Es una de las ingenuidades de esta vida, y todos caemos porque queremos caer, queremos creer que existe un país que es siempre una fiesta, donde se sonríe y se olvidan los problemas, se bebe y se baila, se canta y se ama entre gente hermosa, de piel oscura y ojos verdes. El Brasil de esta imaginación es una mezcla de marketing, de entrete-nimiento maníaco y de mentira pura y simple. Es un caramelo mental que busca poner en segundo plano una sociedad violenta, racista, clasista y muy, pero muy fragmentada. Es la que produjo a un Bolsonaro presidente, una sociedad que hace rato viene describiendo el gran Rubem Fonseca.
Un día de estos, este brasileño pinchaglobos va a cumplir cien años y tendrá un ataque de risa haciendo el balance de su vida. Es que Fonseca pasó la vida en Río de Janeiro pero es de Minas Geraes, el estado “serio” de Brasil, por no decir el amargo, metafísico, chinchudo y algo depresivo que produjo joyas como Milton Nascimiento. Y Fonseca arrancó la vida en 1925 bien pobretón, se metió a policía carioca con rango de agente y terminó de comisario, lo que en el sistema de allá quiere decir que se recibió de abogado. Y un buen día colgó el uniforme y se dedicó a escribir unos cuentos notables, tersos, medio que terribles. Le salió bien, lo pu-blicaron en todos los idiomas posibles, lo llenaron de premios, no le sacaron ni un reportaje, vive largamente de lo que escribe. Tiene porqué para reírse.
Lo que Fonseca fue construyendo desde la publicación en 1963 de Los prisioneros es un anti-Jorge Amado. El turco bahiano no era ningún ingenuo y sabía sus marxismos, pero tenía el oído puesto en el poder del amor y el sexo para romper barreras, construir identidad, forjar un país. Sus libros están poblados de marineros enamo-rados, putas enamoradas, amas de casa e-namoradas, policías enamorados y hasta orixás enamorados, o al menos muy calientes. El portugués mineiro habla de un Río donde el amor enferma, donde se cuenta el mango que nunca alcanza, donde la vida puede ser de servidumbre, donde matar es una profesión seria y la venganza es una de las pasiones más res-petables. En este universo carioca la playa es para otros y nada nunca pasa porque sí, sino por las peores razones.
Estos Cuentos Completos editados por Tusquets toman 35 años de carrera en nueve libros de piezas breves. Hay que avisar de una curiosa decisión editorial, la de incluir en estos tomos de cuentos Del fondo del mundo prostituto, sólo amores guardé para mi puro, la primera novela con el enorme personaje de Mandrake. La curiosidad es que el debut del abogado Mandrake es una novela en historia entrelazadas y sucesivas, y tomarlo como cuentos es llamativo, aunque bienvenido para cualquiera que no conozca al personaje. Mandrake es, de hecho, una suerte de respiro de la madurez, un personaje que afloja un poco la negrura existencial de Fonseca, una vacación a los setenta que introduce amigos, tragos, habanos y mujeres entre muertos, egoístas, policías ma-los y el verdadero motor de este mundo: el dinero o la falta de dinero.
Algo más típico es un cuento como “El agujero en la pared”, contado en primera persona por un joven mineiro perdido en Río, viviendo en una pensión en el Centro viejo, tan pobre que le alcanza para alquiler una camita atrás de un biombo en el living de la casa. Desempleado, el pibe se la pasa leyendo en la gloriosa Biblioteca Nacional, vive a café con leche, es deseado por una supuesta bailarina en decadencia, espía a la bailarina cuando toma sol, aprende cosas como eso de que las madres siempre perdonan a los hijos pero los hijos nunca perdonan a las madres. El chico, que como en tantas historias de Fonseca no tiene nombre, termina en la cama con la mujer ma-yor, transido de deseo y de asco por “fornicar”, se enamora de otra vecina, esta de 16 años, lo echa a golpes por otro amante de la mujer. La adolescente lo sigue, lo encuentra, le confiesa que también lo ama, le ofrece su virginidad a cambio de matar a su madre, lo lleva a una pieza vacía, le pide que sea brutal. El la toma, mata a la madre, se va a la terminal de ómnibus a esperar la mañana, piensa que debería haberse ido antes de la pensión para no meterse en tanto lío. En 21 páginas, Fonseca demuele el imaginario completo de la ciudad feliz: el mineirito ni siquiera se molestó alguna vez de ir a ver el mar.
Todo esto es contado en un estilo seco, de frases cortas, que forma una prosa perfectamente controlada y personalísima, sembrada de momentos brillantes. En la literatura de Fonseca alguien saca una moneda de oro inglesa y entiende la ins-cripción “Rex Fid Def Ind Imp”, o una trama se explica por la Festina lente romana. Un encuentro de fumadores es una lección de calibre universitario sobre habanos y la mesa de Mandrake es un curso de enología comparada. En “Bufo & Spallanzani” se aprende de sapos y en “El gran arte” uno se desayuna que existe la esgrima de cuchillos, tan antigua y compleja como la de espadas. Esto no debe ser confundido con esas novelas norteamericanas “investigadas” según el tema, porque la información se mezcla sin costuras al resto de la trama, la mueve, la sustenta con la naturalidad del talento.
Una de las injusticias de este mundo es considerar a Fonseca un escritor policial, por haber sido policía y porque en sus historias suele haber muertos. El que quiera perderse el chiste por este error que lo haga, el mundo es libre, pero la violencia está en Fonseca porque está en Brasil, un país donde se mata por poco, se mete bala al bandido y se tortura hasta banalmente. Que un cuento hable del amor imposible de un killer y una evangelista, que una historia incluya un aspirante a matón que no sabe cómo empezar en el oficio y que siempre, siempre haya pobres desesperados y dispuestos a todo, no es literatura policial. Es tener los ojos abiertos y ver lo que te rodea, si lo que te rodea es el Brasil por detrás del mito, del solcito y los turistas. Aquí están estos muchos cuentos para presentar la tesis, desarrollarla y comprobarla.