El libro de autoayuda para caballeros que faltaba ya llegó. O  mejor dicho, la filosofía de salvataje que, a conciencia o no, los hombres piden a gritos desde que el discurso feminista se amplifica en calles y drormitorios,  ya está disponible en castellano. Sí, es cierto, ¿para qué más si el mercado editorial explota de bibliografía feminista? Será esa misma espera de una palabra mágica lo mismo que impide quebrar la maníaca repetición de preguntas sin respuesta como “¿y yo qué tengo que ver?; ¿donde me pongo?; ¿y ahora qué dije? ; ¿cómo ayudo y cómo acompaño?; ¿todo es machismo?; ¡Pero si yo no violé ni maté a nadie!

Por un lado,  como lo que no explotan son las viejas mañas, los lectores, en general, no suelen abrir libros escritos por mujeres y menos por transexuales, y menos si el asunto tiene olor a feminismo. 

Lo que tiene de tan especial La caída del hombre, es que su autor es masculino y singular y le habla a sus compañeros.  Masculino: blanco, británico, nacido en casa proletaria pero hacedor de un espectacular ascenso social, esposo y padre de familia, exitoso entre el gran público y la pequeña crítica. Singular: a los 12 años descubrió que deseaba vestirse como mujer, probó con las ropas de su hermana y de su madre, recibió la reprobación y los golpes del marido de ésta y siguió probándose modelitos y pensando sobre cómo ser hombre sin cumplir. “Esa sensación de ser el único con este problema, me llevó a creer que la masculinidad es un papel que interpretan ciegamente muchos hombres que no encuentran motivos para cuestionar lo que están haciendo. Cuando estudié la naturaleza de nuestras identidades mientras preparaba la serie televisiva Who Are You?, descubrí que la identidad es una actuación continua. En palabras del filósofo Julian Baggini, “Yo es un verbo disfrazado de pronombre”. 

Se podría deducir que el travestismo que habita Perry es, más allá del nombre que se le ponga, una de las formas posibles de una masculinidad liberada de su uniforme miltar. La a categoría “travesti” como estado de la clasificación humana, para Perry es compleja. No supone la imitación de lo femenino ni tampoco su esencia sino un estado de crítica con respecto al “ser”. O, como lo formula él mismo: “Tal vez se trate de una renuncia inconsciente a lo masculino o, al menos, de un vuelo fantástico hacia la feminidad. A veces me gusta fingir que soy mujer, así que desde muy joven he sentido que la masculinidad era optativa para alguien con pene. He tenido que alejarme un poco de mí mismo, como un escéptico a las puertas del deteriorado templo de la masculinidad.No debe sorprender que esté fascinado con la masculinidad, esa torpe bestia que hay dentro de mí y que llevo toda mi vida intentado contener y sortear.” 

Sus vecinos del norte de Londres lo consideran un señor común y corriente mientras su esposa hoy recuerda que en la primera cita en su casa, Grayson la recibió ataviado como Claire, toda una señora, que sin previo aviso ponía en acto la capacidad expresiva de la vestimenta, uno de sus temas favoritos. Perry`, chapea con su condición:  “Siendo artista, travesti y de origen proletario creo que estoy a suficiente distancia cultural de la torre del poder para poder volverme a contemplar el edificio con perspectiva”. Aún así  se siente obligado justificarse en las primeras páginas:  “no me estoy oponiendo a los hombres en general, entre otras razones porque soy uno de ellos. Tampoco me opongo a toda la masculinidad: puedo ser tan masculino como cualquiera. Soy muy competitivo y territorial, en particular con otros hombres.” 

Su discurso, clarísimo y al punto, está finamente formateado para ingresar cual veneno shakespereano en la oreja cerrada de  su lector, un hombre bueno, que la mayorìa de los desmanes que provoca constiuyen el aire que respira. Perry lo va conduciendo sabiendo que para deconstruirse  primero hay que buscarse, y fundamentalmente, encontrarse. Apelando al sentido común que se rinde ante la fuerza de la cifras, demuestra hasta qué punto la crisis de las sociedades actuales tienen crédito masculino y llega a proponer un impuesto a  la masculinidad pasra que pague los desmanes que provoca.  “La mayoría de los hombres son unos tipos cordiales y razonables, pero los sujetos más agresivos (los violadores, los delincuentes, los asesinos, los evasores de impuestos, los políticos corruptos, los destructores del planeta, los abusadores sexuales y los pelmazos) tienden a ser... bueno, hombres. En todo el mundo hay hombres que cometen crímenes, declaran guerras, reprimen a mujeres y desbaratan economías, todo debido a su anticuada versión de la masculinidad.” 

EL MINISTERIO DE LA MASCULINIDAD

Perry es didáctico y no se le cae un anillo cuando apela a metáforas futboleras, admitiendo la necesidad de empatizar con lo macho. Así es que desarrolla su concepto clave: “la masculinidad by default” (por defecto), un grado cero del ser hombre que como es tan hegemónico se considera natural. Lo demuestra, entre otros detalles, en el arte del vestir. ¿Cuantos años pasarán para que cuando pensemos en presidente, juez, empresario o diputados la imagen se aleje del estereotipo del traje y corbata? La masculinidad tiene el monopolio de la estética de la seriedad. “Quien aspira a ser tomado en serio en la vida política, los negocios o los medios de comunicación se viste como un hombre por defecto, con ese traje gris de ejecutivo occidental.” Pensemos en la adecuación de la Merkel, la Tatcher y la misma Hillary a esta norma de trajecitos sastre y recordemos las furiosas críticas al exceso de rimmel y a las extensiones capilares que recibió una Cristina Kirchner por escandalosamente femenina. “Siguiendo con las metáforas, Perry habla del  Ministerio de la Masculinidad que ”tiene en la cabeza de cada uno de nosotros una oficina atendida por el hombre por defecto que inconscientemente envía sin cesar sus instrucciones. Si el hombre por defecto aprueba algo, ese algo debe ser bueno, y si no lo aprueba debe ser malo, de modo que uno acaba odiándose a sí mismo porque el hombre por defecto que lleva dentro lo está reprendiendo por ser negro, mujer, gay, tonto, extravagante o alocado. Es preciso deslizar una uña filosófica bajo la firmemente adherida etiqueta de la masculinidad.  Debajo encontramos a hombres desnudos y vulnerables, incluso humanos.” Perry, que define a esta masculinidad (no la futura) como básicamente un constructo de sentimientos condicionados en torno a personas con pene y alerta sobre ese fantasma de la “crisis de la masculinidad” que deja correr el discurso mediático. Radical y por qué no también mediático Perry va a más y afirma que la masculinidad tal como está entendida hoy es lacra para la sociedad, entonces afirmar que está “en crisis” es como afirmar que el racismo estaba “en crisis” en los Estados Unidos durante la era de los derechos civiles. Hace falta que la masculinidad cambie.

¿Puede que algunos tengan dudas de que la masculinidad tiene que cambiar?

Quienes tienen dudas a menudo son hombres blancos de clase media con buenos puestos de trabajo y familias maravillosas: el actual estado de la masculinidad está sesgado a su favor. ¿Qué hay de los adolescentes para quienes la única forma viril de afrontar la pobreza y la disfunción social es la delincuencia? ¿O de todos los hombres solitarios que no consiguen pareja o tienen dificultades para hacer amigos y acaban quitándose la vida? ¿O de todos los hombres airados que arrojan sus frustraciones masculinas a los demás? Es necesario que nos examinemos con lucidez y nos preguntemos qué clase de hombre haría del mundo un lugar mejor para todos.

Porque además, en ese mundo se está llevando a cabo una revolución. 

Se está llevando a cabo una revolución.

Soy reacio a utilizar la palabra, porque siempre hay jóvenes barbudos (suelen ser hombres quienes recurren a tales métodos) que tienden a caracterizar la revolución como una sacudida violenta, pero esto no es más que otro cliché inútil. Diría que las revoluciones que realmente suponen un cambio duradero se producen de forma reflexiva en tiempos de paz. 

Identidad por defecto sería algo así como el monopolio de la normalidad.

El rasgo preponderante de la identidad por defecto es que se disfraza de “normal” con suma destreza, y normal (o natural) es una palabra peligrosa que a menudo se halla en la raíz de los prejuicios más detestables. “Tus costumbres no son normales” es una frase que a menudo se lanza abiertamente a las minorías oprimidas. La idea que hay detrás de esos ataques es la misma que hay detrás de cada decisión que conforma las estructuras Por supuesto, esa minoría extraña, esos hombres blancos curiosamente dominantes, son todo menos normales. Como dijo Carl Jung, “ser normal es la meta de los fracasados”. Les gusta que su poder anormal se mueva en la discreción: cuanto mayor es el poder, más insulsos el traje y la corbata, mejor un Mercedes que un Rolls y otro viejo anodino charlando con ministros en la boda del director de un tabloide.

¿EVOLUCIÓN O REVOLUCIÓN? 

El título del libro en inglés es The descent of man, el mismo que eligió Darwin para el suyo donde exponía la evolución, la teoría de la selección sexual y que en castellano tracendió como El origen del hombre. La traducción de Aurora Echevarría optó por el más directo del doble sentido que postula el autor. Con ironía pero también como advertencia histórica se coloca a sí mismo en el lugar imposible del naturalista del siglo XXI. Aquel otro intrépido buscador de evidencias que logró situar al hombre como una especie animal y al sexo femenino como marginal en el desarrollo del linaje humano, hoy toma la forma de un presenbyador de televisión, que saca sus conclusiones en gran medida de las entrevistas que hace en sus programas documentales. Perry en sus diversas entregas para la televisón inglesa, se ha lanzado a investigar el gusto según las clases sociales en Inglaterra,  los hábitos de la masculinidad y también los variadísimos ritos del duelo por fuera de Occidente donde el cuerpo muerto tiene otros sentidos y en algunos pueblos sale del hogar recién cuando sus deudos sienten que es hora. Jamás sus programas tiene el tufillo del turista que prueba comida asquerosa y se ríe de lo que no se le parece, si no hubo antes de Darwin quien se atreviera a ir tan abiertamente contra los prejuicios religiosos y académicos, Grayson Perry viene precedido por una extensa bibliografía feminista que él demuestra haber leido y no deja de citar haciendo del libro también una guía de lectura. La guía feminista que no roba sino trafica Perry arranca con el epígrafe de la referente americana de la segunda ola del feminismo, Gloria Steinem,  autora de “Después del poder negro, la liberación de las mujeres” en 1960 y que aquí se ríe de los muchachos en la primera página: “La verdad os hará libres, pero antes os cabreará.”

Con más rigor sarcastico que cientifico, Perry  acompaña sus hipotesis, con graficos delirantes donde construye tipologías machirulas y devela lo que tienen adentro mientras hace constantes referencia a la “evolución”: “Nuestros cuerpos tardan decenas de miles de años en evolucionar de forma muy gradual, pero los comportamientos considerados masculinos pueden ser tan transitorios como un capricho adolescente, una mina de carbón o un dios olvidado.” Perry camina por la linea trazada por Karl Popper, para é también el problema de entender el mundo es lo que mueve a la ciencia y a la filosofía ,y como Judth Butler cuyo trabajo se podría sintetizar como la busqueda de una vida más vivible para más gente, Grayson Perry busca hacer visibles posibles salidas. “Tenemos que dejar de ver la masculinidad como un sistema de conductas cerrado y dejar de ver el cambio como algo amenazador, feminizante y antinatural. Y creo que debe cambiar para incluir conductas que hoy se consideran femeninas, conductas sensatas que contribuyen a mejorar la vida y salvar el planeta.”