“Un sentimiento común, una cólera común y una pareja impaciencia nos unen y a su vez nos ligan a los movimientos del Nuevo Cine del mundo entero. Nuestros colegas de Francia, Italia, Rusia, Polonia o Inglaterra pueden contar con nuestra revolución. Como ellos, estamos hartos de la Gran Mentira de la Vida y de las Artes. Como ellos, no estamos sólo por el Nuevo Cine: estamos también por el Nuevo Hombre. Como ellos, estamos por el arte, pero no a expensas de la vida. No queremos más films pulidos y falsos, los preferimos ásperos pero vivos; no queremos más films rosas, sino del color de la sangre.” Así concluía hacia septiembre de 1960 el manifiesto del New American Cinema Group, un conjunto de cineastas independientes neoyorquinos capitaneados por Jonas Mekas, una figura esencial de la contracultura estadounidense, fallecido en su ciudad adoptiva, Nueva York, a los 96 años.
Escritor primero, crítico y cineasta después, poeta siempre, Jonas Mekas fue un espíritu libre como pocos, capaz de inspirar con su inagotable visión, energía y talento a varias generaciones de artistas de todo orden, desde Andy Warhol hasta Yoko Ono, pasando por el grupo Fluxus y la banda The Velvet Underground. El cine, sin embargo, fue siempre el centro de su obra y de su prédica, como director él mismo de films emblemáticos de las vanguardias de todas las épocas –Mekas siempre parecía ir varios pasos más adelante, hasta ayer nomás– y como creador de tres organizaciones cruciales para el desarrollo del cine auténticamente independiente en los Estados Unidos.
Primero, la revista Film Culture, un foro de discusión del que participaron firmas de la talla de Rudolf Arnheim, Peter Bogdanovich, Stan Brakhage y Manny Farber. Luego, la Film-Makers’ Cooperative, que llegó a producir y distribuir más de 600 películas de las más diversas duraciones y formatos. Y finalmente los legendarios Anthology Film Archives, que él mismo programó durante décadas y que hoy albergan una de las mayores colecciones de cine experimental del mundo. Ese macizo edificio de la Segunda Avenida del East Village neoyorquino sigue siendo al día de hoy la meca del cine independiente.
Nacido en un pequeño poblado rural de Lituania el 24 diciembre de 1922, Mekas su familia sufrieron en carne propia la Segunda Guerra Mundial y la ocupación nazi. Apasionado por la literatura, escribió poesía desde muy joven y comenzó a redactar sus famosos Diarios el 19 de julio de 1944, en un campo de trabajos forzados. “No soy un soldado ni un partisano”, anota en sus primeras líneas. “No estoy apto ni física ni mentalmente para este tipo de vida. Soy un poeta”.
Poco más de cuatro años después, el 29 de octubre de 1949, Jonas y su hermano Adolfas Mekas vieron por primera vez, desde el barco que los traía de Europa, la silueta nocturna con los rascacielos de Nueva York. Esa increíble peripecia desde una aldea perdida en el mapa hasta el centro de Manhattan está maravillosamente narrada en Ningún lugar a donde ir (Caja Negra, 2008), quizás una de las mejores crónicas de la posguerra que se hayan escrito.
Esa atención a los detalles, unida a su visión poética del mundo, fueron una constante a lo largo de su obra, marcada por un cine en primera persona del singular, donde la cámara (compró su primera Bolex 16mm dos semanas después de llegar a Nueva York) se convertía en una pluma capaz de dar cuenta no sólo de la singularidad absoluta de su vida sino también de la comunidad a la que pertenecía: la de los artistas, los bohemios, los insumisos.
Se diría que el cuerpo de su obra es más elocuente y significativo que cada uno de sus escritos y sus films en particular. Sin embargo, no se pueden dejar de mencionar algunos mojones que ayudan a situar momentos importantes de su trayectoria como cineasta, difundida tempranamente aquí en 1965 en el recordado Instituto Di Tella y, en los últimos años, en el Bafici, el DocBuenosAires y el Festival de Mar del Plata, donde encontró siempre una legión fiel de seguidores. Es el caso de El calabozo (The Brig, 1964), sobre la obra teatral del Living Theatre de Judith Malina y Julian Beck, que describía las terribles rutinas de una prisión militar, no muy distintas de las que Mekas había padecido en Alemania. Con Walden (Diaries, Notes, and Sketches) (1969) y Reminiscences of a Journey to Lithuania (1971-72) retomó fuertemente el formato “diario”, que ya no abandonaría. Uno de sus últimos films conocidos en Buenos Aires fue Sleepless Nights Stories (2011), de la que decía: “Mi película se origina en la lectura de Las mil y una noches. Aunque mis historias –a diferencia de los cuentos árabes– pertenecen a la vida real, en cierto punto también se pasean un poco más allá de la realidad y la rutina diaria”. Pero quizás nada refleje mejor su poética que el título de uno de sus mejores films y –en la medida en que está integrado por home-movies de toda su vida– que quizás también sea su testamento: As I Was Moving Ahead Occasionally I Saw Brief Glimpses of Beauty, o Mientras estaba en movimiento ocasionalmente vislumbré breves destellos de belleza.