“Lo que hago es escribir poesía. Eso es lo que siempre he querido hacer y pienso en mí como poeta. Pero no se puede, por supuesto, vivir de la poesía y he decidido permanecer afuera de la academia a pesar de mis calificaciones para hacerlo. También me las he ingeniado para no ganarme la vida como crítico literario de tiempo completo. Terminé por escribir libros que no se parecen nada entre sí.” Así se definió literariamente Al Alvarez en una entrevista publicada hace unos años, pero que aún funciona perfectamente como una introducción a su escritura. Al Avarez nació en Londres en 1929 y es –como a él le gusta decir– poeta, pero también crítico literario y ensayista. Se graduó como alumno estrella en Oxford, dictó seminarios como profesor invitado en Princeton, pero cuando estaba por cumplir 30 años abandonó todo para dedicarse a escribir. Fue luego editor de poesía y crítico literario de The Observer, donde entre 1956 y 1966 dio a conocer a los lectores británicos a Robert Lowell, Sylvia Plath y John Berryman, entre otros autores norteamericanos que traían nuevas formas, y que también fueron sus amigos. Pero más tarde renunció también a esa columna, recordada como una marca perdurable en el campo poético inglés.
Sobre fines del año pasado Alvarez hizo una entrada fulgurante a nuestro país, con dos libros traducidos y editados aquí, generando un gran interés por este escritor que hasta el momento permanecía bastante oculto a los ojos locales. El primero de ellos fue La noche, traducido por Marcelo Cohen, un ensayo libre y facetado sobre aquello que ocurre, ocurrió y ocurrirá cuando el sol cae. El segundo, traducido por Juan Nadalini, es En el estanque (diario de un nadador), un diario que escribió entre 2002 y 2011 en el que registró su vida de nadador. Esta crónica fue publicada originalmente en 2013 y es su último libro.
En su producción figuran novelas, poemarios, colecciones de crítica literaria, ensayos extensos de temas tan diversos como el divorcio, el suicidio, la escalada libre y un texto sobre el campeonato mundial de póker de Las Vegas en el que participó, aunque ese año no ganó lo que esperaba (el siguiente sí). Porque Al Alvarez, además de escritor, es un amante de las experiencias extremas, la vida intensa y esto no es un dato de color sino un elemento constitutivo de sus días y su literatura. En cualquier biografía suya se consigna su carácter de ex atleta, fanático del póquer, escalador experto, es decir, de adicto a la adrenalina en todas sus formas. Pero al cumplir los sesenta años su cuerpo maltrecho lo obliga a abandonar el montañismo. Es así como retoma una vieja y nunca del todo abandonada pasión: la natación en espacios naturales a muy baja temperatura. Para ser más precisa: la natación en los estanques de Hampstead Heath, imprevisto espacio agreste en medio de Londres, donde se zambulle varias veces por semana, en cada una de las estaciones del año.
De eso se trata En el estanque. Un diario pormenorizado de esas visitas a Hampstead Heath, sus zambullidas solitarias, acompañado apenas por algunas aves (cisnes, gaviotines, una altiva garza) y la camaradería de guardavidas y otros nadadores, ellos también ex atletas que cultivan este hábito porque el agua helada es lo más parecido a una experiencia extrema que aún pueden permitirse. Pero a la vez que deporte extremo lo que devuelve ese estanque es una experiencia literaria. Pareciera que Alvarez va a zambullirse también en la naturaleza con una agudísima percepción de sus cambios. Las sutiles mudanzas del clima, los mínimos movimientos que anuncian el paso del tiempo: el cambio del color del follaje, unas nubes que se deslizan con rapidez y anuncian la tormenta. Todo eso es anotado con un lenguaje preciso, ningún detalle se le escapa al poeta. Se trata de un diario sobre el tiempo en un sentido amplio. Tanto de lo que éste hace a la naturaleza como de lo que hace a un hombre. Alvarez va inventariando sus achaques diarios, las dificultades de un tobillo inestable, el cuerpo que va perdiendo día a día su potencia. Si bien a veces parece enojado o malhumorado el grado de emoción que le producen esas zambullidas lo dejan en un estado parecido a la iluminación. No hay otro modo de percibir esos cambios tan pequeños.
Si En el estanque está fundamentalmente anclado en su cuerpo, La noche es un libro sobre el impacto de la noche y la oscuridad en la mente: la percepción y la naturaleza errática de los sueños. Nada podría ser más arbitrario y extensivo que hacer un ensayo sobre un tema, pero Alvarez, en la tradición del ensayo francés a lo Montaigne, toma el viejo miedo a la oscuridad y lo actualiza. En la primera parte, hace un recorrido histórico de la batalla lumínica que dio el hombre para combatir a la oscuridad. Desde las velas de cebo, Edison y la lamparita, hasta el mercado nocturno del siglo XX alrededor de la luz (casinos, cines, discotecas). Alvarez traza un fresco de caracteres diferenciados entre el día y la noche, entre la luz y la oscuridad. La noche estuvo siempre asociada a los placeres mientras que el día lo estuvo al trabajo. Mientras que la noche era un lujo permitido sólo para las clases altas, la franja horaria de luz era el espacio del campesinado y la clase trabajadora. Durante el siglo XIX, en Inglaterra la noche se asoció a la marginalidad (ladrones, violadores, prostitutas) de los bajos fondos londinenses. Durante el siglo XX, los personajes de la noche se convirtieron en los “perdedores”, los desclasados del sistema, que buscan refugio en las luces artificiales de las ciudades modernas.
Pero Alvarez no se conforma con hacer un libro histórico sobre la noche como En el estanque tampoco es un libro sobre la natación. Revuelve en su historia personal: la noche para él era el mundo adulto, asociado al miedo infantil a los monstruos, la deformidad, y a lo desconocido, a lo que no se puede ver ni entender. La estructura del libro es aleatoria y azarosa, permanentemente muta hacia otras zonas nocturnas. Hay un amplio capítulo dedicado a las neurociencias y al estudio de los sueños. Alvarez escribe desde de su experiencia; cuando redacta este libro tiene cincuenta años y señala que la máxima de sus preocupaciones es tener buenas y largas horas de sueño. La noche se convierte en el descanso, el terreno desconocido de los sueños. De a poco, el libro se convierte en un ensayo sobre la psicología, un paseo elegante por los últimos avatares y experimentos que narra con pulso de cronista de los sueños.
Ambos libros son excelentes puertas de entrada a este autor original y profundamente vital, que a través de la indagación en su mente y en su cuerpo alumbra con una prosa despojada y bella, zonas nuevas del mundo y la experiencia. u
En el estanque
(Diario de un nadador)
Al Alvarez
Entropía
284 páginas
La noche
Al Alvarez
Fiordo
291 páginas