Desde Río de Janeiro
Por primera vez un presidente brasileño tuvo la oportunidad de abrir el Foro Económico Mundial que se realiza anualmente en Davos, en los Alpes suizos, y que reúne la flor y la nata de los dineros del mundo: el ultraderechista Jair Bolsonaro tenía a su disposición 45 minutos para hablar de sus programas y proyectos a una platea colmada de empresarios, agentes financieros, banqueros e inversionistas.
Habló durante escasos seis minutos y 38 segundos. Y de todas las 740 palabras leídas con la dificultad habitual, que le impide proferir frases de más de media docena de ellas sin interrumpirse, ninguna, absolutamente ninguna, dejó de ser inocua y genérica.
Los malvados dicen que el gran trabajo de los que escriben los discursos leídos por Bolsonaro es hacerlos cortos, lo más cortos posible, para evitar que el capitán diga tonterías o peor, que diga algo que luego resulte en alguna pregunta directa cuya respuesta él difícilmente encontraría.
Pues en Davos fue exactamente así. Bolsonaro dijo que era una gran oportunidad de revelar “el momento único” que Brasil vive, y para “presentar a todos” el nuevo país que él y sus ministros están construyendo.
Dijo que “por primera vez un presidente armó un gobierno de ministros cualificados” y que “tenemos credibilidad para llevar a cabo las reformas que necesitamos y que el mundo espera de nosotros”. También anunció privatizaciones, pero a ejemplo de las tan mencionadas reformas, no ofreció ninguna pista de cómo serán, o cuándo y con qué amplitud.
A partir de esa frase y a lo largo de las 526 palabras restantes, Bolsonaro fue incapaz de emitir una única y solitaria frase que ultrapasase la frontera del vacío absoluto. Llegó al colmo de la insignificancia al decir que pretende “invertir fuerte” en seguridad para que “ustedes nos visiten con sus familias”, para luego mencionar la belleza y la exuberancia de la Amazonia, las playas y las ciudades brasileñas.
Quienes escribieron lo que Bolsonaro leyó, en todo caso, sabían que no se trataba de un evento de promoción turística. Por eso se apresuraron a incluir temas como la preservación del medioambiente, la apertura comercial al mercado global (“tengan la seguridad de que al final de mi mandato Brasil estará entre los 50 mejores países del mundo para hacer negocios”), y una nueva política externa en la cual “el costado ideológico dejará de existir”.
Fue cuando volvió a aparecer un Bolsonaro en estado puro: “vamos proteger a la familia y a los verdaderos derechos humanos”. ¿Y cuáles serían los verdaderos derechos humanos? “Vamos proteger el derecho a la vida y a la propiedad privada”. Traduciendo: por eso se emitió un decreto presidencial que permite a todo brasileño mayor de 25 años tener hasta cuatro armas de fuego en su casa…
Antes del agradecimiento final, y todavía en estado puro, aseguró: “Teniendo por consigna ‘Dios por encima de todo’, estoy seguro de que nuestras relaciones traerán infinitos progresos para todos”.
En Brasil, la primera consecuencia de la nulidad del discurso del capitán en Davos se hizo sentir en el mercado financiero brasileño: sensible caída de la Bolsa de Valores, sensible aumento del dólar y el euro.
Mientras Bolsonaro profería vaguedades frente a una platea interesada esencialmente en propuestas concretas, Arabia Saudita suspendía la importación de carne de pollo de 33 de 58 frigoríficos brasileños. Se trata de otra clara advertencia dirigida a la “nueva política externa sin costado ideológico” que pretende transferir la embajada de Tel Aviv a Jerusalén, en una contundente muestra de sumisión (nada ideológica, desde luego…) a la Casa Blanca de Donald Trump. La medida significó un recorte del 30 por ciento de las exportaciones brasileñas de carne de pollo, que tienen a Arabia Saudita como principal destino.
Como broche de oro, no tuvo lugar la anunciada conferencia de prensa al final de las vacuidades emitidas por Bolsonaro.
En este caso, sin embargo, la medida es comprensible: el primogénito del capitán presidente, el senador electo Flavio Bolsonaro, está más que involucrado en escándalos, y a cada nueva revelación surgen crecientes indicios de que la marea de lodo se acerca rápidamente a los pies del padre.
La verdadera lavandería de dinero que fue detectada y ahora es investigada por el Ministerio Público involucra a funcionarios tanto del despacho del entonces diputado provincial Flavio como del entonces diputado nacional Jair. Y más: sobran pruebas de que todos o casi todos depositaban mensualmente parte de sus sueldos (en algunos casos, integralmente) en la cuenta de Fabricio Queiroz, mezcla de chofer, guardaespaldas e íntimo amigo del clan presidencial.
Mientras Bolsonaro cubría su platea de banalidades, se anunciaba en Río que un capitán de la Policía Militar fue acusado de participar en el asesinado de la concejal Marielle Franco, en marzo del año pasado.
Su nombre es Adriano Magalhães da Nóbrega. Hace dos años, fue homenajeado por Flavio Bolsonaro. Que, además, empleó en su despacho a la mujer y a la madre del amigo.