Buscar la solución del suicidio por un ataque de vergüenza ¿no es acaso algo razonable? Albert Camus mediante, sin la posibilidad del suicido, ¿tendría sentido la vida?
Me juré no caer en la tentación de explicar las claves de este cuento. Pero, la madrequemeparió, claudiqué apenas asomaron estas primeras líneas. Mejor callo: en boca cerrada no entran moscas. Ni salen.
Pero, más allá de librar a los lectores del agobio de la explicación del texto, advierto que dispongo de unas treinta líneas aun vacías; no las desperdiciaré: las usaré ya, a rajacincha y sin asco, para soltar confesión de autor. El cuento que entrego con el título de “Aquel pecado mortal” integra un libro demasiado inédito, de unos 270 relatos, poemas, crónicas que mutan en ficción, microensayos, etc. Este Inventario de corazones, resulta una especie de acopio de esquirlas de condición humana. Esquirlas–semillas, gotas de memoria, para después del fin del mundo. Mi libro excede el tamaño aconsejable, camino va de traspapelarse en el insoportable limbo de los inéditos. Al ver mi original, los editores se adelantan: “¡Pero esto equivale a cuatro libros! ¡Y estamos en la Argentina!” Ya me bajaron el pulgar, no se enteraron ni del título.
Comprendo a los editores, pero más me comprendo a mí, que bien me lo merezco. Sé que ser argentino es algo que le puede pasar a cualquiera. No, no voy a resignarme: me arrojo de cuajo y aprovecho estas líneas disponibles para avisar que estoy en carne viva y desesperado por editar. Busco un editor con güevos o una editora con güevas. Escúchenme: pido que me lean, pero no en diagonal. Soy ateo en los días pares y agnóstico en los impares, pero ahora me hinco y a todos los dioses habidos y por haber les ruego desde mi cornisa que intervengan pronto para conseguirme editor. Aquí les anoto mi mail: [email protected]. Vamos, métanse, métanle con mi libro. No lo dejen para mañana. Mañana quién sabe si queda mundo.