Quintay, que en mapuche significa “embarcación entregada al viento”, es una antigua caleta de pescadores, ubicada a pocos kilómetros de Valparaíso. Se caracteriza por tener una playita de arenas blancas y las instalaciones de lo que –entre 1943 y 1967– fue la ballenera más importante de las cinco que hubo en Chile. En la actualidad es la única que se conserva, convertida en museo. La zona es hoy un santuario que promueve la protección, defensa y recuperación del medio ambiente marino y la práctica de la pesca sustentable.
Visito Quintay en febrero del 2016. Es mediodía y hace mucho calor. Un poblador, que atiende en una casilla que se encuentra en el acceso a la ballenera, me vende la entrada. Después de que pago, hace un gesto con la mano para darme la bienvenida e indicarme que ya puedo entrar. Cuando lo hace, sonríe con una boca oscura, vacía de dientes. Unos pasos más adelante, a pleno sol y entrecerrando los ojos, leo el poema que –a propósito de este lugar– escribió Neruda. Está impreso en letras azules y colgado en una pared. Después, asciendo por la monumental rampa de cemento por la que alzaban a las ballenas para faenarlas. Un poco más arriba, en una sala blanca y cuadrada, veo fotos, veo arpones, veo huesos, veo pinturas, leo recortes de diarios. Antes de finalizar la recorrida, en una pequeña salita –separada del resto de la instalación por unos tabiques de madera y una cortina de tela negra–, miro un documental. El aire de la habitación se va volviendo irrespirable pero igual me quedo. Sobre el final del documental, reconozco al hombre que me atendió en la entrada, bastante más joven aunque ya sin dientes. Salgo de ahí con vértigo y náuseas. El contraste con la luz del sol me hace ver todo negro. La rampa es ahora, para mí, inevitablemente monstruosa. Como dice Neruda en el poema que he leído un rato antes: “una melancolía grave como el invierno va llevando mis pies por la deshabitada ballenera”.
Del otro lado de la caleta, mar y rocas negras de por medio, una fila de maniquíes sin cabeza exhiben vestidos de coloridos estampados que flamean al viento. Me prometo que, algún día, voy a escribir algo de todo esto. Y es lo que finalmente hice: escribir algo de esa cosa oscura que, por aquellos años nefastos, fue Quintay.