Llama la atención que en la “biografía coral de la Escuela de Frankfurt” de Stuart Jeffries (Gran Hotel Abismo, un texto de 2016 cuya edición en español es de comienzos de 2018) la figura de Siegfried Kracauer sea apenas abordada, de lejos, como “el mentor” de Theodor Adorno y Walter Benjamin. En ningún momento se profundiza en la obra de Kracauer. Al lector no le queda más remedio que creerle a Jeffries y seguir adelante. El Ginster de Kracauer –una novela escrita entre 1927 y 1928– da cuenta por sí mismo de la enorme influencia que produjera su autor en el Instituto de Investigación Social de Frankfurt. Si una de las tesis más repetidas de Benjamin es aquella que afirma la clausura de la experiencia como tal luego de que los soldados sobrevivientes de la Primera Guerra Mundial regresaran a sus casas enmudecidos, empobrecidos en términos de “experiencia vivida”, la novela de Kracauer bucea en ese acontecimiento fundamental a partir del cual el mundo, la vida y la muerte dejaron de ser lo que eran para convertirse en otra cosa completamente diferente. La Gran Guerra es un quiebre en la historia de la humanidad, una grieta que se tragó a millones y millones de vidas en medio de la locura de las cifras y la fiebre de la maquinaria guerrera.
Ginster –como Kracauer mismo– es un arquitecto que acaba de graduarse al momento del estallido del conflicto bélico; ante la multitud agolpada en la plaza principal con motivo de la declaración de guerra, siente extrañeza, rechazo. Sin embargo, se ve “arrastrado por la marea humana” que se fusiona en un “nosotros” que a Ginster le resulta completamente ajeno: “Todo eso era ahora un pueblo. Ginster jamás había conocido pueblos, siempre tan solo a personas, a individuos”, escribe el autor. El advenimiento de la sociedad de masas –tema frankfurtiano por excelencia– irrumpe en la novela desde las primeras páginas. La construcción de una identidad colectiva frente al enemigo extranjero domina a las conciencias como un bloque de pensamiento intersubjetivo. La propia familia de Ginster lo presiona para presentarse como voluntario. Su amigo más cercano –Otto, un estudiante de filología clásic– se incorpora al ejército como voluntario y Ginster no tiene más remedio que “ocuparse más de la guerra. Desde que la habían declarado, la gente estaba trastornada, ya nadie hablaba de cuestiones importantes”. Desde el punto de vista de Ginster, los hombres marchaban a la guerra para tener algo en qué ocupar el vacío de la existencia. De un día para el otro todo el mundo desea “recuperar el terruño del Este” que fue ocupado por el enemigo, y las vidas de los hijos es “sacrificada” por la Patria. Ginster intenta alistarse como voluntario pero es rechazado por inepto. En este sentido, la novela de Kracauer no termina nunca de ser realmente una “novela de guerra”, puesto que las muertes, batallas y tanques permanecen siempre lejos del horizonte de la narración. Ginster es el antihéroe de la guerra. Colabora en un grupo de sanidad como enfermero y su madre le exige que –ya que no puede ir al frente– consiga de una vez un trabajo que le proporcione dinero. Así, Ginster ingresa como empleado en un estudio de arquitectura.
Hay algo de Chaplin en Ginster. Le interesan más las líneas y figuras que componen un plano arquitectónico que el resultado “real” en un edificio. Cuando observa la realidad, Ginster abstrae de los cuerpos las figuras, líneas y curvas. Querría que los objetos y construcciones fueran el punto de partida para llegar a los planos y no al revés. Cuando se cruza a un militar, lo que ve es “un uniforme”. Los militares no son para él otra cosa que rectángulos uniformes. Su propio amigo, Otto, ahora uniformado, acaba por convertirse (a los ojos de Ginster) en un autómata: “lo comprimieron dentro de ángulos rectos, pensó Ginster; un autómata. Frente a uno de cada dos uniformes, levantaba el brazo. No era Otto el que levantaba el brazo, sino que este se alzaba por sí mismo. Otto no habría reconocido los uniformes. Debían de haberle instalado ese brazo en el cuerpo, con pequeñas ruedas. El sistema era operado a distancia por los uniformes. No era posible apagarlo y tal vez habría funcionado mucho mejor sin Otto”, escribe Kracauer. A medida que pasan los años y las cifras de caídos se incrementan, las autoridades se ven obligadas a convocar para el combate a aquellos que habían sido rechazados por ineptitud. Es entonces el turno de Ginster. ¿Qué es la guerra para él? La constatación de que “las piernas estaban solas en el mundo. Rompían el suelo en retazos y seguían moviéndose sin puntos de apoyo. A menudo marchaban sobre el cielo nublado, cuyos agujeros azules vadeaban. Como siempre caminaban en línea recta, la tierra giraba de acuerdo con sus necesidades (...). Ginster se dividió en dos partes, pierna derecha, pierna izquierda (...) Cuando conseguía, alguna vez, escapar de sus piernas, entraba en la carabina. Era como un hombrecito de fósforos, hecho con tres trazos”. Los uniformes, a su vez, para mantenerlo activo, lo obligan a “barrer” la carabina con su cepillo de dientes.
Esta primera edición en español de Ginster. Escrito por él mismo es el resultado del incansable trabajo de traducción a cargo de Miguel Vedda (Profesor titular plenario de Literatura Alemana de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA e investigador del Conicet), que desde hace años viene publicando material de enorme valor (los Manuscritos Económico-Filosóficos de 1844, de Karl Marx, Colihue, entre otros). En su “Introducción” a la novela, Vedda escribe: “Ginster es un arquitecto dotado, ante todo, de un extraordinario talento para la demolición, interesado –como los alegoristas barrocos– en convertir las construcciones y las ciudades en ruinas”.
El desenmascaramiento ideológico de la clase media que abrazó a la Gran Guerra desde el primer día es la tarea que Kracauer supo enhebrar en su novela, dando un testimonio singular del despedazamiento de la cultura.