Son diplomáticos y jamás dirían del presidente Donald Trump –ni de ningún otro– lo que piensan en público. Los altos funcionarios del Departamento de Estado que abandonaron sus largas carreras y estabilidad garantizada pueden haber tenido una o varias razones para hacerlo. PáginaI12 consultó a una fuente diplomática argentina con varios años de trabajo en Estados Unidos para tratar de desentrañar el motivo de sus renuncias. Diarios muy influyentes como The Washington Post y New York Times atribuyeron el alejamiento del ex subsecretario de Estado Patrick Kennedy y otros seis integrantes de la cancillería a serias diferencias con la política exterior que le imprimirá a su gobierno el magnate instalado en la Casa Blanca el 20 de enero. Pero también podrían haberse retirado porque estaban próximos a su jubilación o porque el aluvión Trump les hubiera demandado un esfuerzo extra en la revisión de tratados, protocolos y acuerdos que vino a hacer tabla rasa su nueva administración. Tampoco habría que descartar que acontecieran las dos cosas juntas.
La estructura del Departamento de Estado tiene por debajo de Rex Tillerson –el flamante secretario y ex presidente de la poderosa petrolera Exxon–, a un subsecretario. Era Kennedy hasta la semana pasada,quien mantenía el cargo desde 2007 cuando lo había nombrado el gobierno de George W. Bush. A continuación de ésas, las máximas autoridades, hay cuatro áreas: una política, otra económica, la consular y la administrativa. “Rara vez sus funcionarios cambian de sector o tienen permeabilidad para salir de un área y pasar a otra. Esto se acentúa en los cargos más altos. En el Departamento de Estado hay una extraordinaria estabilidad para los funcionarios de carrera. Pero también es raro que alguien así pueda llegar a ser secretario de Estado, un cargo eminentemente político”, describió la fuente.
“Mirada desde el esquema institucional, a esta situación no le encuentro mucha relevancia política porque a esos cargos es muy fácil reemplazarlos. Si se observa la grilla de funcionarios hacia abajo, inmediatamente se les podría conseguir sucesores a los renunciantes, por más que posean una valiosa trayectoria. No veo entonces que sea una crisis por ese motivo. Tampoco descarto que algunos se hayan ido porque no están de acuerdo con la política del presidente Trump. Sí es cierto, que se trata de un cambio de cabeza no previsto, obviamente”, explicó.
El Washington Post había informado que las renuncias se produjeron “como parte de un éxodo en masa de altos funcionarios del servicio exterior que no quieren quedarse en la era Trump”. Como fuere, Tillerson deberá revisar una serie de acuerdos que van desde el Tratado Transpacífico (TTP) hasta el papel de los Estados Unidos en la ONU, sobre el que ya ofreció indicios de lo que se viene la nueva embajadora. Nikki Haley declaró el viernes pasado en tono arrogante: “para aquellos que no nos apoyen, vamos a anotar sus nombres. Nos aseguraremos de responder a eso adecuadamente”.
La ex gobernadora de Carolina del Sur, alineada con el ala ultraconservadora del partido Republicano, le debe una buena parte de su ascendente carrera política a Sarah Palin, la líder del Tea Party. Hija de inmigrantes de la región de Punjab, India y pese a que había criticado en la campaña electoral a Trump, terminó votándolo y fue nominada por el presidente en noviembre de 2016 para el cargo que ocupa ahora. Mucho tiempo antes que otros funcionarios.
Así como Haley llega a un puesto sensible para la política exterior de EE.UU con nulos antecedentes diplomáticos, los funcionarios de carrera del Departamento de Estado que renunciaron son: el subsecretario Kennedy, la secretaria de Estado adjunta para la Administración, Joyce AnneBarr;la secretaria de Estado adjunta para Asuntos Consulares Michele Bond; el embajador Gentry O. Smith, director de la Oficina de Misiones Exteriores; el secretario de Estado adjunto de Seguridad Diplomática, Gregory Starr; la directora de la Oficina de Operaciones de Edificios de Ultramar, Lydia Muñiz y Victoria Nuland, secretaria asistente de Asuntos Europeos y de Eurasia, quienes abandonaron sus cargos en la primera semana de gobierno de Trump. “Esta es la mayor fuga simultánea de personal institucional que nadie pueda recordar”, le aseguró al Post David Wade, quien fuera jefe de gabinete del anterior secretario de Estado, John Kerry, entre 2013 y 2015.
La conflictiva impronta que Trump pretende darle a su política exterior tuvo en Madeleine Albright, la primera mujer que condujo el Departamento de Estado de EEUU entre 1997 y 2001, la respuesta más curiosa y contundente. La ex funcionaria de origen checoslovaco y representante de la línea más dura durante el segundo gobierno de Bill Clinton, escribió en su cuenta de twitter: “Me crie católica, me convertí en anglicana y descubrí más tarde que mi familia era judía. Estoy lista para registrarme como musulmana en solidaridad”. Se refería a los extranjeros a los que el gobierno de Estados Unidos acaba de negarles la visa de entrada solo por provenir de países como Siria, Irán, Irak, Sudán, Somalia, Libia y Yemen.