A cincuenta años del mito fundante en que se convirtió el Festival de Woodstock para el rock y la contracultura, sus ecos se siguen escuchando a miles de kilómetros de distancia. Esa experiencia calidoscópica que tuvo lugar en una granja neoyorkina –donde se estima que hubo quinientas mil personas y por donde desfilaron artistas como Jimi Hendrix, Janis Joplin, Joe Cocker y Santana, entre muchos otros– dejó enquistada una sentencia en la cultura popular: la combinación de experiencias artísticas, jornadas al aire libre, naturaleza por donde se mire y noches de acampe permiten reconocer el aroma de la libertad. Y esa búsqueda todavía sigue presente. “En mi imaginario, lo primero que se me viene cuando me hablan de rock, es Woodstock”, adelanta Gastón Cerezo, de la productora RVT, que este fin de semana dará vida a la tercera edición del Festival Cuero Boutique, y reunirá a bandas emergentes, compañías de teatro, muralistas y pintores en el camping La Casualidad, veinte kilómetros al sur de Mar del Plata. “Siempre apostamos a lo que es la cultura local e independiente, a que se pueda mostrar en medio de un paisaje que es idílico. Crecimos y este año la apuesta viene con una grilla más fuerte”.
El Cuero Boutique, en principio, tiene previstas dos jornadas –sábado 19 y domingo 20– encabezadas por una larga lista de bandas y solistas: Los Espíritus, Pérez, Un Planeta, Yataians, Ca7riel, Ibiza Pareo, Villa Diamante, Rumbo Tumba, Femigansta, Kaleema, Emisario Submarino, Gutiérrez, Ex Colorado, Kuripana Kasapalma, Franca, Ceres, Chila, Zoka, De Queruza y Forasteros de Madera. Pero la propuesta radica en buscar las conexiones con esos otros espacios que, por fuera de la música, sintonizan en la misma frecuencia. “Es un festival multidisciplinario. Si bien el plato fuerte son las bandas, la cultura del rock no es solo música, sino otras artes con los mismos intereses”, asegura Cerezo. “Buscamos que el festival comprenda al rock en un sentido íntegro y amplio”. Entre esas propuestas habrá grupos de teatro como Los Bla Bla y Campo, artistas circenses, acróbatas, ferias de diseño, de discos, un laberinto natural, pintura en vivo, un espacio de charlas en el que estarán Abuelas de Plaza de Mayo, y una posibilidad que funciona como marca distintiva del festival: acampar en el mismo predio donde todo eso sucede.
“Lo que nos atrajo mucho de este festival es que la gente se puede quedar a dormir, a acampar ahí mismo. Esa experiencia hace que todo vaya más allá de los recitales, de las obras de teatro”, dice Santiago Moraes, voz y guitarra de Los Espíritus, encargados de cerrar la noche del sábado. “Es una propuesta que a diferencia de otros festivales, está apuntada a las bandas under, y eso es algo que hace muchísima falta. Salen cosas muy buenas de ahí, porque retroalimentan el crecimiento de la escena, y por otro lado la influencia que se genera entre las bandas y el público es muy fuerte”. Ese encuentro, para los organizadores del festival, tendrá su punto más alto luego de la presentación de Los Espíritus. “Lo que tenemos armado para la noche del sábado es un gran fogón, en el que los músicos y el público puedan tocar y cantar juntos, al menos por un rato”, explica Cerezo. “Queremos fortalecer ese vínculo, que el espectador no se sienta por debajo del artista. Es una manera de hacer más permeables las fronteras”.
En esa búsqueda, aparecen las señales de que Woodstock también ha quedado demasiado lejos, de que los tiempos ya cambiaron. Frente a aquellos intentos lisérgicos por explorar los límites, la libertad hoy parece estar vinculada a otras cuestiones. “Para nosotros tiene que ver con un marco de respeto, de cuidado, entre los pares y de la propuesta”, dice Gastón Cerezo. “Buscamos que todo sea estéticamente lindo, que se vea bien. Por otro lado, creo que no está buena la cultura del reviente. Se puede ser rockero sin caer en los excesos. Tratamos de mantener un espacio de cuidado, por eso no es posible acampar o hacer fuego en cualquier lado. Para nosotros es la manera de seguir creciendo, aunque no apuntemos a la masividad absoluta”.
El Festival Cuero Boutique lleva en su mismo nombre esa idea: la intención de estar delimitado en la cantidad de público. “El festi se llama Boutique porque de alguna forma es un festival chico, cuidado, aunque para nosotros mil personas, que son las que estamos estimando, es un montón de gente”, explica Cerezo. “Apuntamos a que sea un festival reconocido por la calidad artística, por la puesta en escena, que esté a la altura de los referentes que se fueron sumando. Por eso también elegimos La Casualidad. Cuando entrás al predio, se siente la tranquilidad propia del lugar. A pesar de que haya un montón de gente, igualmente se respira calma. Podés ir un rato a la pileta, jugar al ping pong, distenderte, y volver a donde está la movida. Que sea un acampe con bandas emergentes, es algo ya distintivo de por sí en estos tiempos”.
El elemento que aún resuena de aquellas diatribas hippies de hace medio siglo, adentro del Cuero Boutique, parece estar emparentado al viejo lema que clamaba por “paz y amor”. La intención de construir un espacio alejado de la ebullición urbana, en el que convergen diversas experiencias gestadas alrededor del rock, intenta retomar esa vertiente que también había sido canalizada en las lluviosas jornadas de Woodstock. “Este tipo de festivales son los lugares ideales de encuentro, de fraternidad. Tienen una diversidad que los hace muy atractivos, y el entorno natural te hace vivir todo de otra manera”, asegura Santiago Moraes. “Por lo general, uno no quiere irse de ahí, por eso está bueno que la gente pueda quedarse a dormir. De nuestra parte, lo que nos queda es tocar con todo el amor del que somos capaces”.