Agustín Falco murió por amor a la camiseta. O lo que es igual, por amor al club Deportivo Español. Falleció mientras se cambiaban de lugar tres termotanques en la sociedad civil sin fines de lucro de la que era socio, además de dirigente, además de entrenador del equipo de fútbol femenino. Era todo eso junto y además, un joven solidario. Tenía apenas 28 años y otros directivos como él, de todas las instituciones deportivas del país ahora deberían estar hablando de él, homenajeándolo, para reivindicar su memoria y sentirse más cerca de su ejemplo. Porque también, Agustín defendía la integridad de su club. Rodeado como está, acechado y cada vez más reducido a un pequeño espacio al que lo ha empujado el gobierno de la ciudad de Buenos Aires. El mismo que le exigió sacar los termotanques de un sótano y reubicarlos en otro sitio. Hasta que, de repente, todo voló por los aires.
Agustín dejó este mundo con el 90 por ciento del cuerpo quemado. Antes había muerto José Rincón de 50 años, el gasista matriculado que estaba junto a él. Daniel Villaroel de 41, otro dirigente del Deportivo Español, fue alcanzado por la explosión y sigue internado en el hospital Santojanni. Es el único sobreviviente de la tragedia del 5 de enero.
El club decretó tres días de duelo. Pero el fútbol en general y más allá de unas pocas condolencias y una sentida y necesaria nota del ex futbolista y médico Juan Manuel Herbella en Perfil, casi nada dijo, ni recordó a las víctimas, ni se solidarizó con ellas. Tampoco la AFA, de la que no se conoció ni en su página oficial, Facebook o en su cuenta de twitter un mensaje de pesar por lo sucedido. Sí había actuado de manera distinta en septiembre de 2015 cuando murió Francisco Ríos Seoane, el ex presidente de Español, a quien recordó porque fue “miembro del Comité Ejecutivo y secretario de Prensa y Relaciones Públicas”. Un dirigente con prontuario que había tenido varias causas judiciales por estafa, defraudación y administración fraudulenta, además de una por instigación del crimen de otro dirigente, Ignacio Torres y en la que terminó sobreseído.
Falco, a diferencia del cuestionado Ríos Seoane, luchó durante su corta edad para resguardar el patrimonio del club desde el espacio “Español no se toca”. Aquel había sido el gestor de la entrega de la institución al actual presidente de la Nación, Mauricio Macri. En 1993 firmó un preacuerdo para cedérsela y transferir su sede a Mar del Plata, aunque antes ese proyecto debía pasar por la asamblea de socios.
La amnesia colectiva suele devolvernos al peor de los pasados. Aunque contra ella siempre suele haber un buen antídoto. La entrega de Agustín por su club tendría que interpelar a sus pares, muchos de los cuales a menudo son acorralados por el desprestigio que supieron ganarse. Nunca es tarde para abrir los ojos. Ni siquiera ante la oscuridad más cerrada.