La naturaleza, una caminata, crisis en las relaciones familiares. Puesto así, cual sinopsis, Plegamientos en el valle del Challhuaco condensa varias de mis obsesiones literarias y vitales. Debería agregar una más, quizás, una más formal: cuánto es posible callar al escribir, cuánto es posible no contar y que la historia se cuente de todas maneras. En este cuento, creo, el silencio no viene siendo lo mismo que lo ocultado; pareciera más bien que cuando todo se sabe ya no hay nada que decir. Una familia cierra sus vacaciones con un paseo por el valle del Challhuaco, en Bariloche. Y la naturaleza se les impone, pero con suavidad. Y se convierte en un paisaje percibido como algo mucho más que un paisaje, mucho más que algo que se ofrece a la contemplación, mucho más que una postal o locación donde ocurre una escena. Werner Herzog dice que en sus películas los paisajes son interiores, subjetivos. Gastón Bachelard también habla de paisajes mentales, de imaginaciones culturales. En ambos casos lo que está en juego es cuál es la relación entre la naturaleza y las personas, qué tipo de interconexión se establece, qué tipo de percepción ocurre. En este cuento la naturaleza del bosque y de las montañas impregna el ritmo del relato. Herzog insiste: al mundo se lo conoce de a pie, y para contar un paisaje hay que entrar en él. En este cuento el ritmo también es un ritmo de a pie. La peripecia, las minucias que le ocurren a la familia a lo largo del día en la montaña cuentan, creo, la experiencia del bosque, y la manera en que esa experiencia trastoca, revela o protege a los propios personajes. Me gustaría pensar que esto conforma la experiencia del lector (¡ojalá!), pero no puedo saberlo, solo sé que fue parte de mi experiencia de escritura, una escritura luminosa como los amancay florecidos y a veces lacerante como el sol de las tres de la tarde.