Desde muy chica, la familia de mi madre me sindicó como “una cloaca”; especialmente por la insistencia de un tío que, con el correr de los años me di cuenta, en realidad, era mucho más mal hablado que yo.
(“Mal habladx”. Paradojas de las etiquetas. ¿Sería orgullo filiar lo de mi tío? ¿Una revancha con su hermana? Marca a fuego: “esta nena es una cloaca”.) De grande, esa característica ya tan mía produjo que más de uno me haya definido como “grosera”.
Ese fue el puntapié inicial para este relato delirante que mi amigo Ulises Cremonte fue el primero en leer y definió como un “gang band” literario.
Escribir “Grosera” para mí fue como viajar en un tren bala: a toda velocidad pero sin la sensación desagradable que me produce cualquier otro medio de transportea más de 100 km por hora, disfrutando de un paisaje bastante fuera de foco. Las frases se fueron concatenando unas con otras. Las acciones parecieron independizarse de mi voluntad narrativa.
Me reí mucho frente a la pantalla de mi computadora.Y me dio muchos nervios mostrarlo por primera vez en una lectura de terraza platense.
Es que “Grosera” resultó un relato completamente distinto a cualquier otro de los míos.
Intenté escribir una serie de cuentos con la misma lógica.
Pero no me salió.
Debe ser que “Grosera” quería ser única. Por eso no está en ninguno de mis libros.