunda e inequívoca porque “el otro, el extraño” es existencialmente “distinto y extranjero”.
Byung-Chul Han agrega que la violencia no mantiene nada unido. De ella no brota ningún sostén estable. En realidad, una presencia masiva de la violencia más bien es signo de inestabilidad interior. Un orden legal que solo se conservará a través de la violencia implícita o explicita se revelaría hoy como muy frágil. Walter Benjamin añade que la violencia entra en funcionamiento desde el origen del derecho; es un privilegio de los poderosos, el vencedor impone violentamente su voluntad , sus intereses y su presencia.
El neoliberalismo produce una ocupación mortificante del sujeto consigo mismo al no instalar como necesaria una relación con un “nosotros” como figuras y factores de referencia y de identidad; de esta manera promueven y facilitan la construcción imaginaria de un enemigo exterior, pues éste alivia el alma a la que el yo carcome y aplasta. Las imágenes construidas y manipuladas del enemigo contribuyen a que el yo sostenga una figura objetivada de lo social, liberándose de esta forma de la relación narcisista y paralizante consigo mismo y acción mediante arrojarse al vacio subjetivo. La discriminación y la xenofobia remiten a esta dimensión imaginaria.
El miedo hace del objeto temido, del enemigo fabricado, un objeto odiado. Y ese odio muchas veces termina en la muerte (justicia por mano propia); pero no se trata solamente de generar miedo sino también de instalar terror. Silvia Bleichmar establece una distancia entre ambos términos. Mientras el primero habilita la posibilidad de reaccionar poniendo en funcionamiento un mecansimo de defensa, el terror es disolvente, paralizante. Esta es la argamasa junto con la desmentida de la que se nutren los medios de comunicación.
La banalidad del mal no esta solamente en la indiferencia frente a la pobreza, la miseria o la desigualdad sino en el deseo de no verlo y de que efectivamente desaparezca de mi vista. Aunque por una parte, ontológicamente es incorrecto desear su muerte, se desea su muerte civil y esto es la banalidad del mal.
Lo que produce diferencia desde el punto de vista del “otro” ante el arrasamiento del sujeto y su identidad es la presencia y el concepto de hospitalidad, posibilitando de esta manera ver al otro y a mí mismo en otra vincularidad alejada del “sálvese quien pueda”. Derrida analiza el concepto como lo que se le brinda al extranjero, a lo ajeno, a lo otro. Y lo otro en la medida misma en que es lo otro nos cuestiona, nos pregunta. Amparamos y alojamos a ese otro y este nos confronta con nuestro propio desamparo.
Para finalizar, Sandra Russo escribía en este diario en abril del 2017: “El macrismo le levanta cada día el pulgar a los instintos más bajos de esta sociedad. Desde hace una año y medio, este país saqueado, hipotecado, destruido, es un reino de hostilidad en el que institucionalmente se desparrama violencia y permiso para dañar. En el fondo, esa violencia cotidiana termina siendo una pantalla de horror que a su vez sirve para esconder el otro cuerpo del delito, el que cometen sin parar, y que precisamente se apoya en el desprecio que el macrismo siente en definitiva por la Argentina. La violencia tapa la entrega y las entrelíneas de sus beneficiarios directos. El proyecto del macrismo necesita la violencia como el ilusionista necesita que el público parpadee, es en ese instante en el que el hace el truco”.
Monika Arredondo: Psicoanalista. Docente e integrante de la Comisión de Salud del Instituto Patria.