Alto y ciegas
Como el rayo.
Irrumpir
cuando menos lo esperás
iluminar todo
llenar de electricidad tu habitación
y desaparecer después
ciudad adentro
en el transcurso entre un segundo y otro.
Nuestra naturaleza es el instante
no la duración.
Más tarde vendrá el agua a apagar el fuego
que dejamos ardiendo entre tus cosas.
Las cenizas serán
barro fértil
y en el lugar donde ahora yo anuncio tu
tormenta
vas a ver crecer
calma, armonía
todo eso
que juntas desconocemos
todo eso que ellos llaman
amar bien.
Vendrá, sí
el agua a extinguir nuestro destello.
Pero hoy no.
Hoy sigamos inventando
otros modos de combustión:
si el incendio es inminente
cuando tus dedos se cierran en los míos
y la sangre muy viva
golpea las paredes del cuerpo.
Si el mundo se comprime
vibra en los huesos
empuja para salir
para expandirse
y queda hirviendo en la piel.
Si estamos alto y ciegas
y sentimos en nuestros pies
el paso de las nubes
la estela de un avión
o el fantasma
de lo que podríamos llegar a ser.
Si estamos alto...
Caer.
Como el rayo.
Seguir cayendo.
Hacer de la caída un trayecto.
Aprender a durar en este vértigo.
El suelo
duele
el suelo
rompe
el suelo
es de ellos
el suelo
otra vez
no.
Te propongo engañarlos.
Te propongo hacer
mientras caemos
solamente el gesto
de doler.
Oceanario, poema 10
Ella habita este universo líquido y sin manos. No sabe construir altares para dormir sus bestias, no sabe si acunarlas sobre un campo de corales o renunciarlas a mar abierto.
Amar, le dijeron, es construirse un hogar de muros de agua. Le dijeron: amar es para criaturas de branquias amplias al costado. Pero ella, mamífero de esqueleto firme, inicia también la inmensa obra, gota tras gota tras gota. El agua inunda sus huesos, los desborda, invade la carne, diluye sus músculos, ocupa el lugar de la sangre en las venas. Imprime una presión que solo en el fondo del mar se experimenta.
El ahogo
alcanza ya
la piel.
Amar, dice ella, es disolverse hacia
afuera.
Y a punto de fundirse con el agua,
apenas viva, con un hilo de aire en sus cortas certezas, abandona el hogar.
Para respirar, va a subir a toda velocidad e hipnotizada va a abrir de un solo
movimiento una herida arcaica en la piel salada del mar.
De Oceanario (libro inédito)