En un año de trascendentales elecciones, una recurrente estratagema inscripta en el contexto de la comunicación mediática, tiene como propósito inducir a confiar que la verdad es competencia de las fuentes de información. Esta presuposición entiende que, al menos, cierta incapacidad o imposibilidad de acceder a la verdad, es por falta de información o porque la información recibida no brinda herramientas para su propia comprensión. La despolitización de las sociedades modernas más que una renuncia a la participación refleja un proceso de persuasión para aceptar los parámetros de interés producidos por los centros de poder. Estos intereses se centran mayormente en el desarrollo de una particular línea económica y política. De esta manera, es un tanto arriesgado atribuir la renuncia a la verdad como una decisión voluntaria y no el reflejo de un estado de cosas donde lo que se produce es el ocultamiento de la verdad.
El tema de la verdad está emparentado con la confianza mediática. Ambos deben tratarse como un problema de comunicación. La “renuncia” a la verdad constituye en sí misma un problema comunicacional porque no se trata de una voluntaria renuncia a conocer sino el obstáculo que impide contar con los recursos para hacerlo. Ese limbo comunicacional es el que da lugar a la necesidad de desarrollar la cuestión de la confianza como un elemento esencial a la sociedad de la información. No se trata aquí de establecer una valoración ética, ni de la verdad ni de la confianza, sino de comprender su lugar en el contexto de lo que se llama comunicación mundial.
En la comunicación la confianza está relacionada con la percepción que se tiene a partir de la información y, mayormente, está vinculada con aspectos emocionales y no racionales. En una sociedad pequeña la confianza parte de un conocimiento personal de sus dirigentes. La información sobre sus actos o propósitos está al alcance de la mano. El elemento afectivo juega un papel determinante. En una sociedad compleja la búsqueda de confianza es mucho más sofisticada. El contacto personal ha desaparecido. Las relaciones se establecen por intereses y el acento sobre idoneidad y honestidad de las personas se magnifica en la comunicación mediática y tiende a ser lo más destacado.
Un gran medio de comunicación tiene la posibilidad de hacer visibles a ignotos candidatos, valorar o menoscabar funcionarios no importa su nivel de responsabilidad, atribuyéndoles valores y proyecciones difíciles de constatar y que se elaboran a partir del relato de pequeñas historias que llamen a la simpatía o el rechazo. Para ello se busca crear un acercamiento afectivo que abra la puerta a la confianza antes de siquiera estimarlo como un buen candidato. Una repetitiva presencia en los medios podrá aumentar esa aceptación. Para obviar este proceso, largo y complejo, se acude a personajes conocidos y aceptados en la sociedad quienes generalmente se sienten tentados a la aventura política.
Esta estrategia comunicacional también puede utilizarse para un proceso inverso: destruir la trayectoria de aquellos que sean considerados como peligrosos para ciertos poderes. Aquí también se apela a situaciones que causen efecto en la sociedad: corrupción, traiciones y apelando a dañar su imagen personal.
Nunca se sabrá exactamente la dimensión y trascendencia de esta nueva realidad. La ignorancia es parte del propósito de esta comunicación y parte de la casi intencionada apatía de la audiencia. Como recordaba la sabia pensadora filipina Mina Ramirez: “La dominación de la mente es la forma más sutil de dominación. La más detestable dependencia no es la material sino la espiritual, cuando la gente pierde el poder de pensar críticamente por sí misma. En el momento que la gente pierde ese poder, ya no es capaz de comunicar. Solo puede imitar.”
La dinámica de la comunicación mundial asentada en el creciente desarrollo tecnológico está motorizada por grandes concentraciones de medios y de fuerzas económicas, que desde hace varias décadas han ido fortaleciendo su poder y está fuertemente reflejada en nuestro país.
Este será un año en que, como nunca, los medios estarán al servicio de aquellos a quienes sirven y el pueblo debe aprender a crear sus propios anticuerpos y hacer de la participación abierta el eje de sus respuestas, que permitan ir a la búsqueda de una sociedad cuya autoridad esté al servicio de la gente articulando su participación en una auténtica comunicación.
* Comunicador social. Ex presidente de la Asociación Mundial para las Comunicaciones Cristianas.