Analistas políticos y voceros del oficialismo suelen comparar la crisis económica actual con la que se produjo en 1995, cuando Carlos Menem obtuvo la reelección, para restar trascendencia a los efectos de la recesión sobre el humor del electorado. Mauricio Macri puede ganar los comicios de este año a pesar de la caída del PIB así como el riojano lo logró con la economía en plena ebullición por el Efecto Tequila, sostiene esa interpretación. Quienes la formulan no niegan la dificultad que supone para el Gobierno enfrentar las elecciones en un contexto de tanta contracción económica, pero la relativizan con aquella referencia a lo vivido a mediados de los 90. Sí se puede, afirman, porque los votantes no solo prestan atención al bolsillo a la hora de sufragar sino que conforman su opinión en base a un amplio abanico de circunstancias. Frente a ello, desde la oposición advierten que la experiencia de 1995 fue una excepción, mientras la regla desde la recuperación democrática ha sido que los oficialismos pudieron sostenerse con la economía en crecimiento –aunque no siempre– y perdieron cuando la situación fue adversa en ese terreno. Es decir, la marcha de la economía constituye un aspecto determinante en los resultados de las elecciones, en especial en las presidenciales. Más allá de ese debate, una cuestión central a tener en cuenta es que la asimilación automática del derrumbe de 2019 con la baja de 1995 es cuanto menos forzada, ya que los escenarios previos y las intensidades de las caídas son marcadamente distintos.
Las elecciones del 14 de mayo de 1995 que dieron el triunfo a Menem se produjeron con la economía recién entrando en crisis y después de cuatro años con tasas de crecimiento de entre el 5,8 y el 9,1 por ciento. Es cierto que en el momento de los comicios se vivía una gran incertidumbre financiera que ponía en riesgo la continuidad del plan de Convertibilidad, valorado por amplios sectores de la población por la euforia de consumo que había habilitado, aun a costa de la destrucción del aparato productivo, la suba de la desocupación, el endeudamiento y la exclusión de millones de personas. Pero para aquellos trabajadores que conservaron su empleo, el dólar por el piso, la apertura importadora y el freno a la inflación les permitieron acceder a bienes y consumos, como por ejemplo viajes al exterior, que antes les resultaban imposibles. Hasta marzo de aquel año 95, además, la economía seguía creciendo, a un ritmo del 2,2 por ciento, luego del estallido mexicano de fines del año anterior. El ciclo expansivo del menemismo, a diferencia de la recesión casi permanente del macrismo, duró 19 trimestres consecutivos, con arranque en el tercer trimestre de 1990 y el cierre en abril de 1995. Esa performance generó una percepción de éxito económico para un amplio universo de votantes, por más que otros la estuvieran pasando cada vez peor, que fue reconocido en los comicios del 95 a favor del presidente Menem. En 1991 el PIB avanzó 9,1 por ciento; en el 92, 7,9 por ciento; en el 93, 8,2 por ciento: y en el 94, 5,8 por ciento. En resumen, cuando los argentinos fueron a las urnas en mayo del 95 pesó más la bonanza de cuatro años largos de expansión del PIB que la caída que empezaba recién en ese momento –el segundo trimestre– y que luego se transformaría en una recesión de un año, hasta la salida del pozo en el segundo trimestre de 1996. Menem, además, quedó identificado como el garante de la Convertibilidad. Fue el “voto cuota”, por los créditos en dólares contraídos por millones de argentinos, esencialmente para el consumo, que de alterarse la paridad cambiaria se transformarían en una carga difícil de sobrellevar.
En contraste, ni los medios ultra M ni los consultores de la city alineados con el actual Gobierno pueden dejar de reconocer que el modelo económico de Cambiemos es un gran fracaso desde el primer día. La promesa de la campaña de 2015 de mejorar lo que se había alcanzado hasta entonces y la posterior, de 2017, de por fin dejar atrás la “pesada herencia populista” y consolidar los “brotes verdes” se convirtieron en un engaño inocultable. Macri aparece desnudo cuando se analiza la economía, al punto que el oficialismo hace todo lo posible por tapar los debates sobre el rumbo emprendido y sobre las consecuencias de abrazarse a las reglas del FMI. Hacia adelante, el Presidente tampoco ofrece nada distinto cuando remarca que el proyecto actual es “el único camino” e insiste, contra toda evidencia, en que “es por acá”. Frente a una economía que anotará en 2019 su tercer año de recesión en cuatro de mandato, con record de inflación en 27 años y record de caída de actividad desde 2002, el escenario es claramente distinto al de 1995, cuando Menem consiguió la reelección.
En las demás elecciones presidenciales, la economía fue clave para establecer las preferencias del electorado. En 1989, con hiperinflación y tras un año entero en recesión, el radicalismo perdió a manos del PJ, que prometía salariazo y revolución productiva. En 1999, Eduardo Duhalde no pudo torcer su identificación con la década menemista, que a esa altura ya no tenía la valoración que había logrado en 1995 sino que sobresalían los graves perjuicios del engendro neoliberal, y perdió frente a Fernando De la Rúa, quien supuestamente llegaba para poner en caja a los ganadores del modelo. Además, al momento de la votación el PIB llevaba tres trimestres en picada por la repercusión de las crisis del sudeste asiático, Rusia y Brasil. En la elección de 2003, el balotaje hubiera castigado a Menem frente a la opción heterodoxa que ofrecía Néstor Kirchner, pero la defección del riojano dejó vacante el resultado. Además, el santacruceño se postulaba de la mano de Duhalde y prometía conservar a su ministro de Economía, Roberto Lavagna, quien había logrado encaminar al país desde las ruinas del 2001. En 2007, el kirchnerismo fue premiado por cuatro años de crecimiento a tasas chinas con el triunfo de Cristina Fernández y en 2011, pese al golpe de 2008 y 2009 por la crisis internacional, la Presidenta fue reelecta con el 54 por ciento y la economía en recuperación. En 2015, en cambio, Daniel Scioli perdió ajustadamente en el balotaje frente a Macri, que machacaba con el latiguillo de que el país hacía cuatro años que no crecía, que por más que no fuera cierto, reflejaba en buena medida el humor social frente al estancamiento productivo y los problemas generados por la restricción externa, con la imposición del “cepo” cambiario como medida emblemática.
En conclusión, en seis de las siete elecciones presidenciales desde 1989 los resultados de los comicios mostraron un alineamiento con el ciclo económico, otorgando la victoria a los oficialismos cuando éste iba hacia arriba –2003, 2007 y 2011– y optando por un cambio frente a situaciones de crisis o estancamiento –1989, 1999 y 2015–. Como se indicó más arriba, el caso de 1995 se diferencia del resto porque la votación se produjo luego de una prolongada etapa de avance del PIB –con todas las objeciones antes mencionadas– y el candidato del gobierno, Menem, era visualizado como la persona capaz de sortear la crisis defendiendo la Convertibilidad. De ahí que sea erróneo utilizar ese antecedente como referencia para lo que pueda ocurrir en 2019. Difícilmente Macri logre conquistar en la próxima campaña esa percepción de piloto de tormenta después de tres años en que la economía no hizo más que entregar malas noticias, a pesar de sus promesas.
Por supuesto que la economía no es el único elemento que juega en una elección de jefe de Estado, más en tiempos políticos locales, regionales e internacionales dominados por las fake news y las operaciones mediáticas y judiciales, pero cuando el bolsillo le aprieta a la mayoría, los vientos de cambio suelen terminar por barrer la hojarasca e imponer su fuerza en las urnas.