Desde Londres
Theresa May gastó su último cartucho para evitar una derrota hoy en la votación parlamentaria sobre su acuerdo con la Unión Europea (UE) para la salida británica del bloque, el Brexit. La primera ministra dio a conocer una carta de las máximas autoridades de la UE en la que le aseguraban que el acuerdo fronterizo entre la República de Irlanda e Irlanda del Norte es una medida temporaria que el bloque no desea usar y que las negociaciones para un tratado de libre comercio podían comenzar esta misma semana si el parlamento británico aprueba el acuerdo.
La carta no produjo el efecto deseado en la Cámara de los Comunes que parece haberle bajado el pulgar hace rato a este acuerdo. El número dos de los Unionistas de Irlanda del Norte, Nigel Dodds, fue categórico al señalar que la carta no contenía “nada nuevo” que cambiara la posición de su partido, el DUP. May gobierna desde las elecciones de 2017 gracias a su alianza con los 10 diputados del DUP: sin esos votos está en virtual minoría. Pero a este no rotundo de los unionistas de Irlanda del Norte se sumó el de los conservadores eurófobos, que pueden sumar hasta 80 votos. “No basta con palabras amistosas. Se necesitaba mucho más de la UE”, dijo Esther McVey, ex ministra de Trabajo y Pensiones de May.
El punto que desvela a unos y otros es que el acuerdo estipula que para evitar una frontera física entre la República de Irlanda (parte de la UE) e Irlanda del Norte (parte del Reino Unido), el Reino Unido seguirá en la unión aduanera con la UE hasta que haya un tratado entre ambas partes sobre la relación post-Brexit. En caso de que no se logre un tratado que garantice esta frontera invisible, se activaría el llamado Backstop, por el cual el Reino Unido en su conjunto o Irlanda del Norte por su lado, seguirían en la unión aduanera hasta que se alcance una solución al tema.
Los unionistas temen una partición de facto del Reino Unido, es decir de la unión entre Inglaterra, Escocia, Gales e Irlanda del Norte, si la provincia termina siguiendo las regulaciones de la UE y no las del resto del Reino. Los euroescépticos conservadores tienen un temor adicional: que esta parte del acuerdo sea una vía para eternizar el vínculo entre el Reino Unido y el bloque europeo.
La oposición en su conjunto ha dejado en claro que rechaza el acuerdo, más allá de que puedan aparecer un puñado de excepciones a último momento. En caso de que se cumplan los pronósticos de derrota, la gran incógnita es si el laborismo de Jeremy Corbyn va a presentar de inmediato una moción de censura en el gobierno. En gran medida dependerá de la magnitud de la derrota. Si son más de 100 votos, es decir, si prácticamente el 60% de la cámara vota en contra del acuerdo, los analistas creen que el líder laborista presentará la moción de censura en el acto.
Más allá de lo que decida Corbyn, May tendrá tres días para presentar un plan B al parlamento. La primera parada de esos tres días será un viaje a Bruselas para obtener nuevas garantías sobre el Backstop. En el vértigo de esta recta final del Brexit, estas negociaciones de último momento podrían suceder al mismo tiempo que el Parlamento vota la moción de censura.
Según el The Guardian, la UE estaría dispuesta a extender la fecha de salida británica hasta julio si May lo solicita. Este sería el inconfesable plan B de May, algo que alarmó ayer a los euroescépticos en el parlamento. Uno de los más conspicuos eurófobos, Bill Cash, le pidió a May que confirmara que “jamás iba a solicitar una extensión”. La primera ministra respondió con parquedad que su objetivo era salir de la UE en la fecha estipulada, es decir, el 29 de marzo, pero no cerró la puerta a esa opción de manera categórica.
El impacto que una derrota tenga sobre la libra británica puede darle una mano al plan B. Es posible que los mismos diputados que rechazaron el plan A apoyen el B empujados por una corrida de la libra y el temor a un descalabro económico. Pero, además, en este laberinto parlamentario, mucho dependerá de las enmiendas que se voten esta noche.
Este diario ha contado unas 27 enmiendas presentadas por grupos de diputados o legisladores individualmente. Varias rechazan la perspectiva de salir de la UE sin ningún acuerdo, otras exigen implícita o explícitamente la posibilidad de un referendo, algunas apoyan el acuerdo, pero le ponen condicionamientos parlamentarios a futuro.
En estas aguas revueltas, el Brexit se ha convertido en algo tan azaroso como disparar a un blanco con los ojos cerrados.