Camino al Oscar pasan cosas curiosas. ¿Por qué Roma, una película hablada en castellano y en lengua mixteca, rodada íntegramente en México, con director y equipos técnicos y artísticos mexicanos, puede competir al mismo tiempo por la estatuilla al mejor film hablado en otro idioma y por la categoría principal, al mejor film? ¿Acaso no era que la ceremonia de la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas de Hollywood funcionaba como una autocelebración de todo aquello que se produce en Hollywood, precisamente?
Bueno, al fin y al cabo la ya muy premiada película de Alfonso Cuarón, que acaba de acumular diez candidaturas al Oscar, es una producción con capitales de Netflix, una compañía que ciertamente no es mexicana. No por nada Jorge Ayala Blanco, el decano de la crítica mexicana (y también un provocador consuetudinario), incluyó Roma entre las cinco mejores películas del 2018… pero no en el apartado dedicado a las películas nacionales sino en el de las extranjeras, induciendo una polémica en su país. Aunque todo el asunto es un poco más complicado que eso.
En primer lugar, a diferencia de lo que sucede con los Globos de Oro, donde Roma compitió sólo en el rubro mejor película extranjera (que ganó), el reglamento de la Academia no impide que una película participe de ambas categorías. Basta con que el film en cuestión haya sido estrenado comercialmente en el condado de Los Angeles, California, durante el año calendario, y presentado por sus productores a consideración ante la Academy of Motion Picture Arts and Sciences para la categoría principal y por la Academia del cine de su país para la categoría extranjera. Contra toda suposición, para los académicos de Hollywood la mejor película hablada en otro idioma que no sea inglés también puede llegar a ser, eventualmente, la mejor película del año, a secas.
Eso no implica que alguna vez haya sucedido. De hecho, desde que existe la categoría “Best foreign language film of the year”, instituida en 1956, solamente seis películas no habladas en inglés participaron además de la competencia principal. Lo que hace distinto el caso de Roma de sus cinco antecesoras es que se trata de la única que –según analistas de Hollywood– tiene chances de hacer historia y de ganar en ambas categorías. Difícil pero no imposible.
¿Qué tiene Roma que no tenían Z (1969, del franco-griego Costa-Gavras), Los emigrantes (1971, del sueco Jan Tröell), La vida es bella (1998, del italiano Roberto Benigni), El tigre y el dragón (2000, del taiwanés Ang Lee) y Amour (2012, del austríaco Michael Haneke)? Al margen de consideraciones artísticas, una brutal campaña de promoción, en la cual al omnipotente despliegue de Netflix –que por primera vez tiene la oportunidad de competir en la categoría al mejor film– se sumó el propio Alfonso Cuarón, involucrado personalmente en el tema, como en todos los otros de su película, desde el guion autobiográfico hasta la fotografía pasando por la edición y la producción. Conviene recordar que Cuarón –junto con Guillermo Del Toro y Alejandro González Iñárritu, integrante del trío “Three Amigos”– hace tiempo que forma parte de la comunidad cinematográfica de Hollywood. Y que, como sus compadres, ya tiene en su vitrina el Oscar al mejor director (por Gravedad, 2014).
Los memoriosos recordarán otros casos fuera de norma, como los de La gran ilusión (1937), del francés Jean Renoir, Gritos y susurros (1972), del sueco Ingmar Bergman, y El cartero (1994), del italiano Massimo Troisi, que fueron candidatas para el premio central de la noche. Pero en el primer caso la categoría Mejor Película en Idioma Extranjero todavía no existía, y en los otros dos las respectivas academias de cine de los países productores no las inscribieron como sus representantes, condición necesaria para concursar en ella. Es distinto el precedente de El artista, del francés Michel Hazanavicius, que en 2012 ganó el Oscar principal (además de otras seis estatuillas), porque la película transcurría en Hollywood durante los años ‘20 y los intertítulos a la manera del cine mudo estaban en inglés. Lo cual llevó a Francia, el país productor, a presentar una película distinta para la categoría extranjera, lo que evitó dispersar el voto.
Se diría que éste es el gran escollo a superar por Roma, más que los subtítulos que supuestamente muchos socios veteranos de la Academia todavía se niegan a leer y la fotografía en blanco y negro, que no fue un impedimento para el triunfo de El artista. Resulta difícil pensar, sin embargo, que un mismo elector vote la misma película como mejor film en ambas categorías. Y de tener que elegir muy probablemente le ponga una cruz al casillero de Roma en película extranjera.