Un grupo de varones jóvenes violó a una adolescente de 14 años en un camping de Miramar el 1° de enero. En apenas dos días otra banda de encapuchados abusó e intentó violar a una adolescente en un descampado de Villa Elisa y una mujer rescató a su hija de 14 años de la casa de unos vecinos en Salta. Tres hombres la habían violado después de darle alcohol con algún tipo de sustancia. En los medios y las redes caracterizaron las escenas: “Fue en manada”. Sin mediaciones del horror vivido por cada una, con el antecedente de “La Manada” de San Fermín de 2016, cuando cinco varones violaron y filmaron a una turista en el portal de un edificio. Violaciones. Manadas. Cuerpos disponibles y dominación. Espacios de violencia expresiva y simbólica entre machos que parecen asfixiar cualquier otro intento de análisis. Qué pasaría si dejáramos de pensar desde una perspectiva simbólica y hacemos un análisis materialista, feminista y posthumano, se pregunta la filósofa Paula Fleisner, que cuestiona la concepción de manada y la manera en que rápidamente se la apela como lugar común de la cultura, al suponer que todo se reduce a un instinto atávico. “Y la violación como punto de reflexión -agrega- en la medida que encarna una paradoja del sistema capitalista, patriarcal y especista. La figura de la violación es el lugar donde aparecen las contradicciones del modo más flagrante.”
¿Por qué criticar el término manada?
-Me parece que la filosofía puede perfectamente disputar el sentido de esa palabra. Podríamos mencionar a Félix Guattari y la idea de manada como un espacio de encuentro que no está regido por el binarismo de las construcciones societales humanas. Por otra parte, estos casos son excepcionales en relación con las violaciones intrafamiliares cotidianas que fueron legitimadas en el Senado por uno de nuestros senadores (n.de la r.: Rodolfo Urtubey, durante los debates por la legalización del aborto). Como especialista en filosofía de la animalidad me niego a que usemos el término manada en este caso porque los animales no son eso, una manada no funciona así. La jauría no viola.
¿Es problema de interpretación simbólica?
-Suponer que llamar manada a un grupo de varones producto perfecto de una sociedad hija de la Ilustración, por decirlo así, es justificar el patriarcado como si fuera un estado de cosas parecido al aire que respiramos y que por lo tanto no se puede modificar. Entender que lo que ocurre en los ataques grupales es un desenfreno atávico es como hacer una interpretación idealista y humanista en el sentido de asumir la separación entre la naturaleza y la cultura.
La mediatización de la idea de manada resurge a partir de una violación colectiva en España en 2016, en el Día de San Fermín.
-Es curioso, ocurre en esa fiesta donde hay un animal que supuestamente es liberado. Y aparece todo un simbolismo detrás de la animalización de ciertas conductas que no son animales, son culturales, históricas, construidas gracias a un sistema de creencias patriarcal que asume la inferioridad de las mujeres. Pero no es primitivismo, ese tipo de comportamiento es lo más contemporáneo que hay.
Doctora en Filosofía por la UBA, investigadora adjunta del Conicet, Fleisner es docente en las materias Problemas especiales de Estética y Filosofía de la Animalidad en el Departamento de Filosofía de la UBA, e integrante del colectivo Ni Una Menos y la Colectiva Materia. Es autora del libro La vida que viene. Estética y filosofía política en el pensamiento de Giorgio Agamben (Eudeba, 2015), y de los artículos “La trampa de Venus. Disponibilidad simbólica de los cuerpos y biopolítica de género”, y “La joya del chiquero. Apuntes sobre los animales y las mujeres desde una estética posthumana”.
En su estudio sobre la disponibilidad de los cuerpos femeninos en la mitología indaga sobre las conductas colectivas humanas.
-El mito sirve para pensar ciertas conductas colectivas, explicarlas, darle un sentido al pasado y además proyectar ciertas líneas legítimas de acción. En la mitología hay un proceso en el que las diosas madres son reemplazadas por la figura de la Core, la muchacha joven, raptable y violable, vulnerable y vulnerada. Configura el momento histórico cuando se reemplaza una mitología vinculada con las divinidades femeninas por el panteón y Zeus, algo así como el padre del patriarcado, y la disponibilidad de los cuerpos femeninos en todas sus formas. ¿Por qué habríamos de asumir esa dimensión inamovible y pensar que lo único que hace una violación es construir simbólicamente las masculinidades? La disponibilidad de los cuerpos femeninos es sobre todo material.
Pero la violación es un lenguaje.
Por supuesto, pero también hay que entenderlo en términos materiales. Disponibilidad material de los cuerpos también significa que reproduce cárnicamente hablando las masculinidades. Es decir, llevamos a cabo la tarea de “perpetración de la especie”. No es que sólo la perpetuamos sino que perpetramos el patriarcado materialmente. Si perdemos esa dimensión que llamo material y hacemos sólo un análisis simbólico, lo limitamos a la manifestación de un orden total. El símbolo trata de neutralizar y gobernar esa relación siempre inestable entre el pensamiento humano y el mundo, y decretar que eso que existe es inamovible. Las violaciones en “manada” no son manifestaciones de un todo natural. Son síntomas -en el sentido de reivindicar ese aspecto azarozo-, no símbolos del patriarcado.
“Mirá cómo me ponés” se convierte en la legitimación del lugar común de una actitud instintiva e irracional.
-¡Pero es lo más racional que hay! Es la modernidad y en realidad se trata de un sistema de dominio: eso es el capitalismo. El capitalismo es un humanismo, el humanismo es un especismo y el especismo es machismo. Porque lo que está en la cúspide de la pirámide es el varón heterosexual y blanco. En ese sentido, lo interesante los movimientos feministas es que combaten esa consideración de la mujer como recurso natural.
El extractivismo y los cuerpos de las mujeres como territorios en disputa con el poder patriarcal y colonial.
-Esa es la cuestión central. Hay una disponibilidad material de los cuerpos en general en función del varón, que es el sistema de producción y explotación que se inaugura con el capitalismo. Hablamos de la necesidad de ampliar círculos de inmunidad. Y de la idea de ampliación de los derechos, la lucha de la mujer por convertirse en sujeto. Pero algunos feminismos dejan de pensar ese problema y plantean que si no somos sujetxs entonces será que somos capaces de construir sociedades políticas que no estén sometidas a esa lógica de la jerarquía y la oposición, donde siempre hay uno que tiene que estar disponible para el otro.
VIDAS SIN FORMAS
Fragmento de la Dialéctica de la Ilustración de Theodor Adorno y Max Horkheimer, “Hombre animal” plantea el lugar que ocupan los animales en el capitalismo, entendido como un dominio sobre la naturaleza, y sostiene que la mujer nunca llegó a ser sujeto en un sentido dominante porque siempre fue relegada a su función biológica. “La disponibilidad concreta de los cuerpos femeninos es biopolítica desde el comienzo de los tiempos”, remarca Fleisner.
Una expropiación que se amplifica en los territorios más empobrecidos.
-Exacto. Ahí hay que atravesar un linaje distinto de feminismos que no están necesariamente ligados a las tradiciones de las sufragistas, que tenían otros problemas, y que están vinculados con territorios donde es evidente que a nosotras nos hacen morir y nos dejan morir, como me dijeron hace un tiempo las mujeres de la Villa 21-24 a propósito de Calibán y la bruja, de Silvia Federici, y que básicamente somos un cacho de carne disponible como las vacas o las chanchas. Es buena la intervención que hace Giorgio Agamben respecto de Foucault cuando expresa que la biopolítica existe desde el comienzo de los tiempos y hay un punto oscuro de confluencia entre el poder soberano y el poder biopolítico, que es lo que llama “la vida desnuda” y lo vincula al homo sacer, esa figura perdida del derecho romano, que podríamos decir son los cuerpos femeninos y feminizables que desde siempre pierden sus formas, porque no son formas de vida sino vidas sin formas y que además están siempre disponibles para su eventual asesinato.
¿Una línea de biopolítica de género donde esos cuerpos toman otras significaciones?
-Es posible pensar esa disponibilidad material a partir de la confluencia de algunas ideas de estos pensadores tergiversadas para un uso feminista materialista y en mi caso, posthumanista. Dejando claro que todo este análisis ontológico o político es paralelo a las estrategias jurídicas. Pero si concebimos que la única reivindicación posible para las mujeres o los cuerpos femeninos es el de persona, en el sentido de una necesidad de ampliar nuestros derechos, estamos queriendo hacer un análisis antipatriarcal asumiendo que el patriarcado es lo único que existe. El aprendizaje de los movimientos feministas y la incorporación de todas las reivindicaciones de otras minorías tiene que ver con que estamos entendiendo que no se trata de ampliar un círculo de inmunidad sino de romper con esa idea de organización.
No se trata de un feminismo reformista sino de uno revolucionario.
-O revoltoso. No dejemos de ir a los tribunales pero no le pidamos a la policía que nos proteja. No les pidamos a nuestros padres, que son los que nos violan, que nos protejan de los potenciales violadores, de las jaurías enloquecidas. Porque ahí hay un problema. La Justicia es constitutivamente patriarcal, entonces tenemos que inventar otra forma de Justicia, en la que no sea necesario reivindicar el lugar de la persona. Las lógicas de existencia son muy diversas. No se trata de incluirnos entre las potenciales detentadoras del poder de extraer, sino abolir el extractivismo en todos sus niveles, no sólo en el cuerpo de las mujeres en general.
Más allá de la espectacularización de los abusos sexuales grupales, en esas escenas pactadas parece operar un sistema donde unos perpetran, otros observan o esperan su turno, y todos van conformando una estética de la violencia.
-Se puede hablar de una estetización y también tiene que ver con las relaciones jerárquicas, donde pareciera que es un sistema que funciona autónomo, sin responsables. Es una especie de coreografía que se monta sola y se desarrolla. Pero es la lógica a la que estamos acostumbradxs, no es algo excepcional. El modo en que funcionan estas violaciones responde a lógicas de existencia cotidianas.
¿Cómo se entienden esos cuerpos abusados?
-Como materia inerte, moldeable, susceptible, necesitada de una forma impuesta desde afuera. La mujer ha sido siempre asimilada a esa función biológica entendida como algo del orden de una materialidad disponible. Y la violencia garantiza ese dominio. El extractivismo no se impone sino a través de la violencia.
Y genera los fenómenos de desprecio y crueldad colectiva sobre esos cuerpos.
Es la reproducción del sistema en distintos niveles. El hecho de que los cuerpos femeninos estén disponibles para hacer las peores tareas, para tener hijos, para ser eventualmente acosadas, abusadas, violadas o asesinadas es parte de la misma circulación de los varones heterosexuales, blancos, primermundistas, ricos, donde la violencia es el sostén. Y la violación es un punto ciego de ese sistema, porque hace entrar en colisión dos ideas contrapuestas que tiene el patriarcado sobre el cuerpo femenino. Por un lado está disponible y es una materia inerte, y por otro lado es un cuerpo connotado como sagrado. Molesta en forma sistemática porque o es de libre uso o es separado para su contemplación.
Esto se manifestó con brutalidad durante los debates por la legalización del aborto.
-Todo esto nos remite a los debates en torno del derecho al aborto. Que no puede legalizarse porque justamente es poner un límite a esa disponibilidad infinita. Y genera que nosotras tengamos la dinamis, el concepto de potencia griego, la posibilidad de abstenerse, de no pelear por la obtención del poder, sino porque lo que podemos sea diverso. Que tengamos la capacidad de decidir es realmente un límite a la violencia. Porque podemos elegir no perpetrar más la especie. Gozar y decidir que acá no nace nadie más. Ese es el terror que nos tienen.
Aún nos debemos pensar las maneras de lidiar con la revictimización de las víctimas.
-Nos tiene que interesar que no se trata de alguien determinadx, no importa tanto quién era esa adolescente o esa mujer, sino que somos cualquiera de ellas. Son casos que valen por todas. Por lo tanto la idea “Tocan a una, tocan a todas” funciona a ese nivel. Por eso no necesitamos pactos, porque no somos individuxs en ese sentido. No somos “una” mujer, somos cualquier mujer. Hay ahí algo que permitiría pensar modos políticos muy distintos y además dejar de pensar en la reconstrucción de la vida de la víctima. Y no funcionaría con la lógica de la venganza que aparece entre varones sobre ese cuerpo.
Que se relaciona con el efecto disciplinador de las agresiones sexuales.
-Creo que como el poder disciplinador es un poder biopolítico de poblaciones, no se trata nada más que de un disciplinamiento sino que es la administración desde siempre de la vida biológica de las mujeres. En el caso de las mujeres y los cuerpos feminizados, hay un azar en la elección de la víctima desde el poder biopolítico porque lo que importa es aislar determinado rasgo que es el que sirve para perpetrar el sistema de dominio y no necesita proteger toda tu vida o las de todas las mujeres, precisamente porque lxs individuxs no importan. En ese sentido esto es responsabilidad del Estado entendido como el modo de gobierno soberano, donde hay políticas de administración de las poblaciones que funcionan de tal o cual manera. No es una cuestión moral, ética ni religiosa. Es política-pública en la manera que todos los cuerpos, el cuerpo de cualquier mujer, está siempre ahí, disponible. Y las Core, jóvenes, vulnerables, son las que garantizan el funcionamiento del sistema.
Ciertas condenas sólo buscan apalear los efectos negativos de ese sistema.
-Las mujeres no podemos sobrevivir de esa manera. No alcanza con poner paños fríos a las situaciones de mayor vulnerabilidad. No podemos seguir viviendo bajo una única lógica de existencia, la del dominio y el extractivismo. Sujetadas. No queremos estar sujetadas; no me reivindicaría como individua en ese sentido. Y es de esa manera en la que se puede entender que el feminismo no puede ser un oenegeísmo cómplice del neoliberalismo, porque no son las libertades individuales de lo que estamos hablando. O nos salvamos todxs o no se salva nadie. Y con todxs me refiero al planeta. Hay una potencia tan grande en esa conexión, que por eso se nos están viniendo encima. Porque realmente estamos imaginado modos posibles de cambiarlo todo.