El espectáculo, organizado por el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires el próximo 14 de febrero en el Rosedal, se anuncia bajo el título de Por ese palpitar. Alude, claro, a una entradora canción de Sandro, el músico que, surgido del mismo barrio que el rock, un día decidió dar un viraje a lo romántico y se convirtió en leyenda del género. Pero aunque se anuncia un grand finale con todos los músicos entonando ese tema, no es estrictamente un homenaje a Roberto Sánchez. El anuncio establece las intenciones: “En los años 70, una gran camada de compositores y artistas proponían canciones para pasar un momento de diversión, invitaban a bailar, distenderse y pasarla bien. El tiempo y el recuerdo de esas canciones finalmente tienen un lugar en nuestra memoria y en nuestro corazón. Los invitamos a pasar un Día de los Enamorados bailando y cantando con aquellas canciones inolvidables”.
La “camada” incluye entre otros a Safari, Katunga, Juan y Juan, Los Náufragos, Séptima Brigada, Los tíos queridos, Palito Ortega y Donald. Las canciones inolvidables que sonarán son, entre otras, “De boliche en boliche”, “Mirá para arriba, mirá para abajo”, “Qué lindo que es estar en Mar del Plata”, “Estoy hecho un demonio”, “Otra vez en la vía”, “Dime linda chiquilina”, “Quiero gritar que te quiero”, “Zapatos rotos” y “Tiritando”.
Seguramente el Rosedal se llenará de almas nostalgiosas, que recordarán aquellas músicas que sonaban por todos lados, en los coloridos –aunque en blanco y negro– programas de baile de la tele, en películas de salas llenas, en la radio, en las disquerías, en el Winco.
Los artistas participantes (Lito Vitale en la dirección musical; Guillermo Novellis, Pipo Cipolatti, Hilda Lizarazu, Cucho Parisi, Julia Zenko, Juan Carlos Baglietto, Marcela Morelo, Roque Narvaja, Leo García, Patricia Sosa, Manuel Wirtz, Sandra Mihanovich) tendrán sus valederas razones, y cada quien toca la canción que quiere. También puede entenderse a esas obras como representaciones de un arte inofensivo y dicharachero, pop para divertirse, adornados recuerdos de una época festiva y por lo tanto nada tan grave como para andar buscándole la quinta pata al gato. Si hasta estará como presentador Fernando Bravo, el mismo que en Alta Tensión introducía a los bailarines de “La Barra Macanuda”, a esos artistas y otros del mismo tenor como Heleno, Ivette, Los Linces, Pintura Fresca y Los Galos. El Día de los Enamorados, el calorcito, las canciones facilongas, el túnel del tiempo a ese pasado que siempre se supone mejor.
Pero uno, que termina empeñándose en ver la quinta pata del gato, no puede evitar el recuerdo de todo lo demás. El contexto. Lo que significaban y encarnaban esos artistas. Esas músicas estaban ciertamente en todos lados porque eran el tanque de la cultura mainstream de los tiempos. Productos fabricados en serie para rellenarlo todo con loca alegría, shalala para chicas y chicos lindos en boites que estaban en la pomada y se sacudían al ritmo de estribillos tan elaborados como “Tengo, sí sí señor / el ritmo en la piel (lo puedes ver) / Bailando soy (dicen que soy) / el rey de la noche”. O que recibían instrucciones para moldear su función social cantando “Mirá para arriba, mirá para abajo / verás el camino que Dios te ha marcado de amor y trabajo”. Mientras las elevadas obras de los reyes del pasatismo salían hasta de los lavarropas, la otra cara de la música joven de los 70 –Almendra, Los Gatos, Manal, Vox Dei, Moris, Pappo, Sui Generis– sufría razzias policiales, persecución, averiguación de antecedentes y sesiones de peluquería espontánea en los calabozos, maltratos varios. Su presencia en los medios era ínfima, a veces entremezclados con esos artistas con los que no tenían nada que ver. La difusión de su arte, salvo para murciélagos blancos como “La Balsa”, era una quimera. Los contratos discográficos que se les ofrecían tenían el mismo esquema de explotación que los conjuntos beat comerciales aceptaban alegremente porque había que estar y aprovechar el momento. Para Spinetta, Charly, Litto Nebbia o Moris, estaba clarísimo que lo que ellos hacían estaba en la vereda de enfrente de “lo comercial”. Puede sonar a inútil grieta setentista, pero era y es la pura verdad: compárese si se quiere la poesía de Luis Alberto o los retratos urbanos de Javier Martínez con los versos de Francis Smith. Lo que “sonaba en todas partes” era berreta, la grasa de las capitales. Más allá del maquillaje de la nostalgia, lo sigue siendo.
Puede entenderse el impacto de recrear aquellas canciones tan populares, pero cuesta prenderse en la relativización de cosas que en su momento marcaron diferencias abismales en los modos de ver la cultura. Es un poco lo que sucede al ver cantando juntos a Charly y a Palito: es absolutamente comprensible el agradecimiento de García por cuestiones humanas, pero cuesta olvidar cosas como “Me gusta el mar”, escrita por Ortega a pedido de la Marina del genocida Emilio Massera durante el conflicto con Chile por el Canal de Beagle, o películas como Brigadas en acción, que en 1977 celebraba a las fuerzas de seguridad. Por la misma época, a García ya le habían censurado “Botas locas” y los muchachos de bigotazo y lentes negros solían aparecerse por los shows de La Máquina de Hacer Pájaros a vigilar a la concurrencia.
Otra vez: cada cual canta la canción que quiera. Pero esta iniciativa del gobierno de Horacio Rodríguez Larreta es, además, otra muestra de sus prioridades, lo que entiende como modelo cultural. Como dio cuenta el viernes en estas páginas la colega Paula Sabatés (https://www.pagina12.com.ar/16428-una-clausura-completamente-arbitraria), el GCBA sigue adelante con su política de persecución a espacios independientes, clausurando 85 lugares en los últimos dos años mediante el recurso de no implementar la Ley de Centros Culturales y darle carta blanca a los inspectores para que utilicen argumentos retorcidos para colgar la faja. El Teatro General San Martín y el Alvear siguen cerrados y en una eterna zona de promesas. El Centro Cultural San Martín funcionó durante 2016 a media máquina, con el presupuesto recortado. El Teatro Colón prospera como Salón de Usos Múltiples para quien tenga un billete, y su Ballet Estable languidece. Pero a quién le preocupan esas cosas cuando se puede ir al Rosedal a recordar qué lindo era ir de boliche en boliche, disfrutando el bochinche.