Es una de las series más comentadas del momento: Sex Education, nueva apuesta de Netflix, que ubica en una secundaria de la Escocia actual para contar el cuento del introvertido Otis (Asa Butterfield). Otis es hijo de Jean (¡Gillian Anderson!), una terapeuta sexual que no conoce de eufemismos ni tabúes. Es amigo de Eric (Ncuti Gatwa), chicuelo glam que se calza las plumas cuando lo amerita (o no) la oportunidad. Y está flechado por Maeve (Emma Mackey), la rebeldona que lo recluta para montar un consultorio sexual, negocio fértil en un campus repleto de adolescentes en pleno despertar hormonal. Otis dispensa consejos sexuales a cambio de libras esterlinas en esta muy gráfica y muy sincera dramedy que ha renovado el gastado formato de serie teen. Porque sin glorificar ni trivializar el sexo, Sex Education muestra que la educación sexual es un tema de salud, sí, pero que también puede ser una experiencia emocional. Y en esa línea, trata con absoluta naturalidad y sin sojuzgar ¡cantidad! de tópicos que no necesariamente abundan en propuestas de este estilo: disfunción eréctil, distintas formas de anticoncepción, aborto (ya en el capítulo 3), la importancia de comunicarse la pareja, masturbación femenina, revengeporn, vaginismo.
Lo hace adoptando el formato clásico que hemos visto en innumerables oportunidades: sí, el chico freeky gusta de la chica rebelde, y ella, a su vez, del chico popular. Pero es cómo transita ese arco narrativo –con diálogos inteligentes, con personajes secundarios con espesor, con una mirada inhabitualmente honesta respecto a sexo y sexualidad que logra colar información piola, útil, con guarradas– lo que la desmarca de la media. Además, no es moco de pavo que aquí las chicas deseen, no solo sean deseadas; que busquen su placer, no solo satisfacer.
Con su rica galería de personajes, la serie subvierte hábilmente los clásicos clichés adolescentes, permitiéndoles profundidad, complejidad. Otis está bien versado en materia de sexo, pero no logra conectarse con su propio cuerpo (la mera idea de masturbarse lo orilla al panic attack). Aunque hermosamente exuberante, potencialmente drag, Eric intenta congeniar con su familia conservadora y no le rehúye a su conexión con la iglesia. Maeve es ruda y no tiene dos mangos, pero es brillante, escritora talentosa con punto de vista personal. Adam, el bravucón de la clase, padece su fama de estar bien dotado: le pesa que lo cosifiquen por su falo. Y el personaje más obsesionado con perder su virginidad no es un varón: es una chicuela alunada que escribe cómics porno sci-fi que no logra rematar sus tentaculares historias ilustradas en el clímax de la narración, por falta de inspiración, de experiencia personal.
Vale decir que la creadora de Sex Education, Laurie Nunn, no reniega de la tradición teen a la que esta serie pertenece; se zambulle en esas aguas con habilidosa síntesis, en una amalgama de referencias que no dejan de ser sentidos guiños. Hay grandes declaraciones de amor al estilo 10 cosas que odio de ti; están las chicas populares por excelencia, mean girls que harían temblar a la mismísima Regina George; hay freeks & geeks, obvio es decirlo, pero a diferencia de The Perks of Being a Wallflower, aquí los misfits están más flechados por Hedwig que por el doctor Frank-N-Furter. Alguien podría incluso ver una pincelada de Daria en la chicuela protagonista, Maeve, una cínica que se inclina más por Simone de Beauvoir, Sylvia Plath o Virginia Woolf que por Kafka o Melville...
Incluso Nunn ha declarado que, a pesar de transcurrir en época actual, la estética 80`s elegida para Sex Education es un homenaje a uno de los grandes referentes de pelis teen: John Hughes (The Breakfast Club, Sixteen Candles). Pero aquí han sido desterradas algunas dinámicas de género que afortunadamente han quedado vetustas; es destacada en reiteradas oportunidades la importancia del consentimiento (nótese, por cierto, que Netflix contrató a una “coordinadora de intimidad” para coreografiar las escenas sexuales al momento de rodar); son subvertidos también algunos códigos sociales impuestos de masculinidad y feminidad.
En ese sentido, acaso uno de los aspectos más frescos de Sex Education es la vulnerabilidad de sus personajes, en especial los masculinos. Como señala la periodista gala Aline Mayard, la serie es parte de una nueva generación que muestra nuevos modelos de masculinidad, anti-machos que no tienen miedo de desmarcarse del formateo machista: “Sex Education es una puesta en escena de la masculinidad no tóxica, que recuerda un factor que frecuentemente se olvida: ser un muchacho adolescente no significa querer follar todo el tiempo. Por el contrario, la serie ilustra la diversidad de deseos y ritmos de cada niño y cada hombre. Varones que están cómodos en su piel porque se han liberado de los mandatos de la virilidad hipersexual”.
No solo Otis tiene una relación desinhibida con su masculinidad, heterocapaz de bailar un lento con su mejor amigo gay en la promnight, o calzarse peluca y pollera para ir a un musical. Hay fontaneros sensibles y viriles que visten kimonos floridos sin incomodidad; un padre que –contra cualquier estereotipo de hombre africano religioso– apoya a su hijo homosexual. Y está Eric, ¡oh, Eric! Eric viste trajes multicolores, sigue tutoriales de maquillaje, tiene preciosos pelucones. “El vive su vida real sin vergüenza ni dudas, hasta que recibe una zurra de extraños en la calle. Entonces por primera vez parece cuestionar su identidad: ¿no sería mejor ser un chico beige que se mezcla con la masa? La respuesta llega en forma de un increíble traje dragy tacones de aguja dorados”, se regodea Mayard. La contracara de Eric es Adam: maloso porque reprime sus sentimientos, reprimido porque su papá tiránico no sabe cómo expresar cariño. “A diferencia de Eric, la masculinidad de Adam le impide florecer, contraejemplo que ilustra la importancia de expresar los hombres su sensibilidad”, cierra la crítica francesa con una lectura que aporta.