Paradójico reconocerle a Gabriel Camargo, presidente del equipo colombiano de fútbol –del lado patriarcal del universo– Deportes Tolima, campeón del Torneo Apertura 2018, el mérito de poner sobre la mesa un tema del que nadie habla en el mundo del deporte: la sexualidad.
En general, sólo se habla de sexualidad y deporte cuando se habla de sexo –el del coito demos por sentado– y del mayor o menor rendimiento que éste puede causar en lxs deportistas. La sexualidad no es sólo ese mítico ritual de antes o después de un partido importante, es también de vínculos, de afectos, de amistades, de quiénes somos y qué sentimos más allá de si tenemos sexo en una concentración.
Cuando Camargo sale a decir que el fútbol femenino es un caldo de cultivo del lesbianismo, nos reímos afirmando que tiene razón, pero no salimos a señalar críticamente que nadie habla sobre sexualidad y deporte y que eso es parte del contrato disciplinatorio que se teje al interior de los vestuarios profesionales y amateur.
En los últimos años, el fútbol femenino ha crecido exponencialmente en nuestro país. Sin ir más lejos, el año que se fue nos dejó la clasificación al Mundial de Francia 2019 por parte del seleccionado nacional. Desde todo el arco militante del fútbol femenino/feminista se replica una y otra vez la importancia que tiene esto para las mujeres. ¿Y si todas esas personas identificadas como mujeres que practican fútbol no fueran todas mujeres y hubiera lesbianas? Lesbiana que no es lo mismo que ser mujer cómo nos taladra Wittig a modo pájaro loco, ¿puede el deporte patriarcal aceptar que no son sólo mujeres las que juegan sino que también hay lesbianas? ¿Por qué la misma militancia del fútbol feminista insiste en nombrar a las mujeres y no a las lesbianas?
Si las lesbianas wittigneanas rompen el contrato heterosexual, quizá sean necesarias más lesbianas para romper el contrato hetero cis patriarcal que sostiene también al deporte en sus propios términos. O, al menos, más preguntas que animen a lxs deportistas a no andar a las escondidas entre gradas e insinuaciones. El deporte, al igual que el mundo, les hace la cuchita calentita a hombres y, un poco menos calefaccionada, a mujeres, pero hay muchas más formas de estar ahí buscando una manta que cobije cuando se transpira mucho y hace frío que no es sólo la de siendo hombre o mujer (hetero).
No se habla de sexualidad en los vestuarios por la misma razón que no se habla en las escuelas, porque el modelo hetero cis patriarcal de acumulación requiere una organización hetero binaria de sujetos desafectados de sus sentires propios, y los vestuarios no son la excepción, al contrario, son también un aparato ideológico que reproduce, refuerza y cristaliza ese modelo.
¿Por qué es importante que el feminismo nombre a las lesbianas y otras disidencias en el deporte? Para no hacer lo que el deporte patriarcal con sus deportistas: un ejemplo de esto es la historia de Justin Fashanu, primer futbolista afrodescendiente de la liga inglesa cuyo pase se pagó un millón de libras y que en 1990 contó al mundo que era gay. Lo que vino después es triste. Fue criticado por muchos colegas, marginado por la dirigencia de los clubes. En 1998 un joven lo acusó de abuso sexual, la policía cerró el caso por falta de pruebas y Fashanu se suicidó porque sabía que ya había sido catalogado como culpable. ¿Quién le creería a un negro puto?
Hace unas semanas, Macarena Sánchez –jugadora del seleccionado de mujeres de fútbol– comentó con alegría en redes que era lesbiana. También posteó una pregunta sobre la posibilidad de fútbol mixto en todas las categorías, la pretemporada suena bien con estas preguntas –o tuits– dando vueltas por los vestuarios, es un lindo trampolín para taladrar sobre lxs deportistas y llegar al hueso.
En otras líneas temporales deportivas aparece el handball: Valentina Kogan es arquera de la selección y lesbiana. Durante los JJ.OO. de Río 2016 los medios hablaron de su pronta maternidad junto con su esposa y la llegada de sus mellizos. Destacaron su historia como “ejemplo de superación” porque es diabética desde los 10 años, pero nunca usaron la palabra “lesbiana” para describirla. La insulina vale más que la tijera a la hora de superarse.
Las cuestiones en torno a la sexualidad nos hacen personas antes fuera que dentro de la cancha, pero si al closet o al calabozo no volvemos nunca más, a los vestuarios disciplinadores tampoco. Muchas veces decimos que la cancha es como la vida, que el equipo es la familia. Bajo estos mandatos al deporte feminista le cabe la difícil tarea de abrir las puertitas de las duchas y poner la sexualidad sobre la primera línea de entrenamiento para que lxs deportistas no deban esconderse o ser otres. Pero, amigue, la responsabilidad es doble: ser quienes querramos ser y también intentar por todos los medios no reproducir el modelo de acumulación de sentidos patriarcal de pretender nombrar y convivir sólo entre hombres y mujeres.