En Todo lo posible, Lorena Romanin vuelve a ahondar en el terreno de los vínculos y otra vez sale airosa. La dramaturga y directora viene pisando fuerte en el circuito off con Como si pasara un tren, que volvió a escena en su quinta temporada, y quien haya visto ese trabajo comprobará que su sello se confirma como un estilo que combina drama, humor y ternura en una misma pieza.
Aunque ambas creaciones se configuran en torno al formato de la familia disfuncional, y lo vincular y lo afectivo son los pilares de la dramaturgia, en Todo lo posible hay un salto y una vuelta de tuerca que pone la lupa sobre la complejidad de las relaciones sexo-afectivas y permite pensar en el amor como un sentimiento alejado de ataduras y dogmas.
La historia nos habla de Daniel (Marco Gianoli), un joven que vive con su hermana Magui (Salomé Boustani) y su cuñado Alvaro (Claudio Mattos), y trabaja en un jardín de infantes junto a su mejor amigo Eliseo (Guito Botto Fiora), de quien está enamorado. En la primera escena, Daniel le habla a Magui sobre Agustín, uno de sus alumnitos que se siente nena y se hace llamar Melina. Y Alvaro, que llega de enterrar a su abuela, interrumpe. El y Magui están juntos hace ocho años, pero para ella algo dejó de funcionar. Básicamente, ya no lo ama y él no quiere darse cuenta. Ese mismo día, Alvaro se accidenta y todos terminan en el hospital. A partir de ese quiebre, Daniel y Eliseo comienzan una relación que trasciende la amistad, pero la presencia de Magui desestabiliza esos planes.
La obra se había presentado en 2013, como Esa sensación horrible de no haber intentado lo suficiente, pero el estreno coincidió con el nacimiento de la hija de Romanin y no se sostuvo. Por eso, la autora se lanzó a su reescritura y convocó a otro elenco. No obstante, la esencia se mantuvo. Tanto que el título original puede escucharse en boca de Magui cuando habla con su hermano en la sala de espera del hospital, angustiada por el grave estado de salud de Alvaro. Con la culpa de haber discutido con él instantes antes del accidente, y con una culpa aún mayor por ya no amarlo, dice: “Tengo esa sensación horrible de no haber intentado lo suficiente”. ¿Qué implicaría intentar lo suficiente? ¿Cómo se mide lo que es suficiente?
No hay respuestas. Del relato se desprenden más dudas que certezas, y estas se trasladan al público, porque la identificación con el doble juego del amor y el desamor se hace inevitable. A su vez, la convivencia entre esos cuatro personajes, atravesada por el deseo, la frustración, la posibilidad y la imposibilidad, le otorga a la puesta un carácter multidimensional, donde no hay lugar para lo obvio ni para lo predecible. Literalmente todo puede pasar y esa multidimensionalidad en lo temático se traslada al espacio escénico configurado como plataforma giratoria dispuesta a escasa distancia de las butacas y que genera proximidad e intimidad a la vez que permite que algunas situaciones puedan verse, por momentos, desde distintas perspectivas.
La dramaturgia se dirige hacia un público juvenil y construye espectadores cómplices, incluso en algunas ocasiones los personajes rompen la cuarta pared e interactúan con ellos. Todas las actuaciones son sólidas y cada uno logra transmitir sus inseguridades e insatisfacciones, pero la interpretación de Marco Gianoli se impone sobre el resto, porque Daniel es de algún modo el eje desde el cual se estructura el relato, y el actor aprovecha de manera inmejorable ese lugar ofreciendo un personaje querible, empático y profundamente tierno.
Lorena Romanin pone el foco nuevamente en la diversidad sexual, una temática que ya había explorado en Julieta y Julieta, su adaptación del clásico de Shakespeare Romeo y Julieta, y en Plan V, la primera serie lésbica del país dirigida y protagonizada por ella misma. Y la visibilización que propone se plantea con naturalidad, sin imposturas ni pretensiones, desde la risa y con una historia marcada por el ritmo de lo cotidiano. Así, en medio de un texto con humor y drama, emerge una crítica potente a la heteronorma, que reivindica un amor libre, sin etiquetas. Y en tiempos de reacción y censura a ese nuevo paradigma, la mirada que ofrece Todo lo posible es una bocanada de aire fresco y se agradece.