Estoy en Toronto, en el Festival Internacional de Autores de Harbourfront, con la sensación de extrañeza que suele invadirme en las situaciones cinco estrellas que depara a veces la literatura. Es el año 1986 y me encuentro en un momento incierto de mi vida, dudando de si conseguiré darle forma a la novela que estoy persiguiendo desde hace más de veinte años (y qué será Zona de clivaje). Mi amigo del alma Alberto Manguel, sociable y amistoso por naturaleza e inútilmente empeñado en hacer de mí una persona mundana, me dice que vamos a ir a una reunión. Obediente, camino con él bajo los increíbles árboles rojos del otoño, sin la menor idea de a dónde vamos. El resto es el cuento. Dos aclaraciones: la primera, preferí que la protagonista fuera sola a la reunión, cosa de que se acentuara la sensación de extrañamiento que, en la realidad, ninguna compañía me atenuó. La segunda: el poeta húngaro es George Faludy, quien más tarde, esa misma noche, me dedicó el libro que tengo ahora sobre la mesa: “Learn this poem of mine by heart”.
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