Desde Melbourne

Roger Federer parece empeñado en agotar los adjetivos para describir su carrera: el suizo tumbó ayer al español Rafael Nadal en una trepidante final del Abierto de tenis de Australia para conquistar su Grand Slam número 18 y agigantar, todavía más si cabe, su leyenda. En la misma Rod Laver Arena que lo vio llorar de impotencia en 2009 ante el mismo rival, Federer se reveló contra su propio pasado y contra aquellos que lo veían ya fuera de los primeros planos del tenis a sus 35 años al vencer a su “bestia negra” por 6-4, 3-6, 6-1, 3-6 y 6-3 después de tres horas y 28 minutos.

“Cuando vuelva a Suiza me daré cuenta de la magnitud de este trofeo. Creo que no puedo compararlo con ningún otro salvo quizás con el Roland Garros de 2009. Esperé mucho por ese título en Francia, lo intenté, luché, lo volví a intentar y fallé. Al final lo conseguí y esto es una sensación similar”, indicó Federer, que se recuperó de un break en contra en el set definitivo.

Superar una situación así ante Nadal, que tantas veces lo había torturado mentalmente sobre una cancha de tenis, y en la final de un Grand Slam, hablan de un Federer liberado, un jugador que sigue rompiendo moldes.

El ex número uno había ganado su último grande en Wimbledon 2012 y desde entonces perdió las tres finales que jugó, Wimbledon 2014 y 2015 y US Open 2015. Además, llegó al Abierto de Australia tras haber estado sin competir los últimos seis meses por una lesión de rodilla, la ausencia más larga de su carrera. Y cuando nadie apostaba una ficha por él, se plantó en la final y tumbó en ella a Nadal para llevar al siguiente escalón su récord de títulos de Grand Slam. Un salto a la eternidad.

“Antes del partido me dije: ‘Juega libre, juega con la pelota, no juegues con tu rival. Siéntete libre en la mente, siéntete libre en los golpes. Ve por ello, que se premiará la valentía’”, señaló Federer para explicar su estrategia. Ésa fue atacar o morir. Jugar al límite, bolas a la línea casi en cada punto. Y funcionó.

Aunque quizás el punto que cambió el destino del partido fue una derecha a la red de Nadal. El español tuvo una pelota con su saque para colocarse 4-2, pero un error no forzado con el “drive”, su mejor golpe, lo condenó.

Nadal buscaba su Grand Slam número 15 y acortar distancias con Federer en ese duelo eterno que mantienen por el lugar más alto del olimpo del tenis. En en vez de irse de Australia con el aliento en la nuca de Federer, el español quedó otra vez a cuatro coronas. Aunque confía en poder alzar pronto más grandes.

“Si estoy a este nivel voy a ganar títulos”, indicó Nadal, que tuvo una lesión de muñeca en la segunda mitad de 2016. “Si mi cuerpo está capacitado para poder seguir trabajando de la manera que lo estoy haciendo, sin  lesionarme, que espero que así sea, estoy en el camino muy adecuado para competir por todas las cosas por las que he competido durante toda mi carrera”.

La final soñada –y del todo inesperada– de Australia, ese “revival” entre los dos jugadores que marcaron a fuego el deporte en la primera década del siglo XX, tuvo emoción y puntos imposibles como los Federer-Nadal de épocas pasadas. Sin embargo, careció quizás del ritmo y de la intensidad de antaño.

Buena culpa de eso la tuvo Federer, que salió prácticamente a tumba abierta. Había perdido seis de las ocho finales de Grand Slam ante Nadal y 23 de los 34 duelos anteriores entre ambos. Así que quiso sorprender al español metiéndose en la pista, atacando en cada golpe. 

“En un partido contra mí no habría sido inteligente por su parte salir a pelotear desde el fondo de la pista porque creo que no me hubiera ganando”, alabó Nadal la táctica de su rival. “Hizo lo que debía para que yo no me sintiera cómodo. Él tiene un talento que le permite jugar así”.

Federer pasó de verse 2-1 arriba en sets a estar break abajo en el quinto. Enfrente estaba Nadal, dueño de una mente privilegiada para el tenis, pero el suizo fue capaz de sobreponerse para celebrar su quinto título en Australia. A él hay que sumar siete Wimbledon, cinco US Open y un Roland Garros.

Y a sus 35 años y 174 días se convirtió en el segundo tenista de más edad en ganar un Grand Slam en la Era Abierta. El otro es Ken Rosewall, que ganó tres grandes después de cumplir 35 años en la década de los 70.

“Hace unos meses ni me imaginaba que iba a tener la oportunidad de estar aquí”, dijo Federer tras avanzar a la final. No sólo tuvo la oportunidad, sino que la aprovechó.

Federer fue el que se llevó más aplausos al entrar en la pista, pero Nadal puso una intensidad brutal en el calentamiento previo. El suizo parecía tener una marcha menos antes de empezar. Era un espejismo: porque aunque arrancó el encuentro jugando un poco atrás de la línea, tardó apenas unos minutos en abalanzarse sobre la pelota. 

“Roger tiene que salir a atacar”, había advertido en la previa su entrenador Severin Lüthi. En la agresividad del suizo residía una de las claves del encuentro. Y Federer entró a morder, a buscar puntos cortos que no le desgastaran. Encontró premio en el séptimo juego del partido. Dos puntazos repletos de clase por parte del suizo le dieron el break. La pelota de Federer volaba a una velocidad sideral, mientras que Nadal no podía hacer frente al vendaval. Y eso le gustaba a la gente en el estadio Rod Laver, que estalló cuando Federer ató el primer set con un ace en 35 minutos. Un honor al “Federer-Express”, uno de sus muchos apodos.

También lo llaman “Maestro”. Y también hizo honor a ello en Melbourne con golpes que provocaron caras de asombro y estupor entre los 15.000 espectadores que lo vieron en directo. 

Fue una montaña rusa: Nadal despertó en el segundo set, pero en el tercero fue arrollado por Federer y de nuevo logró igualar la partida en el cuarto para llevar todo al parcial definitivo. Ahí tuvo Nadal la oportunidad de colocarse 4-2, pero esa derecha a la red lo cambió todo. Quizás Federer no habría ganado su decimoctavo grande, quizás sí. Seguiría siendo una leyenda de todos modos. Ayer sólo la agigantó un poco más.

El suizo y el español, las dos caras de la final.