La llegada de Donald Trump a la Casa Blanca ha dejado al mundo entero perplejo. Durante los meses previos a las elecciones, la inmensa mayoría de politólogos, analistas o periodistas afirmaban que era absolutamente imposible que ganara las elecciones. De alguna manera, hemos comprobado que cuando dijo la frase “podría disparar gente en la quinta avenida y no perdería ningún voto” tenía algo de razón.
La confusión en torno a la figura de Trump ha estado presente durante toda la campaña y continúa ahora que ya es Presidente. Los medios europeos no han dudado en caracterizarlo como un líder populista, probablemente en un nuevo intento de desprestigiar el término. El proyecto político que representa el Presidente de Estados Unidos sólo puede denominarse como populismo si lo entendemos como una forma demagógica de expresión política al más puro estilo del “reality” televisivo. Sin embargo, cualquiera que quiera acercarse al análisis de las experiencias populistas de forma honesta, debería evitar la confusión entre populismo y demagogia, así como analizar la obra de Ernesto Laclau y Chantal Mouffe.
En este sentido, partiendo del concepto de populismo de Laclau, hay que señalar que la sociedad está organizada materialmente por el lenguaje, que es la condición primera del vínculo social, pero está constituido de tal modo que, si bien configura la realidad, no puede nombrar la totalidad de la realidad. A aquello que el lenguaje no puede nombrar, lo denominamos lo “real”. Se trata de un agujero de la realidad que solo puede ser contorneado por un “Límite”, al que podemos denominar de forma incompleta o inconsistente: hegemonía, construcción de Pueblo, en suma, populismo.
Asimismo, para Laclau, en la estructura del lenguaje está implícito el populismo, puesto que siempre habrá antagonismos que no pueden cerrarse en una totalidad. Las brechas y fallas que contaminan los vínculos sociales y derivan en antagonismos irreductibles solo pueden ser abordados por una lógica de articulación hegemónica que dé nombre a esas fallas, que asuma la brecha y, además, se haga cargo políticamente de los antagonismos que instituyen lo social. A partir de este análisis, mi posición es que el populismo no se extiende por igual a izquierda y derecha. Las condiciones de heterogeneidad, la diferencia, la dislocación o la frontera antagónica, sólo existen en el interior de una lógica emancipatoria de nuevo cuño que asume que la realidad no puede ser totalizada. Es una emancipación inconclusa y abierta que nadie tiene que ver con el fascismo, ni con las técnicas retóricas de la demagogia. Hay que recordar que estas prácticas se sostienen habitualmente en la conquista de una identidad sin fallas, brechas ni agujeros, amenazadas por las “impurezas o excesos de lo extranjero”.
Podemos ver claramente como en el discurso de Trump o Lepen no existe una verdadera lógica emancipatoria que asuma las brechas y las fallas, así como la heterogeneidad propia de la articulación hegemónica, sino que estamos ante una construcción discursiva que pretende defender una identidad (supuestamente atacada), frente al otro que la pone en peligro. Incluso no dudan en utilizar la victimización para defender esta identidad (recuperar la verdadera identidad francesa que está amenazada por los extranjeros o hacer grande América de nuevo porque los demás se han beneficiado a su costa).
Por todo esto, podemos afirmar que se utiliza erróneamente el término populista para no designarlo como lo que realmente es: la versión neofascista del neoliberalismo. Donald Trump no representa el fin del neoliberalismo, sino más bien la constatación definitiva de que el neoliberalismo ya no necesita la democracia para legitimarse. El nuevo Presidente de los Estados Unidos no va a poner en cuestión las bases económicas del Capitalismo -tiene un gabinete de billionarios, suman más de 35.000 millones de dólares de patrimonio- lo que va a poner en riesgo son los elementos básicos de la democracia, que ya estaban bastante cuestionados.
Así lo podemos constatar en sus primeras medidas: la recuperación del oleoducto Keystone XL que perjudica a la población indígena y al medio ambiente, el ataque a los derechos reproductivos de las mujeres y la disputa sobre el muro con México. Además, en su primera entrevista como Presidente, no dudó en justificar la tortura. En este contexto, ¿cómo es posible que algunos sectores de la izquierda “se alegren” con la victoria de Trump? ¿Realmente creen que un multimillonario va a suponer algún tipo de freno a la expansión neoliberal?
Algunos podrán justificarlo desde la lógica de “cuanto peor, mejor”, suponiendo que después de Trump llegará el verdadero proyecto revolucionario. Sin embargo, en el camino se ha perdido la oportunidad de que Bernie Sanders llegara a la Casa Blanca y existe el riesgo de que el Presidente Trump juegue siempre la carta del enemigo exterior para evitar cualquier tipo de articulación hegemónica en su contra. En definitiva, nos queda el “pesimismo de la razón, optimismo de la voluntad” gramsciano, pero es necesario partir de un análisis adecuado de lo que significa el fenómeno Trump para poder articular una respuesta política.
* Psicoanalista y escritor.