Una vez más Ana Katz vuelve a leer con certera sensibilidad el inconsciente del gen argentino. Y así, pintando su aldea, ofrece al mismo tiempo un fresco que puede ser un espejo de lo humano en un sentido más amplio. Porque siendo muy “criolla” en el trazo de las situaciones, en la composición de sus personajes, en el retrato de sus códigos y sus formas de vincularse con lo extraño de un mundo familiar, pero ajeno, Sueño Florianópolis es también poderosamente universal. Su quinta película, además, vuelve a evidenciar virtudes que se extienden por su filmografía completa. La solvencia en el manejo depurado de recursos como el humor, leve en apariencia pero profundo y filoso; una gran capacidad para desarrollar el drama sin ponerse solemne ni trágica; y la voluntad innegociable de sumergirse en sus criaturas para extraer de ahí lo que el relato demanda, sin exponerlas ni aprovecharse de ellas, pero sin caer tampoco en la tentación del maternalismo o la condescendencia.
Todo esto para contar la historia de una familia tipo –madre, padre, hijo, hija–, que a comienzos de los ‘90 parten hacia las playas de la isla más argentina del Brasil, en un viaje en el que se juega mucho más que la promesa de descanso de unas simples vacaciones. Katz introduce el registro de época, un detalle importante del relato, de forma elegante: la ausencia de tecnología Smart, una remera de Nirvana, el modelo de los autos. La película arroja su ancla en esa posibilidad de salir al mundo que los primeros años del menemismo representaron para la clase media más pura y dura. Porque Sueño Florianópolis también funciona, de forma tangencial, como retrato de ese sueño de prosperidad, de aquel carpe diem que finalmente no resultó inocuo, del mismo modo en que estas vacaciones no lo serán para la familia protagónica.
Pedro y Lucrecia componen un matrimonio de psicoanalistas que si bien ya no están juntos, tampoco están separados. En ese complicado estatus deciden emprender la excursión a Floripa. Junto con ellos van Flor y Julián, sus dos hijos, adolescentes pero no tanto como para no encarar el viaje con planes propios. Desde el comienzo la travesía dista mucho de ser soñada. Se quedan sin nafta en la ruta dentro de una auto viejo y sobrecargado; una parada imprevista en un hotel de mala muerte; la llegada a la casa alquilada a “dueño directo”, que resulta ser una pocilga. Claro que en cada una de estas instancias también existe el componente argento: chamuyarse a la conserje del hotel para que les permita meterse a los cuatro en una habitación para dos (y pagar por dos); salir rajando cuando el destino elegido dista de lo imaginado; el impagable portuñol italianizado de Mercedes Morán y Gustavo Garzón, extraordinarios en sus roles.
Como si se tratara de la famosa Isla de la Fantasía de Ricardo Montalbán y Tatú, los cuatro personajes depositan en Florianópolis diferentes esperanzas. Si Pedro aspira a recomponer el vínculo con Lucrecia, esta en cambio parece más dispuesta a dejarse llevar por la situación. Mientras tanto los chicos, cada uno a su modo, comienzan a jugar con la idea de empezar a ser grandes. Como en un sueño, la idiosincrasia brasilera habilita con generosidad la posibilidad de cumplirle a cada uno esos y otros deseos. En ese punto la profesión de la pareja protagónica no resulta una elección aleatoria. Hay algo de proyección en esas vacaciones, algo de represión liberada operando en los personajes.
En ese sentido la pareja de pacientes peleadores que Pedro y Lucrecia se cruzan por todas partes (y de los cuales se ocultan), funciona casi como un acto fallido. En los escandalosos enfrentamientos públicos de esos otros, que al mismo tiempo los avergüenza y los divierte, tiene lugar de forma explícita lo que en ellos se da sotto voce. Y así como el viaje a Floripa es veladamente aspiracional, aquella pareja de pacientes, los Benítez, son capaces de convertir en acción y de poner en palabras todo lo que los protagonistas no saben cómo. Será que en casa de herrero… Por todo eso y más Sueño Florianópolis resulta, entre otras cosas, un espejo sublime de la clase media, de un momento histórico y de la argentinidad. Es decir: del ser humano.