Me ha tocado en las últimas semanas participar en varias actividades de recordación de figuras y episodios de la lucha popular argentina. Centenario de la Semana Trágica, 60 años de la toma del Frigorífico Lisandro de la Torre, debate de la película La Patagonia Rebelde, en homenaje a Bayer. Paradojalmente, este interés por la historia se da en un momento en que la atención al presente se nos impone de forma abrumadora, ante la angustiosa situación social que el macrismo profundiza cada día.

A la salida del acto del Lisandro de la Torre, un compañero me decía que se parecía mucho a la evocación de un país que hoy no existe: el frigorífico ya no está ahí, el barrio ha cambiado mucho y también la lucha sindical. Seguramente hoy nos parecen aún más distintos los episodios de hace cien años, porque las huelgas de Vasena y la Patagonia corresponden al período en que el anarquismo dominaba en el movimiento obrero, mientras la lucha contra la privatización del frigorífico pertenece a la saga peronista.

De todos modos, no hay que extremar los parecidos, porque aquellos luchadores, que tomaron el frigorífico y movilizaron al pueblo de Mataderos, así como las 62 organizaciones que los apoyaron con la huelga general, no encuentran expresiones similares en la Argentina de hoy.

Más allá de reafirmar la saludable costumbre de los movimientos populares que recuerdan las luchas y los mártires del pasado, estos actos fueron también la ocasión para manifestar la oposición al actual gobierno con el que no es arbitrario relacionar la privatización del frigorífico: el presidente Arturo Frondizi venía de suscribir un convenio con el FMI. 

Al margen de parecidos y diferencias, la reivindicación de la historia ha sido siempre parte de la lucha política. El liberalismo conservador argentino, siempre hizo política desde la tradición. Ahora ya no puede hacerlo porque la experiencia sangrienta de la dictadura con los desaparecidos y los niños apropiados superó todo lo que conocíamos y la gestión de Videla y Martínez de Hoz no puede ser reivindicada. Por eso, el macrismo, heredero de aquella tradición por afinidades e intereses, hoy se ha quedado sin historia y, a tono con el discurso neoliberal que se impone en el mundo, pretende reemplazarla con una mirada optimista hacia el futuro, tan vacía como banal. 

No es la misma, por cierto, la situación del movimiento nacional y popular que, sobre todo después de los 12 años de kirchnerismo, puede recuperar un pasado no exento de hechos cuestionables y asignaturas pendientes, pero siempre orientado a la expansión de derechos. Podemos, en consecuencia, reivindicar nuestra historia. Es más, no podríamos dejar de hacerlo. Porque esa historia se nos presenta a cada paso, llamada por las circunstancias del presente. 

Quizás bastaría con lo expuesto para entender que esta múltiple recordación de las gestas del pasado proviene menos de la nostalgia que de la política. Pero creo necesario agregar otra referencia a la situación actual. Frente a la evidencia de los efectos letales de la gestión del actual gobierno, el reclamo por un amplio frente para derrotarlo en las urnas crece día a día. Ese Frente Patriótico (parece el nombre más apropiado) debería nuclear a toda la oposición, teniendo como objetivo general la reversión de la política fondomonetarista y la reparación de los daños perpetrados por el macrismo contra el cuerpo de la sociedad.  

Este amplio acuerdo electoral no sólo es necesario para triunfar sino también para gobernar. La renegociación del acuerdo con el Fondo y el fuerte cambio de rumbo de la orientación de gobierno requerirá una mayoría electoral y un consenso social extendido: Perón recordaba que hubieran sido imposibles las transformaciones del primer peronismo si no hubiera contado con un apoyo que orillaba los dos tercios del electorado y un consenso que abarcó casi todos los órdenes de la sociedad.

Siempre que se habla de frentes se teme por la posibilidad de que en el camino se diluyan las propuestas más radicales. Es cierto que la necesidad de consensos lleva en muchos casos a debilitar la exigencia de una mayor coherencia ideológica e intelectual, pero la misma gravedad de la situación argentina es la que paradojalmente puede garantizar la profundidad de lo que se acuerde. Lo más difícil, terminar con la hegemonía del FMI y el capital financiero internacional en nuestro país, es la exigencia ineludible, porque precisamente esa necesidad de poner fin al ciclo neoliberal, es primera premisa y razón de ser del Frente.

La referencia a la historia, ¿ayuda o dificulta a la constitución del Frente? En principio, un espacio como el que hoy es necesario fundar, tiene menos que ver con la historia que con los acuerdos para actuar en la coyuntura, aunque es deseable que se proyecte hacia adelante todo lo que sea posible. Sin embargo, el Frente que imaginamos será también un abrazo entre tradiciones y es de lamentar que Ernesto Laclau, en su canónica teorización sobre la constitución del pueblo partiendo de la articulación de demandas, no haya otorgado también un espacio al rol de la historia. La perduración de la identidad peronista –que no alcanza hoy a ocultar innegables diferencias y aparece muchas veces más como tradición y fenómeno cultural que como propuesta política– es un aporte notable para el frente, como también lo son la tradición forjista, los mejores momentos del alfonsinismo o las memorias del movimiento obrero en que la izquierda jugó un rol principal: tradiciones todas éstas que el movimiento de Derechos Humanos supo congregar en su multitudinario y pacífico reclamo de justicia. Por supuesto que la historia también puede alentar desacuerdos y divisiones, pero si hay vocación frentista la crónica de las luchas populares será un campo fecundo para encontrar inspiración.

La historia también puede ayudarnos –y no tememos pedirle demasiado– para  levantar el vuelo de nuestro discurso que no debe limitarse a una mera enunciación de las nefastas consecuencias sociales de la política macrista. La memoria de una resistencia popular nos estimula a seguir pensando en ideales y utopías, en medio de la frustración y el desencanto, a levantar valores fundamentales como la solidaridad, a seguir creyendo que un día podrá reinar en el pueblo el amor y la igualdad. Asimismo, el aire de renovación política que ha traído la espectacular eclosión feminista estimula y aporta a un Frente que no puede ser sólo un acuerdo entre partidos sino también un intento de incorporar todo lo nuevo que alienta en la sociedad.

La experiencia de la Semana Trágica y de la Patagonia reactualizan para nosotros una conducta que la oligarquía argentina hubo de repetir cada vez que lo creyó necesario hasta culminar con la salvajada de los 30000 desaparecidos. A esa historia luctuosa tampoco podemos renunciar. Parafraseando a Walter Benjamin podemos decir que la lucha popular se apoya menos en una bien pensante actitud de preocupación por el futuro que en la recuperación del dolor y las vejaciones de las generaciones que nos precedieron. Hoy, cuando el odio oligárquico golpea duramente a la mayoría social, esa historia de dolor también nos convoca. Así se entiende que uno de los actos de homenaje a los caídos en la Semana trágica se haya convertido en una vibrante arenga colectiva en favor del frente de oposición. Frente a la gravedad de la hora todo parece confluir en la misma demanda: unirse para terminar con el ciclo neoliberal.