El chiste recurrente refleja muy a consciencia una pregunta pertinente: en estas épocas en las cuales el género superheroico es amo y señor de la producción cinematográfica de Hollywood, ¿cuántas veces puede volver a contarse la misma historia antes del agotamiento definitivo? En Spider-Man: un nuevo universo no hay un solo Hombre Araña sino cuatro, a quienes hay que sumarles una Mujer Araña en versión adolescente, un clon paródico bajo la forma de un pequeño animal antropomorfizado y hasta un robot araña, comandado por una jovencita de ojos tan enormes que no puede sino estar ligada a los rasgos típicos del manga. Como todo seguidor del personaje creado hace más de cincuenta años por Stan Lee y Steve Ditko sabe, esas versiones paralelas aparecieron más tarde o más temprano en las diversas publicaciones oficiales en papel, a medida que el universo (disculpas, el arañiverso) original –como el del resto de los superhéroes y superheroínas– comenzaba a ampliarse a pedido del público y del mercado.
En la película dirigida por Bob Persichetti, Peter Ramsey y Rodney Rothman –que acaba de ganar, sorpresivamente, el Globo de Oro al mejor largometraje de animación– la aparición de cada nuevo personaje dispara un flashback en el cual, con ligeras variaciones, vuelve a contarse aquello que se sabe de memoria: la picadura de la araña, la muerte del tío, la primera caminata por las paredes, su ruta. La elección a la hora de llevar de la historieta a la pantalla ese multiuniverso súbitamente entrelazado por un accidente (en realidad, el resultado de una de las maldades del robusto Kingpin) no podría haber sido más feliz. La dupla integrada por Phil Lord y Christopher Miller –responsables de La gran aventura Lego, una de las joyas de la animación industrial reciente–, el primero de ellos como guionista y el segundo en el rol de productor, parecía la única capaz de transformar un concepto de sinergia comercial, diseñado para seguir exprimiendo la marca, en un proyecto inteligente y divertido, renovador al tiempo que fiel a las fuentes, autoconsciente y paródico sin dejar de lado el concepto de aventura clásica.
Y visualmente estimulante: antes que cualquier otra cosa, son los conceptos estéticos los que acaparan la atención del espectador, elementos que irán enriqueciéndose a lo largo de las casi dos horas de proyección. Ante la aparición de cada nuevo héroe, Un nuevo universo va solapando capas ligadas a las diferentes texturas y a los tipos de trazos y movimientos de los personajes en el mismo cuadro, en contra de las reglas tácitas del mercado de la animación contemporánea: la homogeneización, siempre en busca de ese aparente oxímoron, el realismo digital. La excusa narrativa sigue al joven afrolatino Miles Morales (nacido en los cuadros de la historieta a la sombra del gobierno de Barack Obama), testigo de la muerte del Spider-Man original, es decir, de Peter Parker. Poco antes, su sangre habrá recibido una buena dosis del líquido indispensable para desarrollar los nuevos poderes y, no tan lentamente, irá descubriendo que el portal hacia otras dimensiones que acaba de abrirse en Nueva York recibirá la visita de los más insospechados y dispares doppelgängers.
En un terreno monopolizado por la hibridación entre animación digital súper producida y las estrellas de carne y hueso embutidas en trajes spandex, Spider-Man: un nuevo universo ratifica las bondades del viejo dibujo animado cuando está desencadenado de los patrones formales al uso. Aquí los bordes de la viñeta aparecen de tanto en tanto para recordar el origen del universo retratado (como lo había hecho solitariamente Ang Lee en su versión de Hulk), e incluso las expresiones mentales y onomatopeyas aparecen sobreimpresas sobre la imagen. Es cierto que las escenas de acción (de la cuales hay muchas, en particular en el último acto) terminan entregándose a la adrenalina que la industria parece demandar como si fuera un cordero sacrificial, perdiendo en el camino algo de frescura, pero la mezcla de humor autoconsciente y seriedad cuando las papas queman está lograda de tal manera que la enésima repetición de este viejo esqueleto narrativo queda en gran medida oculta detrás de la emoción. Y sí: aquí también hay un “cameo” de Stan Lee en versión animada y es su propia voz –registrada poco antes de su muerte– la que se escucha en ese fugaz momento.